Una de las grandes habilidades de nuestra clase política consiste en la distracción. Gobernar, en España (y en Catalunya) se ha convertido en un constante ejercicio para engañar a la gente mediante la distracción. Ejemplos hay varios. ¿Problema de la vivienda y de prestaciones sociales? La culpa la tiene la sociedad civil. No importa que, a lo largo de los últimos 25 años, ningún gobernante alertara que si la población se incrementaba un 33% (de seis a ocho millones) todos los servicios y bienes debían incrementarse en línea. Sin recordar que ningún gobernante nos ha explicado que no había necesidad de incrementar la población de esta manera tan desmesurada. Y que este descontrol es fruto del desgobierno que aquí comento. ¿Las consecuencias? Tanto da que la renta per cápita haya disminuido en términos reales... De todo esto, para acabarlo de rematar, le darán la culpa a Trump. Ya lo verán.
La democracia se va deteriorando no por grandes hechos, sino por culpa de las malas prácticas diarias. Otra mentira, alarma, que se divulga permanentemente es que vendrá alguien y, de repente, dirá: “¡La democracia se ha acabado!”. Y no es así. El deterioro en nuestra casa lo provocan cada día los partidos. No solo porque se han erigido en una casta que no se mueve ni a golpe de tambor, sino porque, además, insultan la inteligencia de los votantes.
La más sutil que actualmente vivimos -bueno, de hecho ya hace años- consiste en no hacer aprobar presupuestos. En ninguna institución. En Catalunya vivimos sin presupuestos aprobados en todos los niveles: gobierno español, gobierno catalán y, en el caso de los barceloneses, gobierno municipal. La irregularidad es monstruosa.

En todos los países democráticos del mundo funciona un principio básico: si el gobierno no puede hacer aprobar los presupuestos del año siguiente, el gobierno dimite. En unos casos se va a elecciones (ejemplo: Alemania). En otros no es necesario; pero el primer ministro cambia o tiene que cambiar el gobierno y hacer nuevos presupuestos (ejemplo: Francia). La Constitución Española y el Estatuto de Autonomía dicen claramente que el gobierno debe presentar nuevos presupuestos para el año que ha de comenzar. Y el parlamento correspondiente los debe aprobar. Pues aquí, no. Ni el gobierno español ni el catalán respetan las cartas fundamentales. Y de esto, ya hace años.
"En Catalunya vivimos sin presupuestos aprobados en todos los niveles: gobierno español, gobierno catalán y, en el caso de los barceloneses, gobierno municipal"
La estrategia es relativamente fácil. Se sabe que no se aprobarán los presupuestos en su totalidad. Como también se sabe que los partidos no quieren ir a elecciones -porque la partitocracia se caracteriza, entre otras cosas, por el amor desmesurado de los incompetentes por los sillones- el gobierno de turno pacta prebendas con cada uno de los partidos, a título bilateral. A ti te daré esto. A aquel le daremos aquello otro... Etc. Es así que, en definitiva, no hay acción de gobierno y las leyes se aprueban sin debate para que “cuelen” haciendo el mínimo ruido posible. En consecuencia, tenemos leyes en vigor (eutanasia, aborto, violencia, etc.) que en otros países tardan meses, a veces años, en ser aprobadas debido al debate legal y social que merecen. Nosotros no. Ni pensar en planes plurianuales, que son los que practican los países desarrollados. La prensa colabora, naturalmente- de otra manera no cobra-, y silencia las cosas cuando conviene, a toque de silbato del amo.
No es de extrañar, pues, que no haya estrategia de país. Sin objetivos ni proyectos ambiciosos -la última obra pública importante en el país fue el túnel de Bracons, iniciada por el gobierno Pujol e inaugurada por el presidente Montilla!-. Se trata de ir tirando, sobreviviendo, mientras el país se va desarrollando como puede: con fuerza -la iniciativa privada- pero con graves deformaciones -la falta de gobierno-. Una especie de ser mal hecho, como el de Frankenstein. Y, ya se sabe, sin forma ni ánima. Y este es el país que se está construyendo.