El año pasado, por estas fechas, asistí a una reunión de empresarios. Estaba supercansada y tenía muchas cosas que hacer antes de ir a buscar a los niños en la escuela. Cuando habíamos cerrado el último punto del día, plegué los papeles preparada para hacer un sprint hacia la puerta. Me giré a buscar el abrigo y alguien dijo: "Ay, por cierto, he visto que la semana que viene hay huelga. ¿Alguien sabe de qué es?".
Yo, que era la única mujer empresaria, lo sabía. Pero en aquel momento, mis ganas de marcharme eran superiores a las ganas de explicar a dieciséis hombres que era el Día International de la Mujer. Decidí no decir nada y morderme la lengua como nosotros las mujeres hacemos tan a menudo. Mientras tanto, el hombre de mi lado sacó su móvil. Con cuatro clics proclamó eufórico: "¡Es la huelga de las mujeres!"
"Por favor", rogué con voz queda, "que nadie diga nada, please, quiero marcharme…". Pero no. En aquel momento, el hombre de delante mio se apoyó en la silla, se abrió de brazos y piernas en posición de manspreadingy soltó "¿Mujeres? ¿huelga? ¿Sabéis qué? Nosotros…" e hizo un círculo con los brazos para incluir a todos en la sala, yo incluida. "Nosotros", continuaba, "como empresarios, tenemos que acostumbrarnos a esta moda actual que tienen las mujeres de manifestarse".
Miré las caras de los otros y nadie decía nada. Cansada o no, yo ya no me podía morder más la lengua. "A ver", dije, "tú te crees que con todo lo que tenemos que hacer nosotras las mujeres, tenemos tiempo y ganas de ir a la calle para manifestarnos?". Todavía nadie decía nada y continué: "Nos manifestamos por la brecha salarial, por la falta de mujeres en lugares de liderazgo, por las penalizaciones que tenemos para tener hijos, por el hecho que 1 de cada 3 de nosotras estamos maltratadas…".
En aquel momento, uno de los hombres me interrumpió: "Pero esto de la brecha salarial no lo entiendo...con los convenios esto es imposible. Quizás en otros lugares del mundo, lugares como… África… pero aquí, en Catalunya, no puede ser". Otro se añadió: "Yo tampoco entiendo por qué dicen que hay tanta desigualdad. Los convenios y los derechos no dejan que sea así".
"La brecha, en Catalunya, es de un 23%. Mirad las estadísticas de la Generalitat", le expliqué. Pero ellos insistían que no podía ser. Cité más cifras, más estadísticas, más casos y más hechos, pensando que siendo hombres de negocios como eran, tenían que creerse los números. Pero, no. Mis argumentos no cambiaron ninguna opinión de la sala.
Ellos no querían y/o no podían creer que había desigualdad de género en Catalunya. En otras partes del mundo, eso sí, y quizás, sólo quizás, en otras partes de España. Pero aquí, no. Era evidente que la versión de la realidad que les presenté iba totalmente en contra de sus ideas. Y a pesar de que mi versión estaba apoyada por estudios, números y hechos, ellos no salían de la idea que aquí todo estaba bien. Según ellos, las mujeres catalanas tienen los mismos derechos y oportunidades que los hombres. Por lo cual, si las mujeres no llegan a los mismos niveles que los hombres, tiene que ser por culpa de ellas mismas.
Volví a la oficina haciendo un "replay" en mi cabeza de toda la conversación. Buscaba la razón de mi fracaso a la hora de intentar empatitzar con aquellos hombres sobre el estado actual de las mujeres. Estaba frustrada por el hecho que no había ningún hombre que me apoyara. ¿Era porque no me querían dar la razón ante los otros o porque realmente nadie entendía el que yo explicaba? Y, sobre todo, estaba profundamente triste porque si los hombres no creen que hay desigualdad de género, no habría cambios importantes a la sociedad. Ni aquí, ni en África.
"Si los hombres no creen que haya desigualdades, no verán ninguna razón para hacer ningún cambio"
Hasta aquel día, yo pensaba que si las mujeres podíamos hacer entender a los hombres lo qué nos pasa realmente, ellos nos ayudarán a tener una sociedad basada en la igualdad. Pero vi que si los hombres no creen que haya desigualdades, no verán ninguna razón para hacer ningún cambio. Si las mujeres salen a la calle para manifestarse, debe ser para hacerse selfies, para demostrar en el mundo que el color lila #MeToo (a mí también) me queda bien.