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La otra cara de la guerra

02 de Marzo de 2022
Genís Roca

Estoy conmocionado observando desde el sofá como estalla una nueva guerra en Europa. No sé quedarme indiferente y consumo medios de información de distintos países, leo análisis y opiniones, sigo las noticias casi en tiempo real, me indigno escuchando algunas decisiones y me entristezco viendo como la estupidez humana continúa estando al frente del mundo.

 

Me explican cómo se están bloqueando los activos económicos de los oligarcas rusos, descubro una cosa que se llama sistema SWIFT que puede desconectar el sistema financiero de un país, y veo como el rublo cae más de un 30%. Que se ha activado el sistema nuclear de Rusia, que Finlandia y Suiza quizás no serán neutrales, que Alemania decide enviar armas, que se considera el ingreso exprés de Ucrania a la Unión Europea, que la OTAN vuelve a tener sentido y que una columna de cinco kilómetros de carros de combate rusos avanza hacia Kiev. Que el suministro de gas sigue funcionando bien pese a todo, que aún no hay problemas graves de suministro de alimentos en las ciudades asediadas, que las federaciones deportivas están tomando decisiones y que el festival de Eurovisión también ha tomado posición.

Las crónicas crudas y humanas de Manel Elias y Lluís Caelles en TV3 tienen la virtud de acercarnos también la realidad del paisaje humano más anónimo. Gente sorprendida, cansada, harta de ser víctima de ideas e intereses que ni conocen ni quieren entender, que reclama vivir su vida porque no van a tener otra y la están perdiendo de una manera absurda. Población civil que prepara cócteles molotov, que se manifiesta, que lucha, que huye, que llora, que queda desamparada en la calle, que sufre, que muere.

 

Población civil que prepara cócteles molotov, que se manifiesta, que lucha, que huye, que llora, que queda desamparada en la calle, que sufre, que muere

Demasiado a menudo el análisis que hacemos de las guerras se contagia de la testosterona que las provoca, y analizamos con más rigor y detalle el armamento que se utiliza, las estrategias que se aplican y el impacto en la economía y las relaciones internacionales, que no los crímenes y el sufrimiento. Es como si diésemos por sobreentendido que en las guerras pasan cosas feas, y que es demasiado desagradable entrar en detalles. Morboso. No es necesario.

Los datos reales de la otra cara de la guerra son insoportables, y tienen nombre de mujer. La primera persona que me hizo tomar conciencia de ello fue Teresa Turiera, periodista seria que acabó más que implicada en la puesta en marcha del proyecto Todavia hay alguien el bosque, una exposición, una obra de teatro, un documental, un material para escuelas que explica con crudeza como en la guerra de los Balcanes se utilizó de manera sistemática la violación masiva de mujeres como una táctica de guerra.

Durante la Guerra de Bosnia (1992-1995) entre 20.000 y 50.000 mujeres fueron violadas. La mayoría eran mujeres musulmanas violadas por soldados serbios, en grupo por las calles, en sus casas y a menudo en presencia de sus familiares. Se ha documentado la existencia de “campos de violación” creados deliberadamente para fecundar a las mujeres cautivas musulmanas y croatas para que engendrasen hijos serbios. Las mujeres eran mantenidas en confinamiento hasta que su embarazo entrase ya en la etapa final. Según el Grupo Tresnjevka de la Mujer más de 35.000 mujeres y niñas pasaron por estos “campos de violación” serbios. En Europa.

Los datos reales de la otra cara de la guerra son insoportables, y tienen nombre de mujer

Hagamos un salto. Vayamos al corazón de la África negra, un contexto cultural bien diferente al europeo, pero con una característica común: la violación sistemática de mujeres como técnica de guerra. El cuerpo de las mujeres como objetivo militar. No hay nada que sea más destructivo. No se recupera. Bukavu es sólo la sexta ciudad más grande de la República Democrática del Congo. En 2012 tenía poco más de ochocientos mil habitantes, lejos de los nueve millones y medio de la capital, Kinshasa. En Bukavu encontramos la Panzi Foundation, una iniciativa impulsada por el doctor Denis Mukwege, premio Nobel de la Paz en 2018. Hace más de 20 años que esta entidad se dedica exclusivamente a atender mujeres y niñas violadas. Llegan tan heridas y destrozadas que el centro dispone de un hospital. Desde que abrieron en 1999 han atendido ya a 70.000 supervivientes, y sólo el año pasado han atendido más de 4.000 nacimientos y han dado apoyo psicológico a más de 5.000 mujeres. En junio de 2004 uno de los señores de la guerra de allí, Laurent Nkunda, decidió atacar Bukavu. En sólo tres días violaron 16.000 mujeres. Era un plan de exterminio. En la República Democrática del Congo el tema sigue abierto, Kalehe, Lujwinja y Nyangezi son tres comarcas cada una con su respectiva guerrilla, con su respectivo señor de la guerra, con su respectivo plan sistemático de violación masiva de las mujeres. Aún se puede complicar más: lo mezclan con acusaciones de brujería. Las mujeres que no se someten son acusadas de brujería, y las queman. Literalmente, las queman. Ahora, hoy, estos días.

Bosnia 1995. Nukavu 2004. Kalehe hoy. Ucrania. Somos así de miserables, aunque no queramos hablar de ello. Las guerras tienen otra cara que no queda explicada cuando hablamos del precio del gas, del tipo de misil que se utiliza o del impacto en el precio del trigo.