Ingeniero y escritor

La decapitación de la gerencia pública

24 de Septiembre de 2024
Xavier Roig VIA Empresa

Sobre el tema del cambio de los más de 500 cargos públicos de la Generalitat ocupados por personas de partido, he dedicado los últimos artículos. Hoy intento cerrar el tema. Alguien se preguntará por qué tanta insistencia. La barbaridad que se lleva a cabo cada vez que cambia un gobierno es de tal magnitud que, mucho me temo, no acabamos de captar el problema, los daños, en toda su dimensión. El desastre provocado es inconmensurable. Hoy intento, y cierro el ciclo, evidenciarlo con un ejemplo que todos ustedes comprenderán.

 

Comenté en uno de los artículos que esta manera de proceder -la de cambiar el equipo de gestión cada cuatro o cinco años- constituía una burla descarada a cómo las empresas gestionan a su personal, especialmente a quienes dirigen la organización. Las empresas invierten grandes cantidades de dinero y tiempo en formar y organizar a su personal. Los recursos humanos son una inversión valiosísima. Todo el personal lo es. Pero el equipo gerencial es clave en el éxito de la empresa. Y ahora el ejemplo.

 

"La barbaridad que se lleva a cabo cada vez que cambia un gobierno es de tal magnitud que, mucho me temo, no acabamos de captar el problema, los daños, en toda su dimensión"

A lo largo de mi vida profesional podríamos decir que he trabajado en dos grandes multinacionales. Ambas de tecnología. En la primera, comenzando como jefe de proyectos y hasta llegar a ser directivo, llegamos a ser 25.000 personas. En la segunda, Schlumberger, como director general de una de las actividades. Éramos 90.000 personas -para que se hagan una idea, Girona tiene unos 100.000 habitantes-. El equipo humano estaba formado mayoritariamente por personal calificado técnicamente. La facturación equivalía a un tercio del presupuesto de la Generalitat. Los miembros del equipo directivo nos reuníamos cada dos meses, alternativamente en una de las sedes: París o Houston. Todo funcionaba según unos métodos y procedimientos que se habían ido creando a lo largo de los años y según el savoir faire de quienes componíamos el equipo directivo.

Pero no ha sido hasta ahora que me he hecho la pregunta que, como digo, pone de manifiesto de manera dramática la barbaridad, la enorme irresponsabilidad, que significa cambiar al equipo directivo responsable de la función pública. Si en la empresa donde trabajaba hubieran despedido a los 200 máximos directivos -entre los que me encontraba- muy probablemente la empresa habría entrado en una crisis aguda, si no en bancarrota. Y no porque los directivos de Schlumberger fuéramos unos genios, sino porque ninguna empresa resiste que se despida a un número tan grande de directivos y gerentes. Los empresarios que me estén leyendo lo saben y comprenderán la barbaridad.

Lo que digo, sirve para cualquier empresa. Grande o pequeña. Si Microsoft, Apple, Volkswagen, etc. hicieran lo que hace la Generalitat, estarían hundidas. ¿Alguien cree que Volkswagen sobreviviría si despidiera a sus 1.500 directivos más altos -es la proporción que le correspondería en comparación con el número de funcionarios que tiene la Generalitat- y los reemplazara por nuevos? Sugiero que el president Illa le haga la pregunta al presidente de Seat -el señor Wayne Griffiths-, que lo tiene cerca.

"Que cerrara Seat no haría tanto daño al país como el que provoca la mala administración de la Generalitat cada día"

Si el cambio de los más de 500 gerentes de la Generalitat no hunde la institución es porque la organización de la Generalitat ya está hundida. Los servicios que presta son malos, están en franca descomposición y, lo peor, perjudican el buen funcionamiento de todo el país -muchos de ustedes ya conocen la molestia que provoca la administración pública catalana-. Que cerrara Seat no haría tanto daño al país como el que provoca la mala administración de la Generalitat cada día. Y no lo dice alguien que piensa que la función pública es innecesaria. Al contrario, porque pienso que es fundamental, no puedo tolerar sin indignarme la tomadura de pelo que supone la clase política, toda ella, que gobierna el país.