En la redacción tenemos una costumbre los viernes, el día que habitualmente hacemos teletrabajo, que le llamamos llamadas curativas. Los viernes, normalmente, no solo se nos acumula el cansancio de la semana, sino que también se nos acumula mucho trabajo: tenemos que cerrar la semana, preparar muchas cosas de la siguiente y, por supuesto, ordenar muy bien las piezas para que el diario esté en funcionamiento todo el fin de semana. Se junta, además, y no sé por qué, que los viernes siempre llegan los "bombazos": noticias inesperadas que saltan a las 13.00 h del mediodía o temas que se nos presentan para más adelante, pero que nos los quieren explicar sí o sí el viernes, y realmente, es el mejor día para escucharlos, desde casa, sin ninguna interrupción.
Así que los viernes, muchas veces, hacemos llamadas curativas. Yo, personalmente, las hago con Carles Flo, director de negocio y amigo, con Gemma la Fontseca y con David Lombrana, que además de compañeros también son amigos. De hecho, ha sido con Gemma con quien las hemos bautizado así a las llamadas de los viernes: llamadas curativas. Y no falla ningún viernes. A veces los quiero curar yo y muchas otras veces me quieren curar ellos. Díle curar, díle cuidar. Reordenamos tareas, reflexionamos sobre la semana para quedarnos más tranquilos, y, incluso, decidimos quitarnos trabajo y no publicar algo que teníamos programado, para no hacerlo con prisas o para velar por nuestra salud.
Paga la pena decir, sobre todo para añadir contexto, que nuestro trabajo nos apasiona. Y, incluso diría, que nos apasiona demasiado. Por eso, no hablamos de un contexto de explotación laboral, sino de necesidad de autoregularnos para alcanzar todo aquello sobre lo que queremos informar, sin sobrepasarnos, para así, disfrutar del camino y a la vez hacer bien nuestra tarea informativa. Poder tratar la información a fuego lento, profundizar y mirarla con cariño y admiración, requiere tiempo y dedicación. Y diría más: también requiere que nos cuiden, y cuidar a los demás.
"Poder tratar la información a fuego lento, profundizar y mirarla con cariño y admiración, requiere tiempo y dedicación. Y diría más: también requiere que nos cuiden, y cuidar a los demás"
Y esto se traduce a toda profesión, y con más énfasis, cuando se suma una posición de liderazgo o con presión.
Y salto a mi ámbito personal: cuando miro el camino recorrido y cuando miro los hitos conseguidos más recientes, sé que no los podría -ni podríamos- haberlos conseguido si no hubieran velado unos y otros para cuidarme. Los de arriba, los del lado y los de abajo. Todos. Y hablo de ámbitos muy técnicos y profesionales, pero también de personales: desde el compañero que decide altruistamente editar un artículo que, en principio, estaba en tu listado de tareas, hasta el compañero que ha visto que aquel día no hacías buena cara y, además de preguntarte cómo estás, te lleva un cruasán de chocolate, o un bocadillo de fuet.
En VIA Empresa, incluso, tenemos la figura del velador, quien vela por todos y por el diario. Y yo, que aprendo de él desde el primer minuto en el que entré en la redacción, también procuro ser una veladora. Pero es que si miro al resto de compañeros de la redacción (Gemma, David, Teresa, Carlos y Ana), son todos unos veladores. ¡Y también la familia Grau! Y he aquí la suerte: sin forzarlo, este es nuestro talante, cuidarnos y velar por los demás forma parte de nuestra cultura de empresa, es intrínseco a nuestro equipo.
Del mismo modo que, en nuestra vida personal, necesitamos una red a nuestro alrededor, en la que nos cuidamos entre todos los miembros, también la necesitamos en la empresa. Y de manera transversal, de arriba a abajo y de abajo a arriba; y horizontal. Y si no la tienes, como dicen a menudo por las redes: "amigo/amiga, ¡date cuenta! Ahí no es". ¡Huye! Y encuentra un lugar en el que los viernes recibas llamadas curativas.