Besos, abrazos, risas, lágrimas, gritos, preocupaciones, entusiasmo, tensiones o ilusiones son algunas de las fotos contrapuestas que se pueden encontrar mientras paseas este verano por el Aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona-El Prat. Una infraestructura abierta las 24 horas del día y convertida en el centro del debate debido a su futura ampliación, con vuelos cada minuto y en un escenario de emociones de toda índole. Lamentablemente, la irritabilidad es una de las predominantes, causada, en parte, por el sistema de bajo coste de las aerolíneas y del cual sufrimos las consecuencias.
De hecho, un 73,7% de los viajeros en el Aeropuerto del Prat se desplazaron a través de compañías aéreas de bajo coste durante 2023, según Aena. Este porcentaje está 10 puntos por encima de la media nacional y sustancialmente superior al 30% registrado en Madrid, donde predomina el uso de aerolíneas tradicionales, vuelos de larga duración y otros con servicios de mayor calidad.
"La llegada del 'low cost' permitió a los catalanes viajar con poco presupuesto y poco tiempo a cualquier lugar de Europa"
Si se retrocede al pasado, el concepto de low cost aterrizó en Catalunya con el inicio de un nuevo siglo de la mano de Ryanair y Vueling y que tantas buenas noticias trajo a los catalanes: podías viajar con poco presupuesto y poco tiempo a cualquier lugar de Europa. Viajar en avión ya no era únicamente para las clases más acomodadas. Incluso, los más atrevidos aprovechaban los billetes económicos para disfrutar de un día de compras en Milán o para visitar Madrid durante pocas horas. O, aún más, para acercarse más frecuentemente a las Islas Baleares, especialmente en temporada baja. Una conexión que también supieron aprovechar los empresarios de nuestro país para abrir más filiales, apostar por la internacionalización y mejorar las relaciones profesionales con los clientes. No había excusa.
Ahora bien, la calidad del low cost de antes no se puede comparar con la de ahora. Es más, considero que ha empeorado y que se paga mucho por un servicio que mayoritariamente no está a la altura. No conozco a nadie que haya volado con una compañía de bajo coste que no haya tenido una experiencia surrealista y prácticamente denunciable durante los últimos meses. ¿Cómo es posible que en 2024 haya progenitores y menores de edad separados en cada punta de un avión porque no han pagado un extra para tener asientos juntos? ¿Cómo es que en un agosto de temperaturas récord entran turistas a una aeronave con tres capas de ropa encima porque no han pagado los 50 euros de facturación que lo requería? ¿Y por qué el agua a bordo cuesta más de tres euros? ¿Cómo puede ser que no se pueda descansar en silencio porque te vendan perfumes o billetes de lotería cada media hora? Sin hablar del concepto de los overbookings constantes, es decir, han vendido tu asiento y no puedes viajar cuando lo tenías previsto.
"No conozco a nadie que haya volado con una compañía de bajo coste que no haya tenido una experiencia surrealista y prácticamente denunciable"
Aún más, a continuación detallaré una anécdota personal vivida hace pocos días durante un vuelo nocturno entre Tirana (Albania) y Barcelona con la compañía Wizz Air. En primer lugar, viajar con la compañía húngara Wizz Air es sinónimo de retraso. No es una percepción puntual o personal, sino que solo hace falta consultar sus estados de vuelo diarios y se puede constatar que no hay ningún registro de puntualidad en ninguna ruta. De ahí que la compañía haya sido sancionada por hacer pagar el equipaje de mano, por no contar con un teléfono de atención al cliente gratuito o por su impuntualidad, entre otros. Aún más, y visto en primera persona, es habitual llegar a las 3:00 h de la madrugada a un aeropuerto desértico, que haya varios pasajeros con síntomas de embriaguez dentro del avión y el personal de cabina del vuelo les siga vendiendo alcohol a bordo. Incrédula, pregunto a los trabajadores lo siguiente: “¿por qué les venden alcohol? ¿No perciben cómo van? ¿Y cómo de incómodos nos sentimos el resto del avión?” La respuesta breve y sincera: “les hemos pedido que no hagan tanto ruido, pero necesitamos vender”.
Si la situación, de por sí, ya era surrealista -había una pasajera esposada al principio de la nave acompañada de un policía-, y un pasajero con una bajada de azúcar al final del pasillo acompañado de la única médica del avión, lo más sorprendente era ver cómo dos miembros del personal de cabina dormían durante una parte del vuelo y durante el aterrizaje en una ciudad que vivía una fuerte tormenta a principios de agosto (solo hace falta ver las fotografías de cómo quedaron los coches y las casas en el municipio osonense de Sant Pere de Torelló).
"250 euros gastados en un vuelo de ida y vuelta, con cuatro horas de retraso, sin descansar, sin ninguna explicación por parte del personal y con un curioso correo electrónico recibido un día después"
Dentro del avión, algunos pasajeros especulaban que la somnolencia de los trabajadores podría ser debida a una larga jornada maratoniana y de ahí su cansancio. No podían más. Posteriormente, conseguimos aterrizar a las 3:00 h de la madrugada en Barcelona, no había orden en la salida y todo se convirtió en un “campo quien pueda” con colas de medio millar de personas para enseñar el pasaporte frente a la Guardia Civil, ya que las máquinas de reconocimiento facial “sospechosamente” no funcionaban.
250 euros gastados en un vuelo de ida y vuelta -todos con más de cuatro horas de retraso-, sin poder descansar, sin ninguna explicación por parte del personal y con un curioso correo electrónico recibido un día después. “Sentimos las molestias ocasionadas por el retraso, tienes un vale de cuatro euros para gastar en el aeropuerto de Tirana en comida y bebidas”, detallaban. Evidentemente, lo leía desde Catalunya, una vez concluidas mis vacaciones. Y un apunte final: si queremos un aeropuerto de primera división para competir de tú a tú con las principales capitales europeas, es el momento de ser exigentes y de decir “nunca más” a estos servicios y compañías.