La actriz Patricia Conde cuenta a menudo que, cuando en una cita alguien le suelta aquello de “soy un hombre hecho a mí mismo”, no puede evitar pensar: “pues se nota que aún no has terminado”. Más allá del sarcasmo, su respuesta encierra una verdad como un templo, y es que nadie se ha hecho solo. Todos necesitamos, a lo largo del camino, personas que nos acompañen, nos inspiren y nos ayuden a detectar aquello que aún no sabemos ver. Precisamente, en el ámbito profesional, esa figura tiene un nombre bien conocido: el mentor.
Los mentores juegan un papel muy relevante (por no decir determinante) en la evolución de cualquier carrera laboral. Por eso es tan conveniente aprender a identificarlos bien, partiendo de la premisa de que no todos los mentores son verdaderos: también los hay falsos. A primera vista, la diferencia entre unos y otros puede parecer una cuestión de matices menores, pero con el tiempo se convierte en la clave para entender cómo se pueden generar dinámicas de crecimiento continuo… o levantar muros invisibles de estancamiento.
"Nadie se ha hecho solo. Todos necesitamos, a lo largo del camino, personas que nos acompañen, nos inspiren y nos ayuden a detectar aquello que aún no sabemos ver"
Una primera diferencia fundamental es que el falso mentor delega tareas, mientras que el buen mentor delega responsabilidades. Esto significa que uno solo busca aligerar el peso de su mochila, y el otro, en cambio, actúa con vocación de compartir el liderazgo y fomentar la participación. En la misma línea, también hay una gran diferencia entre quien regala los oídos y quien regala crítica constructiva. Porque el primero simplemente busca caer bien y evitar conflictos; pero el segundo pretende impulsar la mejora, aunque eso implique situaciones de tensión. Es más: el falso mentor crea comodidades perversas con un alto poder anestesiante, mientras que el buen mentor crea retos reales que te hacen avanzar y explorar nuevos límites.
Por otro lado, también conviene prestar atención al plano relacional. Y es que la característica esencial de un buen mentor es que siempre quiere verte volar, a diferencia del gurú de postal, que siempre preferirá verte a su lado. En realidad, resulta curioso comprobar cómo la mentoría impostada se limita a empatizar con los fracasos (porque eso permite mantener una cierta posición de superioridad) y es incapaz de emular a los verdaderos cultivadores de talento, que son aquellos que también saben empatizar con el éxito, alejando los virus de la inseguridad y la envidia.
Por último, es lógico que todos los mentores exijan algo a los perfiles emergentes, pero la diferencia está en que los fraudulentos se centran en exigir dedicación (horas, presencia y fidelidad), mientras que las buenas maestrías optan por exigir compromiso, una actitud que trasciende el tiempo y pone el foco en la implicación real y las ganas de aprender. En contraprestación, los orientadores más solventes se esfuerzan por dar ejemplo y, en cambio, los menos capacitados prefieren dar consejos.
"Un buen mentor siempre quiere verte volar, a diferencia del gurú de postal, que siempre preferirá verte a su lado"
Para expresarlo en pocas palabras, podríamos decir que el mentor auténtico es aquel que está a tu servicio, y el falso es el que te mantiene a su servicio. Dos maneras opuestas de entender el acompañamiento profesional, que acaban produciendo resultados muy distintos. De hecho, si con las pistas anteriores no es suficiente, existe otro truco infalible para detectar qué tipo de mentor tenemos delante: basta con comprobar si es de los que acumula un buen número de excolaboradores en puestos de responsabilidad o, por el contrario, de los que prefiere contar los años que lleva trabajando con las mismas personas.