Imagínate explicando a tus nietos que, en lugar de dejarles una biblioteca llena de libros polvorientos, les dejarás en herencia una colección de contraseñas caducadas, un reloj inteligente que ya no tiene soporte de software, y suscripciones canceladas. Y que tu colección de música se desvaneció cuando la empresa de streaming decidió que tus canciones preferidas ya no eran lo suficientemente populares para ocupar espacio en su servidor. Sorpresa: tu legado digital es una lavadora perdiendo calcetines en cada colada.
Cuando éramos pequeños, en mi época coleccionábamos cromos, discos o libros con una devoción casi religiosa. Panini, era el Dios al que rezábamos, los domingos por la mañana nos los pasábamos en el mercado de Sant Antoni a intercambiar cromos, libros, u objetos, y las estanterías de nuestra habitación eran un testimonio físico de la esencia de nuestro ser. Pero, en la era digital, nosotros somos una conquista personal a un concepto efímero, vaporoso, y etéreo. Películas, música, series, programas, apps, cromos… Bienvenidos al Diógenes Digital: la época en que tenemos de todo, pero no poseemos nada.
Debemos tener claro que, cuando compramos una canción, una película o un libro en una tienda digital, no adquirimos el objeto, sino una licencia para acceder a él con nuestra cuenta. Y con las suscripciones solo pagamos por acceder de manera temporal: mientras mantengamos vivo el pago al servicio. A veces, a pesar de la suscripción activa, un contenido puede no estar disponible en nuestro territorio. Vivimos en una dependencia constante de las empresas que gestionan estos productos para poder seguir disfrutándolos. Y cuando morimos, nuestras cuentas mueren con nosotros.
Por poner un ejemplo, según los términos y condiciones de Spotify, Netflix, las cuentas son personales, intransferibles, y no pueden ser heredadas. Esto se debe a que, legalmente, una cuenta de Spotify no es una propiedad física o digital que puedas transmitir, sino una licencia personal para acceder al contenido que la empresa ofrece.
"¿Qué pasa si Netflix decide retirar una serie que te encanta? ¿O si Amazon, por un problema de derechos o licencias, borra libros directamente de tu biblioteca digital?"
Con iTunes (ahora integrado dentro del sistema Apple Music), las cosas se complican un poco más. Según sus términos y condiciones, cuando compras una canción, película o libro electrónico, no estás adquiriendo la propiedad del contenido, sino una licencia limitada para usarlo. Esta licencia es estrictamente personal y no transferible, ni siquiera en caso de defunción. Esto significa que no puedes heredar o ceder legalmente tu cuenta de iTunes ni el contenido que tienes en ella. Apple ha sido especialmente firme en mantener este modelo, que genera mucha polémica. Y si piensas que solo cediendo tus claves de acceso se soluciona el problema, que sepas que accediendo a la cuenta, técnicamente, también se infringen los términos de uso. Todas las trampas que pienses, sus abogados ya las han pensado antes.
Nos queda claro que la posesión no es tuya, pero las ganas de ver algo, tampoco. ¿Qué pasa si Netflix decide retirar una serie que te encanta? ¿O si Amazon, por un problema de derechos o licencias, borra libros directamente de tu biblioteca digital? Pasó con algunos libros o juegos para móvil. ¿O, peor, si tu suscripción queda cancelada porque has infringido los términos y condiciones? Lo vimos cuando Amazon eliminó el libro 1984 de los lectores de Kindle de sus usuarios porque no tenía la licencia en ese territorio. El acceso deja de ser universal y pasa a ser una concesión temporal. La propiedad, en sentido clásico, ha muerto en digital.
"No me digáis que he sido la única persona en descargar películas, música o series sin tiempo suficiente en esta vida para disfrutarlas. Todo ha quedado allí, enterrado en carpetas del disco duro o en la nube"
Hace años adopté el concepto de "Diógenes digital": la tendencia a acumular archivos, aplicaciones, o datos, de manera enfermiza. No me digáis que he sido la única persona en descargar películas, música o series sin tiempo suficiente en esta vida para disfrutarlas. Todo ha quedado allí, enterrado en carpetas del disco duro o en la nube. ¿Y por qué lo hacemos? Por miedo: miedo a que desaparezcan, que nos lo quiten, que el servicio deje de existir, y nos lo perdamos. FOMO por baja de suscripción. Tengo FOMO de entretenimiento digital.
