Hay gente que le dedica al trabajo toda su energía y todo su tiempo. Les gusta lo que hacen y no pueden ni quieren ponerle límites. Reconocen que es un poco excesivo pero lo suavizan con palabras como compromiso, seriedad, implicación o profesionalidad. Les llamamos adictos al trabajo, como si serlo al trabajo fuera un eximente. Pero no. Son adictos.
Siempre hemos sabido que estas personas adictas al trabajo no eran demasiado sanas, pero aún y así eran las personas más bien valoradas, las que escalaban y progresaban, las que eran el puntal, y las que servían de ejemplo. Si alguien ponía en duda aquel ímpetu y aquella entrega apasionada, se convertía inmediatamente en sospechoso de no sentir suficientemente los colores, de intentar escaquearse o de tener otras prioridades fuera del trabajo que le convertían en un trabajador de dudosa proyección.
La pandemia ha acelerado muchas cosas, y podría ser que también haya acelerado una reflexión sobre nuestra relación con el trabajo
Pero las nuevas generaciones parece que no están tan dispuestas a continuar este camino enfermizo, y que valoran más su tiempo libre y tienen otros intereses que no sean sólo trabajo, trabajo y trabajo. La visión pesimista dirá que se trabaja peor, la optimista dirá que ahora se concilia mejor. Esta dicotomía se ha hecho aún más evidente durante esta pandemia. Mucha gente que estaba inmersa en una dinámica laboral intensa se vio de repente confinada en casa y ahora, casi dos años después, hay mucha gente que teletrabaja dos y tres días a la semana. Muchos de aquellos adictos al trabajo ahora tienen dudas y ven cómo les tiemblan las piernas. Teletrabajan viernes y lunes, y ahora ir al trabajo los martes y miércoles les resulta cada vez más pesado. Evidentemente va por barrios y pasa menos, o nada, en el sector del comercio que continúa abriendo la tienda cada día, pero pasa mucho, cada vez más, en el sector de oficinas y en toda la administración en general.
Esta pandemia ha tenido y tendrá fuertes consecuencias económicas y sociales, y unas de las que quizá no hemos hablado suficientemente tendrán que ver con las relaciones laborales. Habrá que repensar, mucho, los factores que generan compromiso y vinculación con las empresas, rediseñar seriamente los parámetros de conciliación y valorar desde otro ángulo qué quiere decir ser un trabajador modélico. Seguro que oiremos hablar de una manera más seria de la reducción de la jornada laboral por debajo de las treinta horas, de las semanas de cuatro días laborales… La pandemia ha acelerado muchas cosas, y podría ser que también haya acelerado una reflexión seria sobre nuestra relación enfermiza con el trabajo.