Los
status de WhatsApp del estilo de las historias efímeras que podemos compartir a Instagram o Snapchat es como el gato negro de la película
Matrix: ya lo hemos visto pasar antes y nos avisa de una alteración en el sistema.
La escena es conocida. Neo sube unas escaleras acompañado de Trinity y de Morfeu, cuando observa un gato negro que pasa. Enseguida lo vuelve a ver, haciendo exactamente los mismos movimientos. Un 'dejà vu', que sus acompañantes interpretan como una alteración del sistema realizada por Matrix.
Los nuevos status, en efecto, son un gato negro. Ya los habíamos visto funcionar a otras plataformas. Pero esta vez Matrix-Facebook (porque WhatsApp es de Facebook) nos ha alterado el sistema. Es el mismo mecanismo, pero no es igual. Y esto porque el nuevo status, el de WhatsApp, a diferencia del que podíamos encontrar a Instagram o a Facebook Stories, no lo compartes con los seguidores o con los amigos, sino que, por defecto, lo pueden ver todas aquellas personas de las cuales tienes el número de teléfono a la agenda de contactos: amigos y parientes, sí, pero también proveedores, clientes, trabajadores, el electricista, el asesor fiscal o la presidenta de la escalera. La agenda de contactos era red personal, pero no necesariamente social tal como se entendían las redes digitales hasta ahora.
Hay, es cierto, la posibilidad de filtrar quién ve nuestras actualizaciones, pero en la práctica de muchas de las agendas de cualquier usuario habitual, repasar un a uno los contactos del teléfono para decidir quién recibe qué es virtualmente imposible. Y de verdad compartiremos nuestras últimas pensadas con todo el mundo con los mismos términos?
Este paso del gato de Matrix
nos avisa de dos cosas. Primero, nos apunta hacia donde se dirigen los cambios en el sistema: hacia la transformación del fenómeno de la mensajería instantánea en algo más monetitzable. WhatsApp se engloba dentro de aquello que el director de The
Atlantic , Alexis Madrigal, bautizó hace años con el nombre de Dark
Social. Es decir, todo el tráfico de internet que queda fuera tanto de los webs cómo de las redes sociales: no se puede rastrear y las empresas nopueden poner anuncios.
Según un
estudio de RadiumOne , compartimos y visitamos ya ahora muchos más enlaces por esta vía que no a través de las redes sociales. El marketing aquí tiene un problema, porque no encuentra manera de vendernos nada. Y el gigante Facebook está mirando de hacer algo al respeto. Las historias efímeras pueden ser una forma sencilla de abrir una ventana de publicidad. De hecho, ya es así a Instagram.
La segunda cosa que patentiza el gato de Matrix es que el status de WhatsApp es el enorme papel que juega nuestra expresión libre en el sentido de esta industria. Las redes sociales tienen una gasolina, que son nuestras actualizaciones. Nos facilitan la comunicación de forma sólo formalmente gratuita: pagamos creando y compartiendo nuestro contenido original o lo otros. Con este material Facebook obtuvo 15,98 dólares en anuncios por cada usuario durante 2016. Haced números.
Teniendo en cuenta que el usuario catalán de WhatsApp
dedica más de 20 minutos diarios, me pregunto si no valdría la pena que, en lugar de hacer provatures como el status, pasaran la aplicación a pago y dejaran el Dark Social cómo aquello que hasta ahora ha sido.