La semana pasada tuve el privilegio de participar en uno de los debates verificados que organizan La Vanguardia y Verificat, la organización sin ánimo de lucro que vela para que el debate social sea razonado, argumentado y basado en datos. En un mundo donde cada vez más la opinión nos llega antes que la información y donde la desinformación ya viene de serie con el canal, parece que tienen trabajo para muchos años. En este caso, el debate iba sobre pantallas y la pregunta que nos hacíamos era si eran una amenaza o una herramienta educativa. Si lo queréis ver lo podéis encontrar aquí.
El debate fue muy enriquecedor y aprendí muchísimo, y no solo de lo que dijeron mis compañeros de mesa, sino del formato. Allí, ¿el medio es el mensaje? Pues en carne propia.
Debo decir que prefiero que me inviten a un debate que a dar una conferencia o una clase magistral; no tengo que prepararme demasiado y como siempre hay gente que sabe más que yo, aprendo muchas cosas. Lo mejor del mundo. Pero, ay, los de Verificat —debates y gente— son diferentes. Semanas antes del evento te piden que les envíes los temas que tocarás. ¿Semanas antes? ¡Pero si es un debate! Y no contentos, también piden referencias, datos, estadísticas, artículos, libros, estudios, cortos de TikTok, memes… todo lo que creas que usarás para basar tus afirmaciones, que ellos ya lo validarán. Madre de Dios. Como os podéis imaginar, y se sabía desde el primer día, les entregué toda la documentación el viernes de la semana antes del debate.
"El faldón de la mesa mostraba el mismo 'Aquí no hay espacio para mentiras' que colgaba sobre nuestras cabezas"
Con el placer del deber cumplido, el martes sobre, me presenté al evento que era en la espectacular sala del mirador del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Al fondo de la sala y tocando las ventanas, un estrado con cinco sillas. Frente a él, las del respetable. Suspendida en el centro del estrado, y a la altura de la cabeza de los participantes del debate, una pantalla enorme con un texto que no engañaba a nadie: “Aquí no hay espacio para mentiras”. Una declaración de intenciones para la audiencia y una espada de Damocles para los participantes. Y eso no era todo.
A la izquierda del estrado, bien visible para el público, pero especialmente para los participantes, había una mesa con tres miembros de Verificat que se encargaban de validar todas las afirmaciones que se hacían en el debate. Esta mesa de verificación en tiempo real tenía el micrófono abierto y pedía la palabra siempre que había que hacer un matiz o desautorizar una afirmación de la que no hubiera ninguna fuente pública que la avalara. El faldón de la mesa mostraba el mismo “Aquí no hay espacio para mentiras” que colgaba sobre nuestras cabezas.

Recuerdo que cuando Verificat publicitó por redes el debate recibí mensajes de gente que 1) estaba interesada en el tema y decía que vendría y 2) felicitaciones por haber aceptado el formato de debate. No entendía mucho por qué algunas felicitaciones sonaban a un “te acompaño en el sentimiento”. Al final fue enriquecedor en más de lo que pensaba. Aparte de la calidad de las intervenciones y la sapiencia de mis compañeros, el formato del debate te obliga a pensar las cosas dos veces antes de decirlas y a reducir la opinión a la mínima expresión.
En un panorama comunicativo donde recibimos la información envuelta de opinión, cuando no es desinformación directamente u opinión simplemente, hacer el esfuerzo de intentar hablar con datos y hechos medibles es un ejercicio que se vuelve revolucionario.
"El formato del debate te obliga a pensar las cosas dos veces antes de decirlas y a reducir la opinión a la mínima expresión"
Al final del debate pude hacer una pregunta sobre el tema a mis compañeros. Todos los datos de percepción de ansiedad entre los jóvenes de 12 a 17 años, de número de ingresos por ansiedad, por autolesiones o por intento de suicidio, han subido dramáticamente desde 2010 hasta hoy (las gráficas asustan mucho). La observación se repite a través de continentes, países, culturas y clases sociales. También coincide que los trastornos derivados de la mala utilización del móvil afectan más a niñas y chicas que a niños y chicos. Todos los estudios coinciden en que hay una correlación entre estas estadísticas y el incremento del uso de los móviles entre los adolescentes. ¿Correlación pero no causalidad? Esa fue mi pregunta.
Ninguno de mis compañeros tenía suficientes argumentos para afirmar que hubiera causalidad. De la mesa de verificadores también me dijeron que no hay estudios que lo demuestren.
Pero a pesar de la verificación no acabo de estar del todo convencido. Ese año coincidieron las conexiones móviles de banda ancha, las redes sociales, los feeds algorítmicos y la cámara frontal del iPhone 4. No cuesta mucho atar cabos. Pero eso sería una opinión que los de Verificat no me dejarían pasar. Por eso os remito a la biblia sobre el impacto de los móviles en los adolescentes de todo el mundo: el libro del psicólogo social Jonathan Haidt que en español se ha traducido como La Generación Ansiosa.
Y si queréis, siempre podéis mirar los materiales de investigación del libro para formaros vuestra propia opinión. Eso sí, con datos que podéis verificar.