Llevo jugando a videojuegos desde que en un lejano 1976 entraron a casa unos mandos y una pandilla de cables (no llegaba a consola) con los que podías jugar a Pong. Desde los Space Invaders —todavía en máquina en el bar— hasta el GTA en la PS4 he pasado por las varias pantallas de: Pac-man, Tetris, Leisure suits Larry, Prince of Persia, Monkey Island, Indiana Jones and the fate of Atlantis, Assassin's Creed, GTA, Red Dead Redemption y otros muchos difíciles de citar. Sin embargo, no soy un gamer. La distinción entre jugar a videojuegos y ser gamer puede parecer sutil pero no lo es nada.
Una búsqueda de gamer en Wikipedia remite a la entrada de videojugador. No creo que sea una buena traducción; para ser fieles al original, tendríamos que utilizar jugador, sin el "vídeo" (el gamer inglés deriva de videogamer). Según la pedia, un "videojugador es la persona que juega a videojuegos, ya sea de forma esporádica o asidua, aficionado o profesional". También desaconseja usar el anglicismo gamer. Discrepo de la definición. Alguien que juega a videojuegos no es un gamer si no es que dedica una parte considerable de su tiempo y atención a ello. Jugar a cartas a la hora de la siesta en el camping en agosto no te convierte en un jugador de cartas, del mismo modo que leer un libro cada medio año no te convierte en un lector. La importancia de las palabras, de su significado y, sobre todo, de huir del papanatismo de utilizar el inglés para cualquier cosa: si decimos jugador se entiende todo.
Una llamada rápida a Albert Garcia, la persona que sabe más de videojuegos del mundo y mi gamer de cabecera, me aclara que la palabra gamer entra en nuestro léxico en la última década. La popularización del término viene a raíz de la publicación de artículos académicos serios —dice game studies— donde se estandariza la utilitzacio del concepto gamer. En castellano encontramos términos previos como "jugones" o "consolegas" que no salieron del ámbito de las revistas de videojuegos. Me recomienda también el libro Identidad gamer: Videojuegos y construcción de sentido en la sociedad contemporánea del sociólogo Daniel Muriel y me recuerda que él reivindica el concepto de viciado en vez de gamer; "es lo que me habían llamado toda la vida, ¿y ahora por qué me tienen que llamar gamer?".
'Jugador' lleva implícitas connotaciones negativas asociadas a vicio, dependencia, dinero y ética dudosa
La utilización de la palabra gamer tiene cierta intención. La primera es la ofuscación de su significado real: jugador. Jugador lleva implícitas connotaciones negativas asociadas a vicio, dependencia, dinero y ética dudosa. Un jugador es un hombre, de mediana edad, que fuma, bebe y tiene sobrepeso. Un gamer, en cambio, es alguien que sabe de consolas, ordenadores, internet, YouTube y Twitch. El gamer tiene 20 años, lleva gorra al revés, camiseta y cuando no está jugando a videojuegos está haciendo skate (nunca patinando).
También se esconde nuestra ignorancia. Esto lo sabe bien la gente de marketing; la ignorancia tiene un precio, y si tiene un precio se puede vender. Una crema anti-aging es más cara que una crema contra el envejecimiento, un tratamiento de skincare en un beauty saloon, más que uno de cuidados de la piel en un centro de belleza, y a un spa, va la gente joven y triunfadora, mientras que a un balneario van los viejos. Podríamos hacer el mismo ejercicio con las tecnologías automovilísticas del drive assist, cruise control, park assist, scenic drive y cualquier otro término que pierde todo el misterio una vez traducido.
Cuando decimos que estamos hablando con el anfitrión para ver si nos deja entrar en una web, una persona de cultura catalana entiende lo mismo que una de Wisconsin cuando lee "'connecting to host'"
Una vez, mientras accedía en una web con el navegador Firefox en castellano, vi como abajo, en la línea de estatus, me decía que se estaba "conectando con el anfitrión". Me lo tuve que leer dos veces para saber que anfitrión es la traducción correcta del host que había dicho toda la vida. Cuando nos conectamos con un host —para acceder a una web por ejemplo— hacemos mucho más que acceder a un ordenador que está en otro lugar; entramos en casa de alguien que nos abre las puertas, que nos servirá toda la información que le pedimos y que en aquella casa puede haber unas normas diferentes a las de la nuestra. Cuando decimos que estamos hablando con el anfitrión para ver si nos deja entrar, una persona de cultura catalana entiende lo mismo que una persona de Wisconsin cuando lee "connecting to host".
Quien también sabían el valor de nuestra ignorancia eran el escritor Quim Monzó y el malogrado periodista Ramon Barnils. Recuerdo que en los años 80 hicieron un curso en la escuela de diseño Eina que se llamaba "Curso de redacción de facturas para diseñadores gráficos", donde se enseñaba a redactar facturas para poder cobrar más por el trabajo. Lo explicaba Monzó en una entrevista reciente en JotDown:
"Explicábamos: estáis haciendo un logo para una empresa de relojes. Muy bien. ¿Cómo lo facturaréis? ¿Por la creación de un logo tal y tal? Pues si lo redactáis así podéis facturar tanto pero si, en cambio, lo hincháis –por el concepto tal, tal, tal de la cual y la creación sublimada del pimpampum…– podéis facturar muchísimo más. Se trata de hacer precisamente el contrario de lo que marcan las normas de buena redacción. Un buen periodista tiene que hacer todo lo contrario. Las normas de Orwell… Entre la palabra corta y larga, la corta. Entre la palabra comprensible y la incomprensible, la comprensible… Aquí se trataba de redactar justo al revés. Fue un año muy divertido."
Gracias por el reading.