Puedes matar al pájaro, pero no a la idea. La frase no es mía, es del artista leridano Jordi Calvís. La publicó el 15 de noviembre en la red Bluesky. La frase iba acompañada de una ilustración donde aparece el pajarito de Twitter desangrándose en un charco de sangre debido a un estandarte con una X gigante que lo tiene clavado al suelo. Un águila que sostiene otra X con las garras corona el estandarte. Arriba, una mariposa blanca que abandona a modo de alma el cuerpo moribundo del pajarito. Todo en un fondo de cielo azul.
El azul del cielo es el color del pajarito original de Twitter, y la mariposa blanca es el icono de la red Bluesky. Poesía, apocalipsis y crítica social en una sola ilustración.
éXodo
Ante la enésima maniobra de fuerza de Elon Musk, mucha gente ha dicho basta y ha decidido huir de X. La plaza global, el ágora que creíamos que era Twitter, nunca lo había sido. Musk solo hizo más evidente el autoengaño; una plaza pública nunca puede ser de una empresa privada. Era fácil creérselo mientras lo que veíamos no estaba filtrado por ningún algoritmo, los dueños eran hippies de San Francisco y los que estábamos allí nos conocíamos todos. Eso era hace quince años. Hoy, con un algoritmo que amplifica las posiciones más extremas, con bots que ganan dinero por publicar y con un propietario que llama a la guerra civil y difunde teorías de la conspiración, es más fácil darse cuenta de lo equivocados que estábamos.
"La plaza global, el ágora que nos pensábamos que era Twitter, no lo había sido nunca"
De esta fuga masiva de X, algunos medios anglosajones la llaman Xodus (leído en inglés, exodus). Las causas, como siempre pasa, y más en las redes sociales, son una mezcla de decisiones racionales y emocionales. Entre las racionales podemos encontrar la degradación conceptual de lo que fue Twitter y la degradación funcional de lo que es X.
El Twitter que fue
Twitter fue concebido en 2007 como una plataforma de microblogging. Los que teníamos blog entonces, teníamos una categoría de entradas que llamábamos "a banda" (aside, en inglés). Eran entradas cortas, pensamientos, anotaciones breves que no daban para escribir una entrada larga. La pereza, la facilidad de publicación y la posibilidad de hacerlo en móvil llenaron muchos blogs de entradas "a banda", o hablando con propiedad, los convirtieron en microblogs. Ese era el espíritu inicial de Twitter (por entonces estaba de moda hacer los nombres de las webs crípticos), una red centrada en las personas. Lo demuestra la pregunta que había en la caja de publicación: “¿Qué estás haciendo?”.
Eran tiempos en que Twitter no tenía ni menciones a usuarios ni etiquetas. Los usuarios comenzamos a usarlas y Twitter lo adoptó. El por entonces CEO Jack Dorsey lo calificaba de una creación cultural colectiva.
Otro de los alicientes era que podías conectarte como quisieras y desde donde quisieras. Twitter tenía una API abierta que permitía a los desarrolladores crear servicios que añadían valor a la plataforma. De la misma manera que diferentes usuarios usamos distintos navegadores para acceder a la web, Twitter nos dejaba acceder a través del programa que más nos gustara. Mención especial para el cliente Tweetbot de Tapbots y el famoso Tweetdeck que compró Twitter.
Twitter no generaba ni un céntimo de beneficios, pero los inversores estaban contentos con el crecimiento de la plataforma y con algo aún más insólito: su desproporcionada influencia mediática respecto a su número de usuarios. De repente, todos los programas de televisión y radio del mundo vehiculaban la participación de la audiencia vía Twitter. Nacía el directo social que seguro que habéis experimentado en los partidos del Barça, la final de la Champions o Eurovisión.
La plaza que no fue
Las cosas empezaron a torcerse cuando en 2012, la política errática de Twitter comenzó a perjudicar a los desarrolladores. De repente, pequeños estudios que vivían de vender un cliente de Twitter en las tiendas de aplicaciones se encontraron con que dejaban de funcionar de un día para otro. Primera señal de que la plaza cívica global no es de todos. Y aún más importante: todos los datos, metadatos, tuits y conversaciones estaban en los servidores de la empresa; Twitter era una aplicación centralizada. Desde un punto de vista tecnológico, legal y empresarial, para controlar la “conversación global” solo era necesario actuar sobre los servidores de la empresa.
Dorsey, consciente de este punto débil, decidió en 2019 empezar un proyecto interno de investigación para descentralizar Twitter. La idea era distribuir los datos de Twitter por distintos servidores tal como distintas webs están distribuidas en diferentes servidores. Si iba bien, esta debía ser la próxima iteración de Twitter. La visión de Dorsey era crear un Twitter descentralizado y que no fuera propiedad de nadie. No fue así. Musk compró Twitter en octubre de 2022.
"Las cosas se empezaron a torcer cuando en 2012, la política errática de Twitter empezó a perjudicar a los desarrolladores"
Dorsey, sin embargo, había transferido el proyecto a una empresa de nueva creación de su propiedad con el nombre de Bluesky, salvándola de las garras de Musk. Bluesky abrió en beta privada solo para iOS y por invitación en febrero de 2023.
¿Beta privada? ¿Solo para iOS? La cuestión no va de elitismo sino que es toda una declaración de principios. El objetivo inicial no era crecer a toda costa y salir a competir con el todavía Twitter, sino crecer de manera controlada evitando todos los errores de Twitter. Lo que no sabíamos era que lo que haría Elon Musk haría buena la errática política de las distintas direcciones de la red del pajarito; de hecho, haría bueno a Mark Zuckerberg.
