El discurso del presidente de la Generalitat, Salvador Illa, en Madrid nos lleva, una vez más, a un tema recurrente que, en mi opinión, no se ha comprendido lo suficientemente bien a lo largo de las últimas décadas, casi siglos. La escala de economías locales, nacionales, no lleva a ningún lado. Con globalización, o sin ella. El antiguo director para España de una empresa en la que trabajé lo expresó muy bien un día: “Ser el primero de España es como ser el primero de Murcia”.
Antes de entrar en la actual Unión Europea (UE) España era un gran mercado sin aranceles que explotábamos sin demasiadas limitaciones. Sin embargo, si Catalunya históricamente había sacado provecho, era debido a tener muy claro un principio fundamental: en Madrid no nos son amigos y nunca nos ayudarán, nunca harán nada que nos pueda beneficiar. Esta actitud ya viene de lejos, y es provocada por eventos que no es necesario recordar aquí. A raíz de las sucesivas derrotas, en nuestra casa ha habido tradicionalmente dos actitudes: los que han pasado a aceptar la derrota y a colaborar con España, y los que han optado por pasarse a la resistencia -descarada o disimulada-. Ambos posicionamientos, a pesar de ser diferentes y a menudo enfrentados, han estado siempre conscientes de un hecho común: en Madrid no nos eran amigos. Y eso hay que saberlo para entender lo que nos ha sucedido.
"En Madrid no nos son amigos y nunca nos ayudarán, nunca harán nada que nos pueda beneficiar"
La obsesión por ser los primeros de España ha sido al mismo tiempo: el maná y el veneno letal para Catalunya. El maná a corto; el veneno a largo. Mientras rigieron las economías de las naciones estado -con sus aranceles, sus regulaciones protectoras, sus fronteras, etc.- la situación de Catalunya era de un cierto privilegio. Íbamos sobrados. Éramos la fábrica de España y, a cambio de un mercado desprotegido al que colocar los productos, tolerábamos este famoso trasvase de recursos impositivos de Catalunya hacia España.

Pero esta facilidad también ha ayudado a crear una malformación. Nos acostumbró a vender sin necesidad de aprender nuevos idiomas -con la castellanización impuesta ya íbamos tirando- ni tampoco nos obligó a aprender nuevas prácticas -diferentes legislaciones, costumbres, hábitos negociadores, etc.-. Nos acostumbramos a ser los primeros de la clase sin hacer demasiado esfuerzo. De una clase formada, mayoritariamente, por burros. Muy diferente de los holandeses, o los belgas, los suizos, los austriacos, los daneses, los finlandeses, etc. que saben perfectamente que, por poco que se muevan, ya están fuera del país. Ellos, para crecer, han necesitado siempre mirar más allá. No era nuestro caso. Estos pequeños países, desde siempre, estaban acostumbrados a transaccionar inmersos en ambientes totalmente foráneos. Nosotros no. A pesar de que nos moleste, nosotros teníamos al lado España. Para las cosas buenas y para las malas.
"La obsesión por ser los primeros de España ha sido al mismo tiempo: el maná y el veneno letal para Catalunya"
Dado que la vara de medir que habíamos tomado como referente era corta (España) cuando llegó la hora de capear los embates fuertes, nos cogió debilitados. El montaje secular catalán entró en crisis a raíz de nuestra entrada en la Comunidad Económica Europea combinado con el cambio de hábitos y predisposiciones de los catalanes hacia Madrid. Porque, es claro, las cosas empezaron a no encajar del todo: “Muy bien, mantengo déficit de balances fiscales con España porque me permiten colocar el producto a, por ejemplo, Extremadura sin pagar aranceles” era nuestra cancioncita tradicional alargada por la Transición. Pero es que desde 1986 también podemos colocar productos sin aranceles en Austria. ¡Y a ellos no les tenemos que pagar ningún peaje en forma de déficit en las balances fiscales!
Por suerte, muchas empresas catalanas han comenzado, aunque tarde, a poner su mirada más allá del Pirineo. Y las exportaciones catalanas van tan bien que ya exportamos más fuera de España que en España misma. Y eso es bueno -miren, si no, las tendencias de los pequeños países de la UE. En fin, ser los primeros de Murcia no nos interesa. A menos que forme parte de una estrategia política, claro, que dice que en Madrid nos son amigos...