Hace un par de semanas presencié una escena de esas que te dejan con los ojos como platos. Resulta que una profesional se emocionó hasta las lágrimas por el simple hecho de que una persona externa a su empresa le dedicó unas pequeñas palabras de agradecimiento, valorando su trabajo en un proyecto conjunto. La reacción fue tan desproporcionada que a todos los presentes nos suscitó la misma interrogante: ¿cuánto tiempo debe hacer que su jefe no le da las gracias ni la felicita por nada?
Por desgracia, en la gestión empresarial aún hay que recordar a menudo que el reconocimiento debería ser una práctica habitual, y no un acto excepcional. Porque apreciar y enaltecer el trabajo de los demás no solo es una cuestión de cortesía, sino que tiene efectos muy positivos sobre el buen desarrollo de las organizaciones. A escala individual, por ejemplo, las palabras bonitas desencadenan el refuerzo de la seguridad psicológica, que es imprescindible para incrementar la motivación, el compromiso y las ganas de innovar. Además, en el plano colectivo, fomentan un clima laboral saludable y respetuoso, evitando dinámicas tóxicas y promoviendo el trabajo en equipo. De hecho, cuando el investigador Meik Wiking explica los motivos que han llevado a Dinamarca a ser el país con el mejor bienestar laboral del mundo, hay una palabra que sobresale más que ninguna otra: la confianza.
"El agradecimiento y la felicitación no debilitan; al contrario, refuerzan la seguridad psicológica y el clima laboral de las organizaciones"
Ahora bien, este impulso de la confianza a través del reconocimiento no se consigue solo con buena voluntad, sino que requiere un esfuerzo de sistematización, para crear espacios estructurados que faciliten el diálogo bidireccional. Dicho de otra manera: se necesitan reuniones periódicas de seguimiento, pero que no se limiten a revisar números y tareas, sino que incorporen una vocación de mentoría, capaz de premiar esfuerzos y celebrar resultados. En cambio, si no se crean estos espacios, el frenético ritmo del trabajo diario puede provocar que pasen las semanas, o incluso los meses, sin que los líderes dediquen tiempo a hablar pausadamente con los integrantes de sus equipos. Y eso, al final, se paga con desmotivación y desconexión.
Por otra parte, también hay que superar el miedo que aún tienen algunos directivos a abrir ventanas de amabilidad, provocado por las reminiscencias de un modelo jerárquico que asociaba la autoridad a una actitud de carácter distante. Son los representantes del antiguo régimen, que aún ven las palabras bonitas como una fuente de debilidad, tanto para quien las pronuncia como para quien las recibe. Afortunadamente, sin embargo, existe una amplia representación de líderes que avanzan en dirección contraria, convencidos de que la verdadera ascendencia directiva es la que te conceden los demás, así que hay que construirla a base de relaciones de respeto, amabilidad y generosidad.
"Los empleados felices son hasta un 31% más productivos que aquellos que no se sienten valorados"
Decirnos cosas bonitas en el trabajo tiene un gran poder transformador. La Universidad de California ya lo demostró hace años, con un estudio que aseguraba que los empleados felices son hasta un 31% más productivos que aquellos que no se sienten valorados. Por lo tanto, en cualquier entorno profesional debería resonar constantemente la famosa cita del filósofo William James: "El principio más profundo de la naturaleza humana es el deseo de ser apreciado".