La muerte del pajarito
Lo primero que hizo un desatado Elon Musk fue cerrar los equipos de moderación de la plataforma. El ego pudo más que la visión comercial y cambió el nombre de la plataforma a X. Aparte de adoptar una imagen gráfica que no pasaría un examen de final de curso de la clase de los delfines, suprimir el pajarito supuso la eliminación de una marca icónica, reconocible por su forma —como la imagen de Nike o de Apple— y que ya se había convertido en un verbo. La broma le costó en valor de marca entre 4.000 y 20.000 millones. Literalmente una broma para Musk. La relajación de las políticas de moderación propició un aumento preocupante de los discursos de odio, convirtiendo a X en un lugar menos seguro y más hostil.
Otro punto controvertido fue la introducción de Twitter Blue, una marca de verificación que monetizaba funciones básicas que antes eran gratuitas, alienando así a una parte importante de la comunidad. Cualquiera puede comprar una etiqueta azul de "verificado". El resultado es lo contrario de lo deseado: tenerla implica que pagas para que tus publicaciones se vean más, que en realidad estás comprando una notoriedad que no tienes. La penúltima medida poco ética del magnate fue hace un mes, el cambio de funcionalidad del bloqueo de usuarios. Ahora, si bloqueas a un usuario, no puede responder a tus publicaciones, pero las sigue viendo. ¿Os imagináis cómo queda de desprotegida una víctima de acoso con su acosador sabiendo qué está haciendo y con quién está en todo momento? Elon parece que no.
La estocada final —la del diseño del Calvito— ha sido a raíz del apoyo que el billonario ha otorgado a Trump. Dos investigadores australianos, Timothy Graham y Mark Andrejevic, han publicado un estudio que lleva por título Un análisis computacional del potencial sesgo algorítmico durante las elecciones de 2024 en los EE.UU. El estudio monitoreó el alcance de los tuits de Elon Musk respecto al de prominentes miembros del Partido Demócrata. El comportamiento fue el esperado: los tuits de Musk tenían más difusión que los del resto de cuentas. Hasta que llega la fecha del 12 de julio de 2024. A partir de ese día, el alcance de los tuits de Musk sube una media de 4,43 millones de visionados más. La fecha es la del atentado contra Trump y la del tuit de Musk diciendo que le daba su apoyo total.
"Y sí que es cierto que si no hacemos nada, las cosas continuarán igual"
Todos estos cambios no son aditivos sino que son combinatorios; unos se retroalimentan de los otros y hacen cada vez peor la plataforma. Twitter se degradaba, lo sabíamos y a pesar de todo estábamos allí. Todo ello me recuerda mucho a una analogía que el filósofo y humorista Magí Garcia @modgi hizo en La Sotana sobre el mundo del fútbol. Hablaba del fútbol como una pasión irracional que nos atrae a pesar de la cantidad de cosas que nos rebelan contra él: las selecciones, las supercopas en Arabia Saudí, el mundial de Catar, el machismo de Rubiales, su repugnante comportamiento en la final del mundial... "Es como si nos pusieran a prueba constantemente para ver cuánta mierda más somos capaces de tragarnos", decía Magí.
#SeAcabó
Y sí que es cierto que si no hacemos nada, las cosas seguirán igual. Un documental de Netflix narra lo que ocurrió con la selección española de fútbol antes del caso Rubiales y lo que ocurrió cuando las jugadoras se plantaron. Fue precisamente un tuit de Alèxia Putellas diciendo basta lo que lo hizo explotar todo. Está claro que X no estallará por unos cuantos tuits de basta o porque unos cuantos denunciemos ante la opinión pública la manipulación con fines nefastos. X es mucho más poderoso que la RFEF. Pero el hecho de que muchos usuarios que estábamos allí desde el principio, medios, instituciones, organizaciones y empresas se planten es una buena señal. No por los desastres que Musk ha hecho en X sino por los que ya ha dicho que hará.
Lo explicaba el otro día Carole Cadwalladr en un brillante artículo en The Guardian donde daba 20 razones para sobrevivir a la broligarquía que Trump y Musk nos impondrán. En la razón 3 hablaba del McMuskismo, una caza de brujas como la que supuso el McCarthismo de los años 50 en los EE.UU. pero ahora con el capital financiero, de datos y de IA de Elon Musk.
"Trump es en realidad el McGuffin de la película"
En el McMuskismo, la tecnología se convierte en una herramienta para identificar y perseguir enemigos políticos, manipular el debate público, amplificar voces afines y marginar aquellas que no se ajustan a determinadas ideologías. Una nueva forma de persecución digital que aprovecha las herramientas tecnológicas para etiquetar disidentes, priorizar mensajes afines al poder y fomentar una cultura de polarización.
No me invento nada. Todo esto ya lo ha hecho Musk antes en X: ha eliminado voces críticas, ha usurpado nombres de usuario que le interesaban, ha amplificado las teorías de la conspiración, ha diluido el debate en un mar de desinformación, ha permitido el acoso con ejércitos de bots, ha atacado a minorías, ha ralentizado el acceso a webs de diarios y ha modificado el algoritmo para amplificar sus tuits en particular y los de su cuerda en general. Trump es en realidad el McGuffin de la película.
Por lo tanto, hoy más que nunca nos lo han puesto más fácil para hacer un "se acabó". Nos vemos en ganyet.bsky.social.