Cuando pensamos en una supermujer, nos viene a la cabeza una figura perfecta, arreglada. Una mujer que puede hacer más de dos, tres, cuatro cosas a la vez, que tiene familia y concilia, que tiene un trabajo con una alta responsabilidad, es simpática con las vecinas, y siempre tiene un momento para atender la vida social. Una persona que lo puede todo. Ciencia ficción.
En el mundo de los negocios, sin embargo, la realidad de las súper mujeres que lideran es más parecida a ir en patinete mientras arrastras una mochila llena de piedras, que a volar con elegancia. Es innegablemente una carrera desigual donde los estereotipos, los micromachismos, las exigencias, y los síndromes de la impostora, actúan como la gravedad: invisible, constante, pesada, y difícil de eliminar.
No os cuento nada nuevo, ya que el mito de la supermujer no es la última tendencia del 2025, pero en el mundo empresarial y tecnológico toma una dimensión particularmente cruel cuando nos miramos en él y vemos el panorama de los “tecnobros”. Si una mujer alcanza una posición de liderazgo en este sector, a menudo se espera que sea un ejemplo perfecto: una visionaria implacable, una mente brillante y, naturalmente, alguien capaz de equilibrar una jornada laboral de 12 horas con el cuidado emocional de todos a su alrededor. Tenga hijos, perros, gatos, o no tenga. Si los tiene, “qué bien que lo hace, aunque solo los vea alguna hora semanal”, y si no los tiene, “claro, ¿por qué si no habría llegado hasta donde está?”. Nunca gana.
"En el mundo de los negocios, la realidad de las súper mujeres que lideran es más parecida a ir en patinete mientras arrastras una mochila llena de piedras, que a volar con elegancia"
Cuando esta mujer falla (porque todos fallan), el juicio es implacable. No ha fallado ella: ha fallado “la mujer”, como si una sola persona pudiera cargar la representación de género entera.
Mientras tanto, los hombres en el sector pueden ser genios excéntricos, antipáticos, incultos, despeinados, fascistas, y vestir como adolescentes mediocres, sin que esto despierte la más mínima crisis existencial colectiva. Y ya os digo yo que no tendrán ni un atisbo de síndrome del impostor: ellos están allí porque ellos se lo merecen.
Lo vimos con Elizabeth Holmes (la de la startup Theranos), pero no con Billy McFarland (el del Fyre Festival). Ella era una impostora que había estafado a los inversores por ser hija de quien era, una nepobaby. Él, en cambio, sólo había engañado a unos “nanos que querían ir de festival”. La vara de medir es muy curiosa en ambos casos.
Ya lo dicen: una mujer al frente de un proyecto a menudo se ve atrapada en una dicotomía imposible. Si es asertiva, se la tilda de fría o autoritaria. Si es empática, es poco profesional. Todo esto mientras navega en un océano lleno de micromachismos: comentarios condescendientes, paternalismos, interrupciones constantes en las reuniones o, incluso, la sorpresa de verla liderar, como si un unicornio hubiera aterrizado en la sala. Y en el mundo tecnológico, donde todo es fuerza masculina, aún se nota mucho más.
Actualmente, las mujeres sólo ocupan aproximadamente el 28% de los puestos de trabajo en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM) a nivel mundial. Aún más preocupante, menos del 10% de los cargos de liderazgo en las principales empresas tecnológicas son ocupados por mujeres. Estas cifras reflejan un techo de cristal que, aunque esté parcialmente agrietado, aún persiste con fuerza.
"Menos del 10% de los cargos de liderazgo en las principales empresas tecnológicas son ocupados por mujeres"
Estas “piedras invisibles” que llevamos en la mochila no solo dificultan el vuelo, sino que también minan las fuerzas día a día. Porque, por muy talentosa que sea, la lucha contra el sexismo sutil y las expectativas absurdas no se acaba nunca. Es como si tuviera que demostrar constantemente que tiene derecho a la capa y al lugar a cada segundo.
Pero, como toda buena superheroína, las mujeres en altos cargos siguen volando. No porque sean súper, sino porque son mujeres, y si algo nos enseña la vida es a ser resilientes.
No sabéis la cantidad de mujeres poderosas que asesoro para moverse en mundos de hombres para hacerse un lugar sin perder la esencia. Una de las cosas que había pensado fue crear un grupo para mujeres con síndrome de la impostora, o que simplemente quisieran hacerse valer en un mundo de hombres: en reuniones donde hay comentarios fuera de lugar, donde la juventud no nos juega a favor, y donde nos cuesta hacer codos para tener un atisbo de visibilidad. Entre la terapia y un máster de management. Pero después pensé que sería más fácil intentar hacer ver a los hombres que hay cosas que también les hacen daño a ellos, y sería más fácil.
Tenemos que redefinir las normas, rechazar la perfección absoluta, y crear redes de apoyo que actúen como corrientes de aire para levantarnos. Gracias a las que nos impulsan y las que han marcado camino antes, hoy las mujeres jóvenes que entran pueden ver que la capa no sólo es una carga, sino un símbolo.
Y ahora quizás os desvelo una verdad oculta e incontestable: En esta vida nadie vuela sin apoyo. Ni siquiera los héroes masculinos de los cómics.
El reto no es que las mujeres carguen menos piedras para volar más alto, sino que todos nosotros, como sociedad, empecemos a normalizarlo y abrazarlo con naturalidad. Porque cuando dejamos de esperar que sean superhumanas, es cuando podrán demostrar que, como todo el mundo, su potencial es infinito.
Así, quizás un día la capa ya no será un símbolo de lucha, sino simplemente un símbolo de orgullo, para impulsar a las que vienen detrás.