Ingeniero y escritor

La toxicidad del municipalismo catalán y el Camp de Tarragona

15 de Abril de 2025
Act. 15 de Abril de 2025
Xavier Roig VIA Empresa

En el artículo de hace unas semanas Barcelona nunca será un hub aeroportuario, ni nos hace falta, recordaba que uno de los pasatiempos más habituales de la prensa catalana es el de estimular debates estériles y recurrentes. Mencionaba el tema del aeropuerto -del famoso hub, el de la pista endemoniada, etc.-, el Corredor Mediterráneo, peajes, turismo de calidad, etc. Me dejé uno, de ejemplo: el bajo nivel de ejecución real de las obras presupuestadas. Este es un tema que se repite cada año y que pone en evidencia, como dije, lo peor de nuestra característica mediterránea: hablar por hablar sin sacar consecuencias. Sin otro objetivo que charlar y pasar el rato de manera banal y sin sentido -por eso somos líderes europeos, en solitario, en tertulias radiofónicas-. 

 

Demasiado a menudo se trata de no pisar callos -costumbre, también, altamente mediterránea- porque, ya se sabe, uno se topa con aquel que se critica en una de las múltiples bodas que tienen lugar los fines de semana. Todo esto lo digo porque sería relativamente fácil analizar las obras públicas que tienen lugar en Catalunya -pocas, poquísimas, desde hace más de veinte años- y determinar a qué son debidos los incumplimientos. Pero no se hace. 

Una de las veces de esta aparición recurrente, interpelé a un conocido economista y le pregunté: "¿Es posible que la mayoría de estos retrasos en la ejecución de obra pública sean responsabilidad de los municipios y su maldita ineficacia?". "Por ahí van los tiros" me contestó el amigo economista. Porque, claro, después de leer que los señores de Bonpreu tardan años en obtener una licencia municipal de construcción y apertura de locales -y, a veces, no se salen con la suya-, no es extraño que estos incumplimientos de obra ejecutada sean uno más de los éxitos de nuestros municipios. 

 

En algún lugar sugerí que si este problema -recurrente, ya digo- se pretendiera solucionar -dada su enorme importancia para el país- lo más razonable sería que la Generalitat creara un organismo ad hoc para controlar que las inversiones se llevaran a cabo como es debido. Pero, claro: ¿y si los retrasos vienen provocados por la incompetencia que caracteriza a nuestros gobiernos y, aún más, por los municipios de los que se nutre la clase política catalana, que explica la enorme insolvencia de los que gobiernan? He aquí las razones para no querer descubrir el origen del problema: quien más quien menos ha sido protagonista de una obstrucción cualquiera a las realizaciones de obra del país. ¿Cuál de nuestros gobernantes no ha sido reyezuelo de un organismo municipal sin otro objetivo que promocionarse dentro del partido? ¿Sin importarle nada la bonanza de sus actos de gobierno? ¿Excepciones? Seguro. ¿Pocas? También. 

"¿Cuál de nuestros gobernantes no ha sido reyezuelo de un organismo municipal sin otro objetivo que promocionarse dentro del partido?"

Ahora mismo tenemos la noticia de una nueva astracanada municipal. Se trata de la estación intermodal que está prevista ser llevada a cabo por el Ministerio de Transportes en los alrededores de Tarragona. En el pasado ya quedó demostrada la toxicidad municipal que pagamos los contribuyentes, y que sufren cada día los ciudadanos de la zona. Hablo de la famosa estación del Camp de Tarragona. De estupideces en el tema del AVE -tren que, a pesar de su nombre, no tiene nada de español- debe haber algunas. La mencionada estación es una. Decisión de un provincianismo insultante. Recuerda a la frase de Josep Pla que, refiriéndose a este tipo de consenso, viene a decir que los que toman la decisión quedan satisfechos acordando que si a un ciego le corresponde un perro lazarillo, a un tuerto le corresponde medio. La estación del tren de alta velocidad es una demostración del consenso inútil. ¡Antes de que tú te salgas con la tuya, nos fastidiamos todos! 

En los países sensatos, estas decisiones las toman los técnicos correspondientes. En los países con instintos que tienden hacia el subdesarrollo, todo se politiza y los trazados de los trenes los decide el alcalde del pueblo, que bastante trabajo tiene con recoger eficientemente la basura, que es su trabajo -todo sea dicho de paso-. No fue suficiente con dejar como herencia para los años y años venideros un monumento a la estupidez humana como es la estación del Camp de Tarragona. Ahora, con la proyectada nueva estación intermodal de Tarragona estamos en el mismo punto. El dinero está, la voluntad económica también. Sólo toca decidir si los municipios implicados deciden escenificar un acuerdo siguiendo la anodina frase de Pla -ergo, ir contra la lógica e insultar la inteligencia y el bolsillo del contribuyente- o si se pelean y gana el sentido común. Ah, perdón, queda una tercera opción: que la estación en cuestión forme parte del 80% de obra presupuestada que no se ejecuta.