La gran fuga y los ladrones del tiempo

18 de Noviembre de 2024
Gina Tost | VIA Empresa

Estáis en el Tibidabo y entráis en un laberinto lleno de espejos infinitos, de esos que en cada reflejo os muestran una realidad de vosotros mismos que no conocíais. Ahora sois altos, ahora sois gordos, ahora tenéis las piernas largas, ahora la cabeza deformada… A cada paso, una sorpresa os invita a quedaros un rato más, a explorar un nuevo reflejo. Sin embargo,cada momento que pasáis, el tiempo desaparece y no vuelve: minutos, horas y días. ¿Vale la pena? Pues vosotros elegís cuando es el momento de salir. Un poco esto es lo que nos sucede con nuestro entorno digital actual. Un lugar brillante y atractivo, lleno de oportunidades y contenidos para consumir sin fin, pero, también, un "ladrón del tiempo" que nos atrapa con cada click, cada notificación, y cada reel de información.

Un ladrón que explota sutilmente nuestras emociones e impulsos más básicos. Como la necesidad de corregir lo que consideramos equivocado. ¿A quién no le ha pasado, viendo una publicación cargada de errores, sentir la irresistible necesidad de comentar y señalar todo lo que está mal? Este mecanismo de interacción es muy conocido por las plataformas: saben que las polémicas —y especialmente aquellas que se originan en errores evidentes o afirmaciones provocadoras— activan respuestas de corrección o de crítica inmediata, cosa que, en vez de alejarnos, nos retiene más tiempo.

Los algoritmos contribuyen, favoreciendo estas publicaciones para asegurar que todavía más gente las vea y se sienta interpelada. Es así como pasamos de corregir un dato a vernos involucrados en discusiones interminables, dentro de un ciclo que se alimenta solo: una interacción que abre camino a la siguiente, con nuevos comentarios, respuestas y correcciones que acaban atrapándonos en la misma trampa que inicialmente queríamos evitar. En esta cadena de interacciones, cada uno de nosotros aporta más minutos, más clicks y más datos que, al final, las plataformas convierten en ingresos publicitarios. Y ahora, sumad las notas de la comunidad en X, que se han transformado en foros de debate dignos de Forocoches.

"Los algoritmos están programados para captar nuestra atención, retenerla y, finalmente, explotarla en beneficio del negocio"

No se trata de demonizar este entorno, ¡sabéis que soy una gran defensora! Pero sí que tenemos que reconocer cómo está diseñado: un modelo económico donde el producto no es el servicio en sí, sino nuestro tiempo y atención, y a partir de aquí ir sumando. A medida que la tecnología ha avanzado, las plataformas digitales han ido perfeccionando una estrategia a la hora de cautivar. No es casualidad que pasemos cada vez más tiempos perdidos y ellos no hagan nada por solucionarlo; los algoritmos están programados para captar nuestra atención, retenerla y, finalmente, explotarla en beneficio del negocio. Más gente atenta equivale a más dólares en el banco (y digo dólares, pero podría decir yuanes).

Una de las muestras más claras de este modelo lo encontramos en la red social X (o Twitter, como decimos los que todavía llamamos Pryca al Carrefour). Desde su adquisición por parte de Elon Musk, la plataforma se ha convertido en un laberinto donde los espejos tienen tintes pornográficos, tóxicos, fascistas y estridentes. El uso intensivo de bots, la carencia de moderación y la promoción de contenidos polémicos tienen como objetivo el tiempo de los usuarios, puesto que cada uno de estos factores contribuye a la viralidad y, en consecuencia, al aumento de ingresos publicitarios.

En los últimos meses, no solo La Vanguardia, sino también otras medios como The Guardian, NPR y PBS, han decidido abandonar activamente X, cansados de ver cómo este laberinto de espejos se deforma en un espacio insostenible donde el impacto social negativo superaba los beneficios. Las instituciones que han salido de la plataforma lo hacen conscientemente, reconociendo que esta no es la red social que habían conocido, sino un lugar donde el algoritmo manipula la conversación pública en función de prioridades comerciales e intereses dudosos. Pero los mismos grupos de comunicación tienen otras de sus marcas activas en la red. Puede ser que sea un tipo de lavado de imagen mientras ellos siguen beneficiándose que sus artículos, videos, y audios, se sigan compartiendo y generando visitas provenientes de X. No los culpo, nos pasa a todos que somos activos en las redes y estamos alimentando nuestra presencia antes que cambiar las cosas.

"Mientras más usuarios "majos y puros" nos quedamos, más bonitos serán los reflejos, pero seguimos perdiendo de vista que el mundo no es como lo pinta Twitter"

Al fin y al cabo, el tiempo que nos quitan estas plataformas no es solo una cuestión de minutos u horas, sino de la calidad del debate público y de la autenticidad de las interacciones. Volvamos, pues, al laberinto de espejos: mientras más usuarios "majos y puros" nos quedamos, más guapos serán los reflejos, pero seguimos perdiendo de vista que el mundo no es como lo pinta Twitter. Afuera hay más gente que adentro. La puerta de salida existe, hay gente que no la ha cruzado nunca, y en los últimos días parece que todo el mundo se está marchando y nos han dejado solos en lo que parece la casa del terror.

Algunos nos hemos liado un poco con nuestros valores y nos negamos a abandonar X para dejar que corran los monstruos. Si dejamos este espacio a las criaturas de la noche, lo capitalizarán todo y estaremos defenestrados. O quizás ya hace tiempo que nos hicieron una purga y solo vivimos de la ilusión de Twitter del 2010. O a lo mejor no somos nosotros, de manera individual, los que deberíamos de estar limpiando las redes sociales de los otros. Me da mucha rabia reconocerlo, pero nos estamos mirando todo el rato al mismo espejo sucio, y tendríamos que salir.

Así, tal como ocurre en cualquier parque de atracciones, recuperar el tiempo perdido pasa para mirar más allá de los reflejos, las sensaciones, las anécdotas, encontrar la puerta, y marcharse. Quizás nos toca recordar que el mundo real nos espera con una perspectiva más clara y, por qué no, algo menos distorsionada.