Al parecer, España está experimentando un crecimiento económico elevado. Es lo mínimo que podía suceder tras la enorme inyección de capital en subvenciones y préstamos que nos está proporcionando la Unión Europea (UE). Permítanme recordarles: en total, unos 150.000 millones de euros. Un 10% del PIB. Todo esto no me parece especialmente mal. Al fin y al cabo, son ayudas que hay que aprovechar. Mi temor, sin embargo, viene por otro lado: la euforia.
Y es que todos los momentos de euforia económica en España han acabado en un valle de lágrimas. Basta con recordar los años previos a la Gran Recesión de 2007. España no fue rescatada porque un país del tamaño de España no puede ser rescatado (como sí lo fue Grecia). Sin embargo, nuestra banca sí tuvo que ser rescatada, y lo hemos pagado caro: en dinero del contribuyente y en una falta de competencia bancaria, en territorio español, que da escalofríos. Ahora, para colmo, y aderezando el infantilizado tejido económico español, solo nos faltaban los elogios de The Economist.
"Solo quiero recordar que justo antes de la Gran Recesión, hacia 2006, para 'The Economist' la economía española era brillante"
Este columnista fue durante muchos años suscriptor de The Economist. La información que publica es interesante y llega a ofrecer una visión global de la economía mundial que quizá ningún otro medio logra alcanzar. Dicho esto, debo decir que cancelé mi suscripción porque, cuando The Economist entra en detalles, sus corresponsales suelen errar el tiro. Macroeconómicamente, The Economist acierta. Pero, cuando desciende a un nivel más granular, desplegando análisis detallados, entra en juego cierta simplificación, impregnada del tipismo local que tanto enamora a los anglosajones, y lo estropean todo.
Encima, se ha puesto de moda que las revistas con sede en Londres se dediquen a hacer rankings sobre los temas más diversos. Hasta ahora, teníamos suficiente con la revista Restaurant, que empezó decidiendo cuál era el mejor establecimiento del mundo (a pesar de que el paladar anglosajón parece necesitar un exoesqueleto para caminar). Este fenómeno ya se ha consolidado, y la estupidización se ha generalizado. A esta moda se ha sumado The Economist, que al parecer clasifica qué país lo hace mejor desde el punto de vista económico. Y lo hace midiendo al “mejor enfermo”, tomando su temperatura y presión, sin entrar en disquisiciones estructurales. Desconozco la utilidad del tema. Propaganda asegurada. Y cierto periodismo provincial y ansioso de congraciarse con el poder hará el resto. Solo quiero recordar que justo antes de la Gran Recesión, hacia 2006, para The Economist la economía española era brillante. También lo proclamó el entonces presidente Aznar: “¡España va bien!”. Después se demostró el desastre del montaje.
Que España esté creciendo, como también lo hace Catalunya, no es fácil de determinar. Que la población sea más rica per cápita y que el crecimiento no genere graves externalidades (turismo, sector cárnico, vivienda, etc.) ya es otra cuestión. La pregunta es si la economía que quedará después de esta euforia será una economía que permita a las personas sentirse satisfechas de vivir donde viven. Y yo no lo tengo nada claro.
"Viajando por el país y asomándome más allá de los Pirineos, no tengo la sensación de que las cosas vayan tan excepcionalmente bien"
Los desequilibrios que se están generando con este crecimiento, que podríamos calificar de descontrolado, me parecen evidentes. Y no basta con decir que las empresas ganan dinero. ¿Alguien habla de los bajos salarios? ¿De la imposibilidad de la gente para costearse una vivienda? ¿De la creación de empleos innecesarios? ¿De la supuesta plena ocupación con un paro superior al 11%? ¿Con una productividad por debajo de la media europea? ¿Del desmesurado crecimiento de sectores de bajo valor añadido? ¿De la falta de integración adecuada de una inmigración que no debería ser imprescindible? Si estos desequilibrios no se corrigen conscientemente, la euforia no hará más que consolidarlos.
No quisiera aguarle la fiesta a nadie ni echar más agua al vino del que ya le pone la realidad que ustedes viven. Pero viajando por el país y asomándome más allá de los Pirineos, no tengo la sensación de que las cosas vayan tan excepcionalmente bien. O al menos no de la forma en que, a mi entender, deberían ir.