Uno de los aspectos que más me sorprenden, fruto de vivir largas estancias en el extranjero y de tener amigas de diferentes culturas, es la visión que tienen de Catalunya y, también, del resto de España. Y no hablaré de política, sino de las impresiones y estereotipos sobre nuestro estilo de vida. Es común que cuando estableces vínculos con personas de otros países, gran parte de las conversaciones giren en torno a cómo es nuestro día a día, el ocio, la cultura, las relaciones, los vínculos, la comida, varias curiosidades y... el trabajo.
"Qué suerte tienes, Gemma, de vivir cerca de la playa, trabajar con un cóctel en la mano, poder hacer largas siestas durante el día y que las noches se alarguen", se explayaba con humor una amiga belga hace pocas semanas, después de reencontrarnos un fin de semana en la ciudad condal para recordar "viejos tiempos" mientras observábamos la capital catalana desde el mar a bordo de una golondrina y rodeadas de turistas coreanos que fotografiaban cada rincón. Pocos minutos después, la amiga tenía curiosidad por profundizar en qué consistía el fenómeno de la siesta, un término que habían estudiado recientemente en clases de castellano, y que quería saber exactamente "la fórmula perfecta y la duración ideal".
Con humor y, quizás cierta ironía, le respondí que a veces puede pasar meses que una servidora, y creo que también muchos lectores, no ve la playa, mientras vive el día a día frenético en el Eixample barcelonés, entre bicicletas, repartidores, turistas, y un ritmo que huye del concepto de slow life. Aún más, le comenté que redactar un artículo con una copa de más no es fácil ni nada recomendable y que la siesta ideal no la recuerdo desde la época del confinamiento, cuando la vida se trastocó para todos y se detuvo. Eso sí, profundizamos en el modelo laboral catalán y europeo y de ahí ciertas reflexiones que me han llevado a preguntarme seriamente: ¿cómo es la vida más allá de las 19 horas en Catalunya?
La respuesta es que depende de cada profesión. Si responde un alto ejecutivo de Banco Sabadell, posiblemente explicará que "sobrevive" entre jornadas maratonianas después del movimiento con el BBVA de los últimos días. O, una médica, después de una guardia de 24 horas frenética, te dirá que lo último que quiere es alargar la noche. Y que ojalá se eliminaran las guardias, porque, sinceramente: "hace 24 horas seguidas que trabaja, ¿quieres que te opere?". Por otro lado, tal vez haya un obrero de una fábrica que aprovecha para hacer horas extras porque las remuneran doble y que le ayuda a hacer un "colchón para las vacaciones". Y, en el extremo opuesto, aquellos que se aventuran con la jornada laboral de 4 días y que "les ha cambiado la vida".
"¿Qué está sucediendo? ¿Quién no se ha encontrado que ha empezado a trabajar a las 8 de la mañana y son las 19 de la tarde, mientras oscurece, y le queda una larga lista de tareas por hacer que necesitan respuesta inmediata?"
Cada profesión es un mundo, al igual que cada uno -de forma individual- afronta el día a día laboral. Por este motivo, lo que más me ha llamado la atención últimamente tiene que ver con el concepto del tiempo. Todo tiene que ver con una conferencia a la que fui a cubrir para el periódico al día siguiente de Sant Jordi en el CCCB y el titular era claro: "No puedo más": la pobreza del tiempo aterra a Catalunya con cifras alarmantes. Rápidamente, numerosas amigas y lectores me escribieron y me dijeron que se "sentían plenamente identificados". Aún más, el 30% de los catalanes confiesa que tiene pobreza del tiempo, mientras el gobierno se "pone las pilas" y busca activar la Ley de los Usos del Tiempo.
Anna Ginés, profesora titular de Derecho del Trabajo en Esade, Universidad Ramon Llull, explicaba que el 30% de los catalanes continúa trabajando a partir de las 19 horas de la tarde y si el empleado es padre o madre o cuida personas dependientes, la "conciliación" es prácticamente inexistente. Aún más, el 10% continúa trabajando a partir de las 22 horas de la noche, sin que se trate de un trabajador con un contrato de régimen nocturno. Como contrapartida, la pobreza del tiempo tiene un efecto boomerang con la renuncia a la carrera profesional, sobre todo por parte de las mujeres.
Vayamos por partes. ¿Qué está sucediendo? ¿Quién no se ha encontrado que ha empezado a trabajar a las 8 de la mañana y son las 19 de la tarde, mientras oscurece, y le queda una larga lista de tareas por hacer que necesitan respuesta inmediata? ¿Cómo se computan las horas extras? "No es que te obliguen a hacer horas extras, Gemma, pero el trabajo tiene que salir", me explica gran parte de mi entorno, que se dedica a la educación, a la sanidad, a la ingeniería y que trabajan desde empresas familiares a grandes multinacionales.
Estas constataciones también se repiten con diferentes asalariados que realizan habitualmente horas extraordinarias no remuneradas. Las tareas fuera de la jornada laboral son la norma de muchos sectores, por mucho que exista un registro horario obligatorio desde 2019, o que el convenio sectorial o de la empresa limite el número de horas de trabajo. En muchas de ellas, el registro horario viene completado por defecto, "de las 8 de la mañana a las 17 horas de la tarde. Las horas que hagas después no se pueden registrar", explican algunos de ellos en VIA Empresa.
"No es que te obliguen a hacer horas extra, Gemma, pero el trabajo tiene que salir"
Y de aquí, las consecuencias que no hace falta ser muy listo para adivinarlas. Las largas jornadas laborales generan problemas de salud y se incrementan las lesiones. Como explicaron en la conferencia en el CCCB, el 60% de las bajas laborales obedecen al estrés y el 25% de las depresiones están relacionadas con el malestar en el trabajo. Y una cifra preocupante: el 40% de los empleados cree que el trabajo les afecta la salud mental. De ahí que también se convierta en un problema de productividad. España es uno de los países donde se trabaja más horas y se genera menos productividad. En cambio, como constataba la experta Ginés, "tenemos evidencias de que cuando a las personas les concedes más autonomía y flexibilidad, aumenta el bienestar y se reduce el absentismo".
Se necesita un plan de acción ambicioso con la Ley de los Usos del Tiempo, apostar por la flexibilidad, huir del presencialismo, de "si soy el primero en salir de la oficina, me miran mal" y también saber con previsión el tiempo de trabajo. Es decir, poder organizar la vida en torno a este tiempo de trabajo, de ahí que la empresa hable de la jornada laboral, si se trabaja por turnos, cuál es el régimen de horas extras, cómo se compensan y distribuyen. También las vacaciones y evitar las jornadas inciertas, haciendo valer la transparencia y la previsión.
Y que, ojalá, dentro de unos años, poder decirle a mi amiga belga (si es posible que no sea en una golondrina), que los cócteles aún no los hago, pero sí que las jornadas laborales son más reducidas, que más allá de las 19 horas fomentamos el autocuidado, cuidamos los vínculos personales, la cultura, la lectura, el ocio o simplemente el descanso. Y que como país, dejemos de ser de los que más horas trabajamos y menos productividad generamos. Y del "no puedo más" al... "Sí, podemos".