Politóloga y filósofa

Conversaciones sentimentales con un software de Inteligencia Artificial

01 de Marzo de 2025
Arianda Romans | VIA Empresa

Estamos tumbadas en la cama, hablando. En mi casa somos mucha gente y, como no tenemos mucho espacio, siempre nos encontramos en una de las habitaciones. Nos ponemos al día, hablamos de nuestra vida y de nuestras rutinas. De las cosas importantes y de las que no lo son tanto. Si algo bueno podemos sacar de la vida precaria es el hecho de que podemos compartir muchas cosas y apoyarnos mutuamente en unas vidas que, a pesar de ser muy privilegiadas, también tienen sus complicaciones. Siempre hay visitas en casa: el amigo que viene a vernos del Erasmus, la pareja de alguien, madres, hermanos y hermanas, primos y primas, amigas que tenían que quedarse en casa de otra persona… incluso una amiga se quedó a dormir porque tenía miedo del ratón que había aparecido en su casa. Cuando las opciones son limitadas, el calor humano se concentra. Al menos, en nuestra casa.

 

Cuando hacemos esto, pienso en el recibidor de casa de mi abuela Enriqueta. Aquel recibidor tenía unos sillones viejos pero aún muy elegantes, como decía ella, y siempre había una señora sentada, diciendo que ya se iba, que solo pasaba por allí, pero que probablemente se quedaría toda la tarde hablando con mi abuela y con cualquier miembro de la familia que sí había venido realmente de visita. La abuela Enriqueta era terca, pero tenía un carácter amable y dulce, lo que hacía que todo el mundo le tuviera un gran cariño. Y así pasaban los días, entre consejos y confesiones, entre banalidades y decisiones vitales. Acompañadas.

"Mi hermana me confesó que ella usa la Inteligencia Artificial como psicólogo ocasional"

Hace unos años apareció en nuestra vida algo llamado Inteligencia Artificial. Enriqueta murió antes de que fuera realmente una tendencia, pero desde entonces algunas de las tareas más cotidianas hemos pasado a resolverlas con la ayuda de esta eficiente herramienta. Yo, por ejemplo, la uso mucho para revisar errores ortográficos en un texto. Tengo un amigo que, siempre que viaja a un lugar nuevo, le pide recomendaciones, y una compañera de trabajo la utiliza para encontrar inspiración para títulos de artículos e informes cuando no se le ocurre nada.

 

El otro día, sin embargo, sentada con unas amigas, mi hermana me confesó que ella la usa como psicólogo ocasional. “Sí, le preguntas cómo resolver pequeños problemas y te da consejos. ¡Es muy majo!”. Al principio me pareció una idea disparatada, pero luego, en un momento de pequeña crisis, pensé que no perdía nada por hacerle una pregunta. Lo peor de todo no fue que me diera muchas opciones, sino que me entendió de una manera que, si no era empatía, se le parecía mucho. Evidentemente, eran respuestas programadas y predichas por un software, pero se acercaban mucho a lo que necesitaba escuchar en ese momento. También las preguntas de seguimiento. Me asusté porque, claramente, era peligrosamente apropiado para lo que yo necesitaba en ese momento.

"Una de cada cinco búsquedas es sobre gestión de la ansiedad y el estrés, autocuidado y hábitos saludables, relaciones personales, tristeza o desmotivación"

Le pregunté cuántas personas le hacían preguntas sobre temas relacionados con las emociones y la salud mental. Me dijo que, según estudios aproximados, entre el 10 y el 20%. Una de cada cinco búsquedas es sobre gestión de la ansiedad y el estrés, autocuidado y hábitos saludables, relaciones personales, tristeza o desmotivación. En palabras textuales del software: “Siempre intento ofrecer información basada en evidencia y recomendar buscar apoyo profesional cuando es necesario.” En ese momento pensé que quizá los robots del futuro, aquellos mundos distópicos que imaginaba mientras veía películas desde los sillones antiguos de casa de la abuela, quizá no tenían rostro, pero ya eran reales. Muy reales. Demasiado reales.