En cualquier escuela de negocios, le enseñarán que una empresa se constituye con el fin de satisfacer una necesidad de mercado con el objetivo de generar valor para sus accionistas.
Si la empresa va bien, con el tiempo empiezan a recibir peticiones para hacer donaciones, la mayoría de las veces sin demasiado criterio, a causas u organizaciones sociales. A la vez, empieza la conciencia de implicar los empleados en diferentes actividades.
A menudo este tipo de actividades están dirigidas por el departamento de recursos humanos o imagen corporativa. Y aparte de dos notas de prensa, noticia a la web corporativa y cuatro fotos, no aporta un claro beneficio en proporción al esfuerzo invertido.
Con el paso del tiempo, y si la empresa se hace grande, ya no es la empresa sino los consumidores los que empiezan a esperar que estas empresas actúen como motores de cambio social y no sólo como generadores de beneficios empresariales. Piden un compromiso serio y continuado con los problemas sociales.
Un estudio dice que el 88 % de los consumidores piensan que las empresas tendrían que tener participación activa en la solución de los problemas sociales. Algunas empresas, pocas, aprovechan la oportunidad e introducen el compromiso social como parte de su estrategia de marketing . La RSC entra en el ADN de la compañía. Ya no hablamos sólo de caridad y filantropía, sino de ventas . De beneficios sociales y de beneficios empresariales. Es entonces cuando las compañías consiguen establecer una fuerte diferenciación con su competencia y las bases para su crecimiento futuro.
Pero esto, no se hace de la noche a la mañana y de cualquier manera, porque hay una delgada línea roja que se llama green washing. Atravesarla supone un efecto boomerang que puede destrozar de un solo golpe todo el esfuerzo invertido y la reputación de una marca.