El 2024 estuvo marcado por caos cibernético, con todos los ingredientes de un buen thriller tecnológico. Los ataques de ransomware hicieron saltar por los aires empresas y gobiernos, dejando claro que la seguridad digital aún tiene más agujeros que un colador. Mientras tanto, una actualización defectuosa de software, con Microsoft y CrowdStrike pasándose la pelota, provocó una interrupción global digna de un ciberataque de manual. El ciberespionaje tampoco se quedó corto: periodistas y activistas fueron el blanco de una vigilancia más agresiva que nunca. Y, por si no fuera suficiente, la inteligencia artificial terminó de sacudirlo todo, redefiniendo el panorama de la ciberseguridad como un terremoto digital.
Y ahora una revelación que os sorprenderá: El problema no es tecnológico.
Hay una metáfora clásica que dice que no importa cuán sofisticado sea el martillo si el problema no es el clavo. Así es exactamente lo que pasa hoy en día con muchos de los grandes retos tecnológicos: no son problemas de tecnología, sino de personas, procesos y prioridades.
"El ciberespionaje tampoco se quedó corto: periodistas y activistas fueron el blanco de una vigilancia más agresiva que nunca"
La historia se repite con diferentes noticias que tienen una misma lectura, ya que la tecnología no es una varita mágica que soluciona los problemas. Puede acelerar, optimizar y transformar, pero solo si la cultura, las políticas y las prácticas que la rodean están alineadas y no se utiliza como un parche de un problema más grande.
Pongo por ejemplo el cambio climático: grandes centros de supercomputación están trabajando con gemelos digitales, empresas trabajan con sensores ultrasensibles, y otras herramientas increíblemente avanzadas para ofrecer datos en tiempo real y de escenarios futuros sobre cómo combatir el cambio climático, pero si no somos capaces de ponernos de acuerdo en medidas políticas globales, estas tecnologías son solo un parche para ver cómo en pocos años seremos ceniza.
Ya hemos dicho que este pasado 2024 ha estado lleno de ataques informáticos devastadores, pero si lo analizamos en profundidad veremos que no han sido hechos con algoritmos ultrasecretos o máquinas de inteligencia artificial maligna: la mayoría han comenzado por un simple error humano: una clave de acceso compartida, un enlace clicado en un correo o un whatsapp, o un dato personal publicado sin pensar.
Y es que dentro del mundo del hacking existe el término “ingeniería social”, que es el arte de manipular a las personas o las empresas para que revelen información, y en 2024 ha estado en el centro de muchos de estos incidentes. Así nos deja una tarea pendiente para 2025: por mucho que invirtamos en tecnología, si las personas no están formadas o concienciadas en mirar más allá de la tecnología, continuaremos siendo vulnerables.
"Dentro del mundo del 'hacking' existe el término 'ingeniería social', que es el arte de manipular a las personas o las empresas para que revelen información"
Y no es un problema exclusivo de la ciberseguridad. En la educación, por ejemplo, hemos visto cómo la apuesta por ordenadores, tabletas y apps no ha solucionado la brecha educativa. Las escuelas que han tenido éxito con la tecnología son aquellas que primero han invertido en profesores formados y metodologías pedagógicas, y no se han dedicado solo a cambiar el formato libro por el formato PDF. De nuevo, el foco del éxito ha estado en las personas y la formación, no en las máquinas.
Entonces, ¿por qué nos empeñamos? La razón por la cual continuamos buscando soluciones puramente tecnológicas a problemas globales es porque son más tangibles y emocionantes. Es más fácil justificar una inversión en un software que en una formación a largo plazo para equipos humanos. Necesitamos soluciones bien pensadas, pero sin esos equipos preparados, ninguna plataforma, por avanzada que sea, tiene sentido.
"Las grandes innovaciones no se encuentran en el código, sino en las conversaciones, en la capacidad de colaborar y en entender que no todo se puede automatizar"
Si queremos avanzar en los retos que tenemos por delante, debemos aprender que la tecnología solo es una parte de la solución. Las grandes innovaciones no se encuentran en el código, sino en las conversaciones, en la capacidad de colaborar y en entender que no todo se puede automatizar. En tener un pensamiento digital crítico, en generar conversaciones incómodas con grandes corporaciones, con lo que queremos, y tener una estrategia mundial.
Así que, el gran reto no es diseñar mejores herramientas, sino crear contextos en los que estas herramientas realmente marquen la diferencia, y las personas piensen más allá de la tecnología para solucionar los problemas. Al fin y al cabo, los grandes problemas que tenemos son profundamente humanos, y no hay ningún software que pueda resolver esto por nosotros.