catedrático de economía de la UPF

Turismo: ni tanto ni tan poco

01 de Marzo de 2016
Nunca me ha gustado hacer análisis de la economía balear desde los agregados del sector terciario (cuaternario, de servicios, de turismo...) como marco de referencia. Necesitamos desagregació, microcirurgia en las actuaciones y no tratar igual a los desiguales. La realidad es que afortunadamente la prestància de los territorios insulares favorece el empujón de una demanda externa (ahora sí, de los visitantes, en consumo inversión) que acompaña la interna (resultante de la actividad económica propia y a la vez alimentada por la demanda exterior).

Tener demanda adicional a la propia es siempre una ventaja para cualquier economía, que bastante echan de menos los países que no la tienen, puesto que permite un pool de diversificación más grande que la que permite la autarquía y el aislamiento.

Otra cosa es como la oferta responde a esta demanda y, en el mejor de los casos, como somos capaces de reorientar la oferta que induzca una mejor demanda más conveniente. Por lo tanto, podemos decir que tenemos afortunadamente turismo. Los turistas saben de entrada que buscan primariamente cuando contemplan el destino balear, en un paquete sencillo de recreo y buen tiempo respecto del cual visualizan el precio en un mercado así definido tan ancho que resulta muy competitivo. Otra cosa es nuestra capacidad de reorientar aquella demanda primaria con complementos que generen una disposición a pagar más alta, inicialmente sin hacer perder la certeza del paquete básico primario del descanso, y con una experimentación final que permita repetir a futuro o recomendarlo a terceros.

Si se tiene éxito reputacional, la nueva oferta puede cribar mejor la demanda externa e inducir la que nos pueda ser más interesando retroalimentando la oferta. Si queremos ofrecer natura, tenemos que garantizar que los isleños somos los primeros a cuidarla y la Administración discrimina positivamente este tipo de oferta por estos visitantes respecto de los otros que continúen visitándonos, por mayoritarios que estos últimos, todavía a corto plazo, puedan ser. Dedo de otra manera, no podemos ofrecer -ponemos el caso- casco antiguo valioso, seguridad a las calles y tranquilidad si se mantienen bares musicales a los bajos de hospedajes, aparatos de aire acondicionado ruidosos y no somos capaces de evitar juergues a la calle. Ni aseguramos el descanso nocturno cuando nuestras motos o los vehículos de la recogida de basura municipal lo malogran.

Hasta ahora la situación se ha resuelto zonificant, con urbanizaciones de más lujo en las cuales son los propietarios privados los que autosel·lecionen garantizando el paquete completo (descanso, sin ruido y buena vista), o 'privatizando' el espacio, es decir desde grandes fincas rústicas en las cuales el que se desea lo encuentra después de saltar todas las dificultades de trasiego, caminos rurales intransitables y escasos servicios públicos complementarios. Pero esto no permite una demanda bastante importante, por excelente que esta sea, y aleja a la población de nuestros visitantes para interaccionar con el turismo que no busca la calidad más grande que los representantes políticos de esta misma población dicen perseguir.

Como resultado, muchos isleños viven la situación como un gran fraude que arremete contra 'el turismo' como un todo. A la vegada, los efectos arrossegadors de aquella demanda externa más selectiva no son los esperados, puesto que los beneficios a menudo quedan localizados en manso de aquellas propiedades extranjeras que es donde se firman los mejores contratos.