Hace más de un siglo, la revolución textil transformó ciudades como Terrassa y Sabadell en potencias industriales, no solo por su capacidad de producción, sino porque dominaban la tecnología e innovaban constantemente. Hoy, Europa quiere acelerar el paso con la inteligencia artificial: construir gigafábricas para fabricar algoritmos a escala industrial y competir con Estados Unidos y China. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió con la industria textil en Catalunya, el truco no es solo dónde se hace, sino quién tiene la tecnología útil, y quién controla el valor.
El anuncio de Ursula von der Leyen de “mover 20.000 millones de euros para infraestructuras, investigación y desarrollo de gigafábricas de IA” es un intento de revertir la dependencia tecnológica. En este momento, alrededor del 75% de la infraestructura cloud que usamos en Europa es americana, y el gasto en I+D en software e internet está dominado por Estados Unidos y China. El informe Draghi de 2024 ya alertaba de este riesgo y recomendaba que Europa tomara la iniciativa. Y eso es exactamente lo que dice que hará la Comisión Europea con InvestAI: poner dinero e infraestructuras para formar modelos de IA de primer nivel.
Pero si queremos fabricar IA en Europa, Catalunya debería estar movilizada para reclamar un papel clave y pedir que una se instalara en nuestra casa. Tenemos talento en IA y tecnología reconocido a escala global, con centros de investigación de referencia y empresas tecnológicas punteras. Además, tenemos una tradición industrial que sabe transformar conocimiento en productos reales. No pedir una gigafábrica aquí sería como si, hace un siglo, Vapor Aymerich, Amat y Jover hubieran decidido que el tema textil no era para ellos.
Ahora bien, por mucho que se pidan construir gigafábricas, Europa aún tiene que resolver dos grandes problemas: la energía y creerse la soberanía digital de una vez por todas.
"No pedir una gigafábrica aquí sería como si, hace un siglo, Vapor Aymerich, Amat y Jover hubieran decidido que el tema textil no era para ellos"
Comienzo por la energía. Entrenar un solo modelo de IA puede consumir tanta electricidad como miles de hogares durante un año, y nuestra red eléctrica ya va justa con el consumo actual. ¡Imaginémonos qué pasará cuando se multiplique! Si no aceleramos la producción de energía en pocos años, veremos cómo las ciudades e infraestructuras tecnológicas se colapsarán porque no habrá suficientes recursos para mantenerlas en funcionamiento… y tendremos que comprarla fuera a precio de oro.
El segundo problema es casi religioso. Europa habla mucho de soberanía digital, pero nadie la practica. No podemos hablar de soberanía digital mientras nuestras propias instituciones prefieran comprar tecnología extranjera en lugar de fomentar alternativas europeas. Creerse la soberanía digital significa apostar por ella con hechos y contratos, no solo con discursos. Significa invertir en infraestructura propia, proteger nuestra innovación y, sobre todo, exigir que los grandes actores económicos y políticos de Europa dejen de comportarse como meros consumidores y comiencen a actuar como verdaderos propietarios de su futuro tecnológico.
Si no cambiamos esta inercia, podemos construir tantas gigafábricas como queramos, que solo servirán para fabricar modelos de IA para grandes empresas americanas como Amazon, Microsoft y Google, pero también para Huawei o ByteDance.
"Los ingredientes para el caldo ya los tenemos, pero si no ponemos la olla en el fuego, acabaremos comiendo sopa de sobre importada"
En definitiva, la apuesta por las gigafábricas de IA puede convertir a Europa en una potencia tecnológica real… o en un fabricante de componentes para los demás.
Si no queremos que nos pase como a la industria textil catalana, que no supo adaptarse a la competencia exterior y a la deslocalización, debemos garantizar que estas fábricas no solo formen modelos de IA, sino que generen innovación y negocio aquí.
Catalunya ya tiene el talento, el tejido industrial y la experiencia en transformar conocimiento en valor. Ahora solo hay que hacer lo que hicimos hace un siglo: dejar de vernos como subcontratistas y comenzar a jugar para ganar: invertir los recursos (económicos o diplomáticos) en lo que toca, cuando toca. Y es ahora. Porque los ingredientes para el caldo ya los tenemos, pero si no ponemos la olla en el fuego, acabaremos comiendo sopa de sobre importada.