Los beneficios de la transición energética son claros. Al final del camino -unas dos décadas-, esperamos no tirar a la atmósfera nada que no sea aceptable. Lo ideal está al alcance de la mano. Seguramente no habría sido posible antes. Controlar el proceso climático solo con la voluntad de no consumir tanto es de ilusos. Nadie quiere retroceder. Por lo tanto, la ecuación a resolver es: ¿cómo contamino poco, casi nada, sin detener la actividad mundial? Quien ignore que esto tiene unos costes, vive fuera de este mundo.
A menudo se trata de esconderlos, los costes. Y esto es lo que ha tenido lugar con los automóviles. La crisis actual de los grandes fabricantes era esperable. Y, hasta cierto punto, deseable. No se ha explicado claramente que fabricar un coche eléctrico es mucho más sencillo que crear uno con motor de explosión. El motor de explosión de cuatro tiempos multi cilindro -que empezó con la máquina monocilíndrica de Nicolaus Otto- es un milagro de la técnica. Cuenten ustedes las explosiones controladas que tienen lugar en cada cilindro, los millones de ellas a lo largo de la vida de un motor. Y la velocidad y potencia a que se puede llegar. Realmente es una maravilla de la ingeniería. Por el contrario, un motor eléctrico es una cosa simple. Ya hace más de un siglo que funcionan, y ya lo hacían con normalidad cuando el motor de explosión estaba en pañales -piensen en los tranvías-. No se necesita gran tecnología, ni grandes instalaciones para manufacturar ingenios eléctricos. Tomen como ejemplo la fábrica que se ha instalado en la antigua Nissan de Barcelona. Ha sido un proceso sencillo, si lo comparamos con instalar una fábrica de motores de explosión.
"Comprar un coche de una marca desconocida, o nueva, nos lleva a preguntarnos: si se estropea, ¿me lo arreglarán en mi pueblo?"
Es así que no se ha explicado que la transición del coche tradicional al coche eléctrico comportará la pérdida de puestos de trabajo. Tanto en su manufactura como en su mantenimiento. Los talleres de reparación y mantenimiento serán las siguientes víctimas. Las grandes empresas de construcción de automóviles han asociado la fabricación y el reciclaje de baterías a toda la cadena de producción. Es una manera de mantener el máximo la actividad y centrarse en el punto complicado de la transición: la acumulación de energía, ergo las baterías. También tienen un punto fuerte los constructores tradicionales: la red comercial y de reparación. Comprar un coche de una marca desconocida, o nueva, nos lleva a preguntarnos: si se estropea, ¿me lo arreglarán en mi pueblo?
Pero no todo son aspectos negativos. La transición traerá seguro -siempre ha sido así- nuevas actividades económicas que nos son inimaginables hoy. ¿Alguien pensaba que Internet, cuando empezó, en la década de los 1990, comportaría la práctica desaparición de las agencias de viaje? Por el contrario, se han generado miles otras actividades. Ahora puedo controlar las alarmas de mi casa, la calefacción, etc. Todo ha sido una cadena imparable que no podíamos imaginar. Sin Internet no habrían aparecido los smartphones, las tarifas planas y, por lo tanto, la necesidad de baterías de larga duración. En resumen, nadie pensaba que el boom de Internet favoreciera la aparición del coche eléctrico. Sin los adelantos en baterías desarrolladas para los móviles, nunca hubimos sabido por dónde empezar con los automóviles. Por lo tanto, vayan ustedes a saber donde nos llevarán los adelantos de esta transición.
Aquellos que ven futuros negros más valdría que se los guardaran para ellos. Excepto periodos puntuales, el futuro siempre ha sido mejor que el pasado. Ahora, hay que aceptar un hecho: el futuro es incertidumbre. Y esto es inevitable.