Economista por la UPF y MBA en NYU Stern

'I can't breathe' y el coste de la impunidad

12 de Junio de 2020
Salvador Garcia Ruiz

Profundamente proamericano, por valores, historia y libertad. Para mí, el mejor país del mundo. Y no entendí de qué iba aquello. Septiembre del 2000. Estoy en Nueva York, a punto de empezar mi MBA. Se hace una sesión con todos los nuevos estudiantes y se habla del racismo en los Estados Unidos y cómo, por ejemplo, muchos vecinos vetan ventas de pisos a ciudadanos negros en "edificios cooperativos" (co-ops) donde viven por miedo a que baje el valor de su propio piso.

 

Me quedo helado. Quiero coger el micrófono y decir que estoy muy sorprendido, que no entiendo que los Estados Unidos, el país de las libertades y que me ha acogido, todavía permita esto. Pero no lo hago, por vergüenza de hablar en público (¡qué tiempos!) y, también, porque me cuesta creerlo.

Vivo dos años en Nueva York y veo poco de esto. Está claro. El racismo es poco explícito para la gente como yo, que vivimos en una burbuja donde estos problemas sólo aparecen, de vez en cuando, en la prensa. Y la ciudad es muy segura, gracias al alcalde Giuliani, del que muchos alaban su mano dura contra el crimen, y unos pocos, silenciados por los medios, denuncian el abuso de su policía para hacer cumplir un mandato (con mucha agresividad si hace falta) de tener unas calles más seguras.

 

"En aquella época, el racismo es poco explícito para la gente como yo, que vivimos en una burbuja donde estos problemas sólo aparecen, de vez en cuando, a la prensa"

Y está claro, no hay móviles que pueden grabarlo todo ni redes sociales para hacer difusión. Tampoco los abusos policiales.

Si se trata de datos, es evidente. Ser negro en los Estados Unidos multiplica las posibilidades de estar en la prisión o en el paro, de tener coronavirus, o de que la policía te mate. El documental 13th de Netflix (sobre la masiva encarcelació de ciudadanos negros en prisiones americanas) explica muy bien este racismo estructural e incompatible con una sociedad que quiere ser justa y libre. Pero ha hecho falta un (nuevo) vídeo de violencia policial, I can't breathe, para volver a demostrar la crudeza de la discriminación y de la policía hacia los ciudadanos negros y que la reacción sea masiva y contundente. Y digo nuevo porque vídeos así hay muchos, y de hecho Eric Garner utilizó las mismas palabras en 2014 antes de morir. Y la impunidad continúa. Y la sorpresa en todo caso sería porque esta reacción no la hemos visto antes.

Este escrito respondía a la petición de explicar el impacto económico de lo que está pasando. Y he pensado, pero mi contrapregunta sería cuál es el precio de una vida humana, o el de la dignidad, o el de la justicia.

O dicho de otra forma, alguien podría preguntarse cuál es el coste económico de los disturbios que estamos viendo estos días. Pero, ¿cuál es el coste de la violencia que hemos vivido hasta ahora, todos estos años, por parte de aquellos que tienen el monopolio de la fuerza? ¿Qué coste ha tenido la violación sistemática de derechos básicos de una parte sustancial de la sociedad norte-americana (y no sólo en los ciudadanos afroamericanos)? Con el añadido moral que la violencia de estado es mucho más grave. ¿Cuál es el coste de su impunidad?

"Qué coste ha tenido la violación sistemática de derechos básicos de una parte sustancial de la sociedad norte-americana (y no sólo en los ciudadanos afroamericanos)?"

Se llama "no justice, no peace". Y muchos dicen "¡sobre todo peace!". Pero la intensidad de su reclamación de paz tendría que ser al menos la misma que la de justicia, porque sin justicia, si queremos volver a la cuestión económica, el país no progresará de forma equitativa. Y el bienestar es esto, que mejore la situación de todo el mundo. Y sin justicia la violencia de estado queda impune. Y sin justicia no hay libertad.

Los Estados Unidos tiene problemas graves de racismo, desigualdad, y más. Pero admiro la respuesta que estamos viendo. De los que salen a la calle. Pero también de los líderes políticos y en empresas (de todo tipos) que condenan públicamente el racismo y la violencia policial. Y lo hacen sin tener que pedir perdón por unos disturbios que obviamente no comparten. Y con una policía que, a pesar de los abusos, a veces también pide perdón, a pesar de que el corporativismo de sus sindicatos es una de las principales barreras para que se reforme.

Obama recordaba hace unos días, a propósito de las protestas, que 'esto es el origen de los Estados Unidos, más conocido como la revolución americana'. Y he pensado que, cuando esto nos pasa a nosotros, aquí miramos el dedo mientras allá miran la luna. O aquí miramos la luna cuando se trata de los Estados Unidos, Hong Kong o Hungría, y el dedo cuando se trata de Catalunya o España. Y el doble discurso de criticar lo que pasa allí y cerrar los ojos con lo que pasa aquí. Cómo cuando la Unión Europea critica el uso excesivo de la fuerza policial en los Estados Unidos y no dijo nada después del 1-O, o cuando se denuncia el racismo de allá mientras se mantienen abiertos los CIEs (centro de internamiento de extranjeros) aquí.

Y suerte de las cámaras y las redes. A veces no es suficiente para hacer justicia (la violencia policial del 1-O son un ejemplo), pero todo el mundo lo ve, y son motor de cambio.

Y a menudo pienso como debían de ser las cosas entonces, cuando la policía se sentía todavía más impune, y cuando alguien decía que lo habían pegado se daba por buena la versión policial de forma acrítica. Qué error. Qué gran error. Cuántos "I can't breathe", también en euskera, catalán o castellano, han quedado impunes. 

Y si queremos hablar de economía, de acuerdo. Pero el problema no es cuánto cuestan estos desórdenes públicos. La cuestión es cuál es el coste de su impunidad, la de la policía y la del Estado. Y que sin justicia no puede haber paz.