Es innegable que la pandemia de la covid-19 ha marcado un antes y un después en nuestra manera de concebir el mundo. Ha evidenciado que somos muy poco, que de hecho no somos nada cuando un virus microscópico puede poner fin a la vida de 14,9 millones de personas en el mundo entre el 1 de enero de 2020 y el 31 de diciembre de 2021. Que tenemos un sistema de salud débil, tensionado e infrafinanciado, y que debemos replantearnos seriamente hoy, y no mañana, cómo dotarlo de las herramientas y del personal adecuado para hacer frente a los desafíos que se nos plantean. Que la incertidumbre, el exceso de noticias, el distanciamiento social y familiar, el abuso de pantallas, la ausencia de rutinas, los ritmos irregulares de sueño y un patrón de alimentación menos saludable han fragmentado la salud mental de nuestras criaturas y adolescentes. Y que las situaciones extremas de aislamiento y soledad que viven muchas personas, de todas las edades y géneros, dañan su bienestar físico y emocional.
Si bien los últimos estudios demuestran que el aislamiento no deseado puede darse en cualquier etapa de la vida, es un hecho probado que uno de los colectivos más afectados es el de las personas mayores, en el que la soledad no deseada es una problemática muy presente que requiere una actuación firme para combatirla y así evitar convertir la vejez en una etapa de aislamiento y tristeza.
"La incertidumbre, el exceso de noticias, el distanciamiento social y familiar, el abuso de pantallas, la ausencia de rutinas, los ritmos irregulares de sueño y un patrón de alimentación menos saludable ha fragmentado la salud mental"
Estudios diversos apuntan que las personas que sufren de soledad no deseada tienen un mayor riesgo de padecer problemas de salud cardiovascular (29%), infartos cerebrales (32%), depresión, ansiedad y demencia (50%), y puede llegar a tener un impacto negativo similar al de fumar 15 cigarrillos al día.
Con estos datos, es evidente que la soledad no deseada es un grave problema de salud pública que se debe abordar hoy mismo. Pero, ¿cómo se puede prevenir este aislamiento social en la vejez? ¿Qué lo provoca? ¿A quién corresponde solucionarlo? ¿Cómo se hace? Son preguntas fáciles, pero las respuestas no son tan simples.
En un contexto marcado por el aumento de la esperanza de vida, la urbanización acelerada, el creciente individualismo, las transformaciones sociales y las nuevas estructuras familiares, culturales y tecnológicas, se observa una creciente situación de riesgo de soledad y aislamiento social entre la población envejecida. Según la Encuesta Continua de los Hogares del Instituto Nacional de Estadística (INE), en España más de 4,8 millones de personas tienen hoy 75 años o más (el 9,9% de la población) y, de ellas, el 35,1% de las mujeres y el 14,7% de los hombres entre 75 y 84 años viven solos, porcentajes que aumentan hasta el 44,1% y el 35,1%, respectivamente, a partir de los 85 años. De todo este segmento de personas se estima que la soledad no deseada afecta a cerca de tres millones de personas mayores en el Estado español. Además, si consideramos los datos de proyección de este mismo organismo, en 2035 podría haber más de 12,8 millones de personas mayores; es decir, conformarían el 26,5% del total de una población que superaría los 48 millones de habitantes. Presumiblemente, durante los próximos años, y especialmente a partir de 2030, se registrarán los incrementos más elevados de población mayor con la llegada a la vejez de la llamada generación del baby boom. Por lo tanto, y en pocas palabras, cada vez viviremos más años y cada vez lo haremos más solos.
El Reino Unido fue uno de los primeros países en establecer un Ministerio de la Soledad en el año 2018. Y a principios de este año 2021, Japón también creó un Ministerio similar al constatar que la soledad de su población, unida al sufrimiento derivado de la pandemia de la covid-19, se habían combinado para hacer repuntar las muertes por suicidio en el país. Como dato de la situación sintomática y alarmante, el 15% de los adultos que viven solos en Japón tienen menos de una conversación cada dos semanas. En Catalunya, a nivel local, Barcelona también dispone de una estrategia municipal contra la soledad (2020-2030) que tiene como objetivo paliar los sentimientos negativos y el sufrimiento que se deriva de la soledad no deseada. Pero esto no nos ha hecho creer que ya tenemos los deberes hechos. Apenas estamos en los primeros pasos.
"Cada vez viviremos más años y cada vez lo haremos más solos"
Las carencias son muchas y esto nos interpela a todos. Es necesario sensibilizarnos y acompañar a las personas mayores, y hacerlo más allá de Navidad, fin de año y alguna fiesta de San Juan. Porque el mejor antídoto contra la soledad no deseada es la creación de vínculos significativos a través de relaciones de amistad. Y, en última instancia, invertir en el bienestar emocional de nuestros abuelos es, a su vez, una apuesta clara por la sostenibilidad de nuestro sistema de salud. Del estudio El coste de la soledad no deseada en España, presentado en abril de 2023, se desprende que esta soledad no deseada representa un coste total de 14.141 millones de euros anuales en España, lo que equivale al 1,17% del Producto Interior Bruto (PIB) de 2021.
Por lo tanto, valentía, compromiso y creatividad. Y es que en plena era de la innovación podemos perfectamente servirnos de las herramientas y los recursos tecnológicos para cubrir las lagunas de nuestro sistema. Más allá del factor humano, insustituible, introducir dispositivos de monitoreo y de acompañamiento empático. Herramientas 24/7 que se adapten y acompañen.
En este contexto, es importante recordar que el envejecimiento no marca el final de todo, y esto debe quedar claro. La vejez es simplemente otra etapa de la vida, al igual que la infancia y la adolescencia, y lo que debemos hacer es aprender a vivirla, más y mejor.
"Porque el mejor antídoto contra la soledad no deseada es la creación de vínculos significativos a través de relaciones de amistad"
En primer lugar, aprender a cuidarnos a nosotros mismos. Demasiado a menudo tendemos, y especialmente las mujeres, a cuidar a los demás y a olvidarnos de nuestro propio bienestar, y cuando estamos solos y no tenemos a nadie a quien cuidar, no lo vemos como una oportunidad sino como una frustración. Pero no, aprendamos a cuidarnos a nosotros mismos de la misma manera que lo haríamos con alguien a quien amamos. Hacer ejercicio para liberar endorfinas, tomar el sol y absorber vitamina D, leer ese libro que teníamos olvidado en la estantería, escribir lo que pensamos o lo que tenemos ganas de decir, escuchar música, bailar, una alimentación sana y saludable... En definitiva, aprender a disfrutar de la soledad. Y, en segundo lugar, y no por eso menos importante, mantener vivos los vínculos afectivos que nos socializan. Salir a la calle, pasear, conversar y sonreír. Sonreír mucho y en compañía. Porque cada día sale el sol y debemos poder ver y vivir el espectáculo de olores, colores, sensaciones y recuerdos que es la vida.