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Vivir al margen de la aprobación social: el nuevo lujo

02 de Diciembre de 2024
Gina Tost | VIA Empresa

Hace muchos años que hago contenido en la red. Algunos han llegado a decir que yo era la abuela del Rubius, porque hacía vídeos en YouTube antes de que existiera YouTube (es fuerte cuando lo leo). Cuando cogía unos días de vacaciones, uno, dos, quince, o un mes entero, volver a hacer contenido en la red era una pesadilla porque el algoritmo de la época me castigaba y tenía que volver a luchar por la visibilidad y que la gente se acordara de mí.

 

Cuando iba de vacaciones, solo pensaba en qué podía publicar cuando volviera, y me dedicaba unos días a hacer "nevera" por si algún día me apetecía ponerme enferma, ir a cenar con mis amigos, y seguir publicando. La carga era insoportable, especialmente en Navidad o en época de exámenes.

Aquellos proto-influencers nos hemos hecho mayores. En 2024 parece que todos nos hayamos convertido en nuestro propio medio de comunicación. La validación externa se ha convertido en un objetivo omnipresente, y esto tiene implicaciones profundas sobre cómo nos percibimos y cómo entendemos el mundo.

 

Pongo de ejemplo el turismo, uno de los sectores más afectados por la influencia de las redes sociales. En los últimos 10 años se ha transformado en un espectáculo visual donde la experiencia se mide en términos de likes y followers, el resultado funciona si lo pasas por el retoque de Snapseed, y el editor CapCut. Los destinos más populares del mundo están saturados no solo de turistas, sino de teléfonos móviles levantados en conciertos, colas imposibles de horas de espera para hacer una sola foto, y todos preparados para inmortalizar cada rincón fotogénico para compartirlo inmediatamente con una cobertura regular. Miles de videos denominados "El restaurante/bar de Barcelona que no conocías" o "El secreto mejor guardado de Barcelona" (todo en castellano, que llega a más gente), pero también la puerta de los besos, restaurantes que piensan en la iluminación del lugar para hacer fotos a los platos, la puesta de sol, la piscina, o lo que sea.

"Esta nueva cultura del viaje fomenta una superficialidad que nos impide vivir plenamente el momento, las relaciones, o la sorpresa, puesto que estamos más preocupados para capturarlo y colgarlo"

¿Viajamos para descubrir lugares nuevos o para ser vistos en estos lugares? El viaje ya no es simplemente una experiencia personal, sino que se ha convertido en una moneda social que se gasta en Instagram, TikTok u otras plataformas. Esta nueva cultura del viaje fomenta una superficialidad que nos impide vivir plenamente el momento, las relaciones, o la sorpresa, puesto que estamos más preocupados por capturarlo y colgarlo (si no lo cuelgas, no se vale) que por disfrutarlo.

Pero no solo el turismo, la falda viral del momento, el juego de mesa que nadie ha descubierto, es el equivalente al "yo lo escucho desde que publicó la maqueta en casete".

El afán por convertirse en alguien importante en la vida es otra derivada de esta obsesión por los likes.

Ser influencer ya no es solo una aspiración de reconocimiento, sino un modelo de negocio que atrae especialmente a las generaciones más jóvenes. Los adolescentes, e incluso las criaturas con un móvil en la mano, crecen soñando con este ideal de fama rápida, alimentado por la falsa promesa de que cualquiera puede conseguirlo y que ya no hacemos cosas para pasárnoslo bien, sino que queremos que cualquier actividad tenga un rédito económico o de reconocimiento.

"La frase "el lujo es que los likes no te importen" plantea una reflexión imprescindible y necesaria"

Pero, ¿a qué precio? El hecho de vivir bajo la presión de las estadísticas, intentando mantener una imagen atractiva, con aspiraciones, y constantemente actualizada, puede conducir a la ansiedad, la depresión y lo más importante: un vacío existencial. Lo más paradójico es que estos influencers quizás no lo saben, pero acabarán entrando en el círculo vicioso de contenido constante: ser prisioneros de la misma imagen y horarios de publicación que han creado. La frase "el lujo es que los likes no te importen" plantea una reflexión imprescindible y necesaria.

¿Sabéis cuál es el verdadero lujo del 2024? Es poder viajar, vestir, comer, beber, jugar, disfrutar, crear y compartir sin la necesidad de ser validado por una audiencia. Con o sin móvil en la mano. Es la capacidad de desconectar de esta carrera que busca la aprobación, y encontrar valor en la experiencia de vivir por sí misma. Pero no me malinterpretéis: no se trata de renunciar a las redes sociales y a los teléfonos móviles, sino de aprender a utilizarlas como una herramienta, y no como un fin en sí mismo. Los amish quizás viven muy bien su vida, pero yo quiero vivir la mía y seguir leyendo la Wikipedia si tengo una duda.

"¿Cuántos nos preocuparíamos si subimos una 'story' a Instagram o un 'post' en LinkedIn sin ningún mensaje, 'like', o interacción?"

Y ya está. Decir que las redes sociales no tendrían que definir nuestra autoestima ni nuestro bienestar emocional suena a Mr. Wonderful azucarado porque es muy fácil de decir (o imprimir en una taza), y nadie me llevará la contraria. También es muy fácil hablar de "los jóvenes", como si fueran un colectivo lejano que no tiene nada que ver con nosotros, pero a los mayores también nos pasa. ¿Cuántos nos preocuparíamos si subimos un story a Instagram o un post a LinkedIn sin ningún mensaje, like, o interacción? Aunque sea uno de alguien que no hemos visto nunca y que no sabemos qué hace ahí. Un bot. A veces solo hace falta el like de un bot.

Hay que repensar la relación que establecemos con las diferentes redes, los móviles, y el objetivo de nuestra presencia en línea, pero también a quién seguimos, a qué damos like, y qué compartimos. Ser capaz de viajar sin la presión de documentarlo todo es un acto de rebeldía. Reivindicar la libertad de vivir al margen de la aprobación social es, sin duda, el nuevo lujo. Y, quizás, en esta sociedad tan interconectada, la verdadera autenticidad no radica en ser visible para todo el mundo, sino en convertirse en un ser de ideas vividas y no compartidas.