Matar al padre es una de las principales teorías freudianas que hace referencia a la necesidad de que, cuando una pequeña personita se vuelve adulta, debe romper los lazos con lo que hasta ahora han sido sus coordenadas de libertad y referencia ante el mundo. Matar al padre es claramente una figura retórica, exagerada como lo son todas las que inventan quienes se consideran a sí mismos filósofos y grandes pensadores (como Freud) y que tiene ese punto de rebelión juvenil tan atractivo y seductor para una época de romper, liberarse y comenzar el propio camino.
La metáfora se ha usado en muchos otros contextos, desde prácticas laborales hasta relaciones tóxicas familiares, pero la esencia de su significado radica en una clara necesidad de ruptura con lo que hasta el momento se había establecido como autoridad moral. Sin embargo, como siempre, nuestra sociedad pone el foco en el hecho superficial equivocado; y es que no es el padre, el causante de todos los males, sino la metáfora del príncipe azul, de ese hombre de las películas que aparece de manera repentina y llena de purpurina tu vida y todo lo que has hecho hasta entonces tiene sentido porque estáis destinados a estar juntos.
Más allá del dibujo de este príncipe como real, perfecto y claramente normativo (algo que ya nos podría ocupar solito una serie de artículos), lo que pienso que es nocivo de esta metáfora es el hecho de que las niñas, desde bien pequeñas, nos construimos la idea de que un día, de repente y sin avisar, llegará una persona que nos cambiará la vida, nos dará todo lo que siempre hemos pensado merecer y, de manera mágica, nuestras preocupaciones serán resueltas en un final feliz donde todos comen anises y nadie recuerda demasiado el pasado. Este pensamiento mágico tiene muchos problemas, pero los dos más importantes son los siguientes: en primer lugar, el hecho de dejar en manos de la providencia tu propia felicidad. En lugar de centrarte en explorar lo que te hace feliz y hacer estimaciones de qué has de hacer para llegar a donde quieres estar, lo dejamos en manos de un señor mágico que nos resolverá todos los problemas con una sonrisa y una frase amable. Por desgracia, con veintisiete años, ya puedo decir que nada está más lejos de la realidad.
"Este pensamiento mágico deja en manos de la providencia tu propia felicidad"
En segundo lugar, se trata de la idealización de la vida en una sola fórmula: mientras muchas de nosotras podríamos ser muy felices con un gato, viviendo con una amiga, no teniendo hijos o enamorándonos cada tres años de una persona diferente, ahora parece que no, que solo te puedes enamorar una vez, del hombre más guapo del mundo, y si lo dejáis es que no era esa persona y venga, volvamos a empezar. La verdad es que más que una fantasía vital, esta dinámica parece el juego de la oca, y no termina de ser de mi agrado, ahora que la he experimentado más de una vez.
Por eso pienso que lo más rápido es matar al príncipe. Bueno, no matarlo físicamente, sino metafóricamente. Si alguna lectora tiene un príncipe perfecto y comen anises y viven felices, que no cambie nada. Pero para las otras, para las que hemos sido capturadas por esta idea de que la felicidad se presenta de forma mágica, lo transforma y cura milagrosamente, sería mejor que nos focalizáramos en hacer lo que nos gusta, tomar buenas decisiones vitales, centrarnos en nuestros objetivos y luego, si llega un príncipe azul, bienvenido sea, pero que no se piense que el cuento cambiará de golpe solo porque él acaba de llegar.