Bien es verdad que este artículo, de científicotiene muy poco, si bien todo el que explica es fruto de la experimentación y la constatación a través de mi trabajo dirigiendo el estudio de comunicación La Casa de Zanahoria. Cuando nacemos y crecemos, los niños somos una especie de esponja que absorbe toneladas de información. Somos tremendamente ingenuos, espontáneos y descarados. Los dibujos infantiles demuestran una imaginación desbordada, sin filtros ni condicionantes. Si deciden dibujar un solo moratón, es porque es azul. Y las personas al suyo cercando se sorprenden de la imaginación que sale de sus cerebros. Decía Picasso: "Al aprender a pintar como los pintores del Renacimiento tardé unos años; pintar como los niños me trajo toda la vida".
Pero a medida que crecemos y afrontamos la escolaridad, la orden, las normas establecidas, este talento salvaje se va adecuando a la normalidad imperante. Dejamos de dibujar sólo azules.
En realidad, dejamos de dibujar porque pensamos que no sabemos dibujar. Y este talento, esta ingenuidad, este desplante, queda guardado con clave en el más profundo del cerebro.
Dejamos de sorprender
Pero que los pasa a las personas con síndrome de Down? Pues que siguen dibujando sólo azules, porque dibujan las cosas como piensan y no como las ven. Siguen conectados a sus verdaderos talentos naturales, porque esta fase evolutiva de rotura con el pensamiento disruptiu, no se ha producido, sino que sigue planeando en su imaginario cognoscitiu.
Este talento en empresas innovadoras y creativas es un valor enorme y un factor de diferenciación espectacular. "Nuestra mayor esperanza de cara al futuro es desarrollar un nuevo paradigma de la capacidad de llegar a una nueva dimensión de la existencia humana .... Tenemos que crear marcos, en las escuelas, a las empresas y en los estamentos públicos, en los cuales la persona se sienta inspirada para crecer creativamente". Ken Robinson.