The King's Speech (El discurso del rey, 2010) es una película catalogada como histórica, y esto no podemos decir que sea del todo incorrecto, está claro, pero no es esto lo que me preocupa hoy. A la luz de los acontecimientos de estos últimos días, especialmente después de los resultados sorprendentes de las elecciones en Estados Unidos, vale la pena volver a verla, puesto que es una película magnífica y muy iluminadora: es un claro ejemplo de la importancia de tener la capacidad de influir en las opiniones y emociones de los ciudadanos.
Bertie es un rey que no tiene capacidad para hacer discursos dignos; se convertirá en Jorge VI, para sorpresa suya y en contra de su voluntad, cuando la abdicación de su hermano provoca una interrupción a la línea de sucesión. Bertie es tartamudo, una característica realmente desafortunada y limitadora en una época en la que los mensajes de radio o los discursos ante las multitudes marcan la agenda política mundial. Fíjate en quiénes son sus contemporáneos: Hitler y Churchill, que, en cuanto a la ideología, son totalmente contrapuestos, pero son completamente equivalentes en habilidades oratorias, capacidad de convencer y liderazgo popular. No veremos a Bertie como un rey fiable hasta el final de la película, cuando finalmente es capaz de hacer un discurso conmovedor para declarar la guerra a la Alemania nazi. Disculpadme el espóiler.
La decisión que millones de estadounidenses tomaron el pasado martes puede parecer incomprensible (lo reconozco, a mí me parece totalmente incomprensible), pero hay una lección clara detrás de esto: quien quiera obtener el poder tendrá que ganarse a los ciudadanos y, para eso, es imprescindible controlar los medios que las personas utilizan para formar sus opiniones y construir sus emociones.
"Quien quiera obtener el poder tendrá que ganarse a los ciudadanos y, para eso, es imprescindible controlar los medios que las personas utilizan para formar sus opiniones"
A mediados del siglo XX, en Europa, los ciudadanos usaban la radio para recibir información. Churchill lo sabía mejor que nadie, igual que Hitler. Los diarios tenían mucha importancia, está claro, pero eran herramientas de la élite, a pesar de los denominamos medios de comunicación de masas. La década de John Fitzgerald Kennedy no se puede entender sin reconocer su habilidad por la televisión, ni tampoco la presidencia de Ronald Reagan, si dejamos de lado su carrera previa como estrella de cine. Barack Obama fue el primero en hacer los primeros pasos en el uso de las redes sociales, mientras que en otros lugares del mundo veíamos la Primavera Árabe en Facebook. Hay señales claras que detrás del Brexit y del primer mandato de Trump hubo una danza de algoritmos no del todo clara, y hay quien dice que el auténtico ganador de estos dos procesos fue la casa Cambridge Analytica.
En las elecciones europeas, el Viejo Continente giró a la derecha, notablemente. En Estados Unidos, el gobierno que no respeta el mínimo de dignidad humana será casi todopoderoso durante los próximos cuatro años. Cuando se hagan las elecciones en Alemania, probablemente la próxima primavera, el partido del canciller Olaf Scholz se verá en apuros. En Francia, Emmanuel Macron hará unos cuantos años más como presidente, pero el 2027 será la fecha de caducidad. Italia, Austria, Suecia... ¿queréis más ejemplos?
En el 2021, cuando se esparció la noticia que Elon Musk quería comprar Twitter, muchos pensamos que aquella cantidad de dinero era desorbitada, y ahora sabemos que aquel precio no era para conseguir un pájaro, sino para tener una silla en el despacho más poderoso del mundo.
"Viviendo en una etapa de oscuridad algorítmica, ¿cuáles son las habilidades que tenemos que adquirir para garantizar la vigilancia democrática?"
La radio exigía la capacidad del habla, la televisión el aspecto, la primera era de las redes sociales la empatía y la conexión. Viviendo en una etapa de oscuridad algorítmica, ¿cuáles son las habilidades que tenemos que adquirir para garantizar la vigilancia democrática? El mensaje es el medio, sí, pero decidir dónde queremos llegar, al menos por ahora, nos corresponde a nosotros.