La nueva entrega del Barómetro de la Empresa Familiar nos trae buenas noticias. El 54% de los negocios de alcurnia han aumentado su plantilla en el decurso del último año; cómo también, el 70% han incrementado su facturación. Los datos se refieren al conjunto del Estado español.
Cómo no podría ser de otro modo, el mismo estudio destaca que la incertidumbre derivada de la coyuntura política y los calendarios electorales es una de las causas que más preocupan los empresarios. Es verdad que las vel·leïtats políticas no nos lo ponen nada fácil. Aun así, se apunta una tendencia al optimismo y parece que todo el mundo hace ver que las cosas van mejor, quizás sí.
Las estadísticas y los informes económicos son como el cuento del vestido del emperador. Hay que darlos por verosímiles y no dudar. Algunos medios de comunicación conjugan los datos con frivolidad y rigor escaso. Pocas veces se contrastan los porcentajes y demasiado a menudo la realidad supera la ficción. No es extraño leer más de un disparate a las secciones de economía y empresa; cuando menos, las contradicciones son frecuentes.
Es una paradoja que, a pie de calle, la percepción del clima empresarial sea tibia, con un exiguo hálito de confianza, y que casi no se traduzca en un mayor número de contratos de trabajo. Cómo también es un disparate que la supuesta recuperación económica tenga su punto de ebullición en un 88% de contratación temporal, en el caso de Cataluña.
La normativa laboral no estimula la contratación en firme; es más, parece penalizarla. Me encuentro con empresarios que dicen que sí, que parece que la cosa va mejor, y que los iría bien ampliar la plantilla para hacer frente al incremento de actividad. Pero no lo hacen. Las condiciones no lo favorecen. He aquí porque la recuperación económica no nos viene de la mano de una mejora en la estadística de la contratación laboral.
No puede ser que el marco laboral sea un espejo deformado, como los del esperpent literario del gallego miop, y que no se avenga a la realidad. Ahora es un buen momento para estimular la creación de puestos de trabajo y para animar la contratación. Aunque moderado, el optimismo tiene que encontrar respuesta en forma de incentivos y mayores facilidades.
Sobre todo las pymes tendrían que ser objeto de un programa que animara la contratación; tanto o más, las micropimes. Estas organizaciones más modestas son las que, en proporción, más se han tenido que adelgazar durante el sexenio y ahora acontecen espacios fértiles para la nueva ocupación. Todavía más, si el 19% de los puestos de trabajo que se registran en Cataluña corresponden a trabajadores autónomos, no sería ningún pecado incentivar sobre manera la creación de un primer puesto de trabajo. Sería una buena manera de empezar a crecer.
Otra evidencia es la afectación de la estacionalitat en determinados sectores de actividad, como por ejemplo el comercio y el turismo. Hay que sopesar la posibilidad de premiar una contratación temporal de una duración superior a la media registrada hasta ahora, como por ejemplo de 150 días sin interrupción. Esta medida favorecería una cierta estabilidad a un perfil de trabajadores que tienen dificultades de combinar los ciclos temporeros con otros trabajos de mayor requerimiento curricular.
Lo diga quién lo diga, el emperador iba desnudado.