Con la disminución de la piratería y los formatos físicos, las generaciones futuras podrían no entender el concepto de “posesión” digital. Según datos recientes, el uso de servicios digitales ha aumentado un 11% en el último año, una tendencia hacia un consumo de contenidos basado en el acceso temporal, lo que refuerza la necesidad de tomar medidas para preservar nuestro legado digital y asegurar que las futuras generaciones puedan disfrutar de la riqueza cultural que hoy tenemos a nuestro alcance. Este modelo tiene un coste: no solo económico, sino también cultural y social. Cuando no poseemos nada, no tenemos legado, también en lo digital. ¿No te hubiera encantado saber qué libros leía o qué música escuchaba tu tatarabuela?
Desde aquí, quiero reivindicar la ingente labor de proyectos como DespertaferroTV, MiqueletsTV o Botiflers_TV, y de los usuarios que recopilan y comparten archivos de doblajes en catalán o series que ya no están disponibles en canales como Telegram. Rozan la ilegalidad y los Términos y Condiciones de muchos servicios, pero sin ellos, muchos contenidos culturales habrían desaparecido. Pensemos, por ejemplo, en la reemisión de Bola de Drac en 3cat: habríamos perdido la fantástica versión del opening en catalán de Jordi Vila si no fuera por estas iniciativas. En los canales oficiales ya no se encuentra.
Por suerte, también hay buenas noticias: iniciativas oficiales como el Internet Archive o el proyecto Europeana trabajan para preservar y hacer accesibles contenidos culturales a escala global. El Internet Archive es un inmenso archivo digital que no solo recopila libros, música o películas, sino también páginas web antiguas y software obsoleto, ofreciendo una ventana al pasado digital. Europeana, por su parte, centraliza miles de objetos culturales digitalizados de bibliotecas, archivos y museos de Europa, garantizando que parte de nuestro patrimonio esté disponible para futuras generaciones. Estas iniciativas demuestran que aún hay maneras de preservar el legado digital de manera accesible y sostenible, pero es necesario que se destinen más recursos y que sean complementadas por una implicación colectiva.
La solución no es volver a la era analógica, pero sí reconsiderar qué fragmentos de nuestro universo digital queremos preservar en un formato tangible o controlable. Podemos comenzar por tener copias locales de nuestros archivos importantes y valorar formatos físicos para los contenidos que nos son más preciados. Esto incluye libros, discos y también fotografías de instituto o revistas y fanzines que, con el tiempo, ganan valor emocional.
"La pregunta no es solo qué hacemos con todo este desorden, sino quién lo tiene realmente la propiedad. Y la respuesta, a menudo, no somos nosotros, pero tampoco los artistas"
En este mundo de suscripciones, el “Diógenes digital” no acumula por placer, sino por miedo: miedo a perder. Lo que antes eran estanterías llenas, ahora son nubes inciertas. La pregunta no es solo qué hacemos con todo este desorden, sino quién lo tiene realmente la propiedad. Y la respuesta, a menudo, no somos nosotros, pero tampoco los artistas.
Es necesario exigir a las empresas más transparencia y opciones para preservar nuestros contenidos. Si el futuro es digital, debe ser un dominio compartido, que no el derecho de los autores y las licencias. No podemos permitir que toda nuestra cultura, memoria e identidad queden sujetas a las decisiones comerciales de plataformas. Por lo tanto, esto requiere de una conversación sería donde los artistas y autores tengan más peso del que tienen actualmente frente a las dependencias con las plataformas.
Es hora de inventar nuevas formas de coleccionar y disfrutar de la cultura para asegurarnos de que, cuando un servidor caiga, nuestros recuerdos, nuestra cultura y nuestro legado no caigan con él. Hagamos que lo que nos importa no desaparezca con un simple "error 404".
EXTRA: ¿Cómo proteger el legado digital?
La solución no es volver a la época analógica, pero sí reconsiderar qué fragmentos de nuestro universo digital queremos preservar en un formato tangible o controlable:
- Copias locales. Descargar y almacenar los archivos más importantes en dispositivos externos.
- Formatos físicos. Para los contenidos más preciados, adquirir libros impresos, discos o fotografías.
- Archivos comunitarios. Participar en iniciativas que preserven contenidos culturales.
- Exigir transparencia. Reclamar a las empresas opciones para conservar nuestros contenidos en formatos accesibles.
- Tecnología descentralizada. Archivos descentralizados o tecnologías blockchain para almacenar contenidos de manera más segura y distribuida.