Para entrenar el pensamiento estratégico, a menudo se utilizan metáforas bélicas, que, aunque no me gustan especialmente, me parecen del todo iluminadoras. El inicio de la película Gladiador, la escena previa a la dura batalla, es magnífica. El general hispanorromano Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe) está a punto de luchar contra las tribus germánicas en las fronteras del Imperio Romano. Mientras el jefe de los germánicos lanza la cabeza del mensajero enviado para negociar la rendición, los soldados romanos permanecen en silencio, en una formación impecable, representando una máquina invencible preparada para cualquier cosa. Quint, el segundo de Máximo, dice, como si hablara para sí mismo, que el enemigo debería rendirse, que debería saber que ya está derrotado. Máximo, entonces, le devuelve la pregunta: "¿Tú lo sabrías? ¿Yo lo sabría?".
Como decía aquel clásico, "saber o no saber, aquí radica la cuestión".
"No es solo el juego lo que se ha vuelto más duro, sino que las reglas del juego mismo han cambiado de repente"
Nos hemos adentrado de lleno en una época desquiciada de incertidumbre creciente, y el miedo a que cualquier movimiento pueda provocar un terremoto se va imponiendo. Y, para ser sinceros, no faltan motivos para ello. No es la primera vez que el mundo se nos pone cuesta arriba, pero esta vez hay indicios para pensar que no es solo el juego lo que se ha vuelto más duro, sino que las reglas del juego mismo han cambiado de repente. ¿Quién nos habría dicho que, en solo un mes, la alianza de décadas entre Europa y los Estados Unidos estaría a punto de romperse, que los aliados desde la Segunda Guerra Mundial se convertirían en enemigos, o que el multilateralismo se convertiría en unilateralidad en un abrir y cerrar de ojos?
En tiempos de cambio, la inercia es tentadora. Aferrarse a lo que se conoce parece seguro, pero la historia nos muestra claramente que esa seguridad es más que dudosa. La transformación industrial de los años 80 nos lo enseñó: no había más remedio que abandonar la industria pesada, y aunque el proceso fue doloroso, abrió un nuevo camino hacia la diversificación y el crecimiento. Se podía intuir entonces cómo sería la siguiente etapa, pero no había ninguna certeza.
De nuevo, nos encontramos ante un nuevo punto de inflexión: el reto de dejar atrás aquello que nos ha llevado lejos, pero que ya no nos puede llevar más allá. A diferencia de otros tiempos, ahora las bases parecen más sólidas. Contamos con un ecosistema de empresas competitivas, centros de investigación punteros y una red de formación profesional alineada con las necesidades del mercado, es decir, tenemos talento e infraestructuras a nuestro favor.
En un contexto en el que todo parece cambiante y volátil, no es fácil saber qué hacer. ¿Tú lo sabrías, lector? Las decisiones a menudo se toman por intuición o por fe (que, al fin y al cabo, son dos caras de la misma moneda), o bien no se toma ninguna decisión, por si acaso. Tanto en un caso como en el otro, el resultado suele ser similar.
"La prospectiva ayuda a entender cómo podría ser el futuro, pero, en esencia, es un ejercicio de imaginación"
En el ámbito de la toma de decisiones empresariales, he oído más de una vez la metáfora del caballo muerto, que, según parece, utilizaban los indios del norte de América. "Cuando te das cuenta de que vas montado sobre un caballo muerto, lo mejor es bajarte". Es decir, cuando sabes que debes dejar atrás algo, déjalo y sigue adelante.
La prospectiva ayuda a entender cómo podría ser el futuro, pero, en esencia, es un ejercicio de imaginación. Solo las decisiones darán cuerpo a las esperanzas. Solo "decidiendo decidir" se consigue realmente avanzar.