No sé si habéis leído últimamente que también en Barcelona se está poniendo de moda leer en silencio, o silent reading, porque en inglés todo suena mucho más sofisticado.
Para quienes aún no lo habéis visto, se trata de reunirse con un grupo de personas, muchas veces desconocidas. Cada uno lleva su libro y pasa una hora o más leyendo en silencio.
Es una tendencia que, como casi todo, se puso de moda en Estados Unidos hace unos años. Allí se organizaban estos encuentros, a veces en bibliotecas locales, otras con más glamour, en restaurantes con pianista tocando música de fondo y una copa de vino.
Cuando lo escuché por primera vez, sinceramente, no lo entendí. Para mí, quedar con gente y estar callada es un oxímoron.
A mí me encanta leer; uno de mis grandes placeres son las reuniones con mi club de lectura, donde precisamente compartimos lo que cada una ha pensado o experimentado con la novela que todas hemos leído.
Pero decidí investigar.
No sé si sabéis que, hace muchos años, el concepto de leer en silencio no existía. Pocas personas sabían leer, y hacerlo era una actividad comunal. Fue San Ambrosio de Milán, en la Edad Media, el primero que San Benito vio leyendo en silencio, y lo relató escandalizado: “Cuando leía, sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía el mensaje, pero su voz y su lengua permanecían quietas”.
Se consideraba una actitud totalmente extravagante, egoísta y mal vista. Incluso se prohibía leer en silencio, especialmente a las mujeres, porque leer sin compartir podía llevarnos a elegir lecturas que no “tocaban” e incluso a tener pensamientos impuros...
Hace unos días participé, un poco escéptica, en mi primera sesión de silent reading, con un libro que estaba terminando y que me “reservé” para disfrutarlo en compañía. Al principio me pareció algo extraño. Me dieron mi copa de vino, me senté con mi libro, todos callados y concentrados, y la verdad es que el tiempo se me pasó volando. Nos avisaron de que la hora había terminado y a casa. Pero logré algo que, quienes no me conocéis, debéis saber que no es fácil: relajarme. ¿Lo haría de nuevo? No lo sé.
"Me dieron mi copa de vino, me senté con mi libro, todos callados y concentrados, y la verdad es que el tiempo se me pasó volando"
Hablando con amigas, una me contó que hace unos meses fue a un retiro de esos que combinan yoga, meditación, comida vegetariana en un pueblecito del Montseny y SILENCIO. Mi amiga pasó tres días con un grupo de personas desconocidas, casi todas mujeres, compartiendo 24 horas, incluso la respiración por la noche en esas grandes habitaciones llenas de literas, y no abrieron la boca.
No fue hasta el final que se presentaron para ver si algunas podían compartir coches para el regreso. Y las que volvieron juntas pudieron verbalizar algo de información sobre ellas. Yo, sinceramente, soy totalmente incapaz de hacer un retiro como este, y si alguien me lo regala por Navidad, es que no me quiere nada bien.
La moda de estar en silencio acompañado ha surgido por una necesidad de nuestra sociedad de poder “desconectar”. Cuando haces una lectura silenciosa, un retiro, o una fiesta silenciosa (esto ya os lo contaré otro día), es para obligarnos durante un tiempo, considerado largo, a estar totalmente desconectados de la tecnología y concentrados en una sola actividad, sin ningún tipo de interrupción.
Y esta moda del silencio en comunidad nos obliga a hacerlo. Porque todos sabemos que un reto, si no es compartido, puede quedarse en una buena intención. Pero, si lo expones en público, es mucho más probable que lo lleves a cabo.
"Cuando haces una lectura silenciosa, un retiro o una fiesta silenciosa, es para obligarnos durante un tiempo, considerado largo, a estar totalmente desconectados de la tecnología"
Muchos estudios reflejan la gran problemática de nuestra sociedad precisamente en estos dos ámbitos: la conexión digital 24/7 y la falta de concentración. Y esta dependencia de la tecnología es una adicción peligrosa. Un estudio reciente de DKV y la Fundación Educar es todo publicaba una estadística que decía que la mitad de los adolescentes tienen un problema de adicción a la tecnología. Cuando están tristes, su refugio son las redes sociales, y son adictos al multitasking: comer con el ordenador, estudiar revisando “likes” que les generan dopamina... Pero podría mencionar estadísticas de casi todas las edades, incluida la mía.
Finalmente, la conclusión. Ahora entiendo el porqué de esta moda. Yo no estoy tentada a repetir, pero me parece preocupante que los seres humanos no seamos capaces de concedernos, sin la presión del grupo, ratos de silencio, ratos para concentrarnos solo en algo que nos guste.
Y quizá también haya surgido para aliviar la tristeza que genera en muchas personas la soledad no deseada, pero eso es otro tema demasiado importante para tratarlo hoy.
Y me pregunto: ¿cuál será la próxima moda?