"Madrid se va", fue un artículo de Pasqual Maragall (El País, 26-2-2001) premonitorio de como el Estado sitúa la capital contra todo el resto, de cómo se puede poner en marcha el motor de la máquina y hacerla girar al revés y en contra de todo aquello que predicaba el pacto constitucional. Y "todo funciona", pero centralizando. Artículo ratificado dos años después con otro: "Madrid se ha ido" (El País, 6-7-2003).
El problema en el que nos encontramos ahora a escala catalana es una Barcelona que se va, porque el país no tiene proyecto y porque el único vigente y preponderante es Barcelona como ciudad global. Y ya hemos señalado en otros artículos como los presupuestos de la Generalitat apoyan este dopaje en gasto corriente e inversión, como los del Estado lo hacen respecto a Madrid. La construcción de la Barcelona capital lleva más de quince años de funcionamiento a pleno ritmo sin ningún complemento ni contrapeso, con la plena ausencia de propuestas de país y bajo gobiernos de diferente color a cada lado de la plaza Sant Jaume. Y es tan grave que cuando pides una governanza de la periferia metropolitana, como es el caso del Vallès, te miran con distancia y la respuesta es: ahora no toca, ni nunca tocará.
Barcelona se amuralla con una ley de capital, una Área Metropolitana, con coronas de transporte, con una región que corta el Penedès,... en una visión de coronas de gradual periferia que niegan la identidad de país. Por no tener, Catalunya no tiene ni visión propia de Cercanías, ni de la dimensión productiva interior, ni alternativas al turismo de bajo nivel.
"Para no tener, Catalunya no tiene ni visión propia de Cercanías, ni de la dimensión productiva interior, ni alternativas al turismo de bajo nivel"
Y en esta situación, la reivindicación de los catalanes con el Estado español no es un combate de capitales globales, es, sobre todo, una demanda de reconocimiento, de equidad, de federalismo como relación política y de la soberanía inherente que hay en toda base federal. Pero este debate no se puede mantener de forma solvente con el bloqueo interior de Catalunya.
En este bloqueo de la organización interior ha pesado el Estado que ciertamente ha permitido, por ejemplo, la modernización radical de las comunidades autónomas uniprovinciales, el status quo de los vascos y que ha bloqueado las leyes de organización de Catalunya, pero pesa mucho también nuestra inercia de bloqueo político.
De los 135 diputados del Parlamento 85 provienen de la provincia de Barcelona, 17 de Girona, 15 de Lleida y 18 de Tarragona. Estas circunscripciones aberrantes no son un asunto simplemente de ley electoral. Muestran un país sin federalismo interno, sin identidad de circunscripciones. Una casi circunscripción única es un país en falso. Los partidos políticos se comportan como marcas y máquinas estrictamente barcelonesas, sólo con tres delegaciones menores en las capitales provinciales, pero sin representación ligada a los territorios con propiedad. De lo contrario no se explica la deriva de carencia de proyecto de país. Somos sus "sedes" electores, porque ellos no son nuestros representantes directos, y porque tampoco pueden serlo, sobre todo en una provincia como Barcelona. El debate legítimo de la proporcionalidad ha matado el debate también esencial de la representación cercana negada. Y es inadmisible.
El modelo de un potente oasis barcelonés en un desierto catalán es un esquema muy frágil. Haría falta, para empezar, que la capital se reuniera estrechamente con su región metropolitana de cinco millones, que es la dimensión real de su cuerpo. Esta regionalización, pero, no se puede hacer ajena al resto de Catalunya y de una plena regionalización del país, del Ebro al Pirineo y de todo su interior, el cual aprovecharía todo el potencial interior. Una regionalización, por otro lado, que no se podrá hacer nunca como excepción barcelonesa sino como regla general. Para acabar, esta dimensión de regionalización hace falta reunirla con la dimensión de la metrópoli de siete millones que es el conjunto del país. Y esto es posible con la opción de servicios ferroviarios regionales en alta velocidad y con más estaciones para reforzar el conjunto del sistema urbano a una hora de la capital. Así es como se transformó el país con la autopista del mediterráneo y el brazo hacia Lleida.
La deriva de amurallarse dentro de la capital es muy limitada y de costes elevados, incluso para la propia Barcelona. Existe la posibilidad de un programa de reforzamiento y a la vez integrar la capital en el conjunto del país y del país con la capital. Si los estrategas barcelonesesa miran por encima de las murallas de la AMB, descubrirán el potencial del país.