Aunque no te merezcas ni un minuto de mi tiempo, este artículo va para ti. Tú, el que me hace quedar mal cuando explico a los equipos que vender es ayudar, y que los vendedores somos respetuosos. Y también para ti, que parece que te rías cuando digo que la atención al cliente es vocación de servicio y voluntad de ayuda.
Tú, la de la centralita de la Mutua, que después de decirme que estoy equivocada, que no he entendido lo que me han dicho, que eso es imposible y que de dónde lo he sacado (solo te falta insultarme), pues, después de todo ese despliegue, te dignas a comprobarlo, y me perdonas la vida con un “lo habrán cambiado. Ya te lo hago”. Ni un perdón, ni gracias por la paciencia, ni usted tenía razón. Nada de nada, pero eso sí, tú con la cabeza bien alta.
Tú, el chef del menú de fin de semana. Si te pido arroz de pescado es porque me apetece. Ya te acepto que me aconsejes el de carne. Pero si te vuelvo a decir que yo quiero el de pescado, ya no insistas más. Y, sobre todo, no me digas que me equivoco y que me arrepentiré. Si tienes un excedente de conejo, calcúlalo mejor para el próximo día, pero a mí, déjame tranquila con mi elección.
"¿Cómo te atreves a bromear sobre que con este coche haré feliz a mi amante? ¿Perdona? ¿Pero qué me estás diciendo?"
Tú, el vendedor del concesionario. ¿Qué son esas confianzas que te tomas y que yo no te he dado? ¿Cómo te atreves a bromear sobre que con este coche haré feliz a mi amante? ¿Perdona? ¿Pero qué me estás diciendo? ¿Dónde te has escondido estos cuarenta años en que el mundo ha evolucionado y ha dejado de insultarnos con estas bromas de mal gusto? Despierta, compañero, ¡estamos en 2024!
Y tú, el nuevo dermatólogo, ¿de dónde has salido? ¿Qué es eso de que venga a verte para que me controles los lunares y después de mirarme cuatro, me digas que todo está bien, pero que algunos retoques en mi cara mejorarán mi autoestima?
¿De verdad esto me está pasando? Tú, que es la primera vez que me ves, ¿te atreves a hablarme a mí de autoestima para venderme tu cirugía estética? ¿Pero qué te pasa? ¿Hacían un dos por uno en dermatología y psicología?
Te toca a ti, el que me llamas para recordarme que cada mes pierdo dinero con la factura del teléfono. Que sabes seguro que pago más y que no entiendes que no quiera ahorrarme dinero. Y, cuando, por empatía, te explico que estoy con una compañía porque me caen bien y me tratan bien, te ríes y me dices que si quiero que me sigan tomando el pelo, pues adelante. Gracias, chico, se me ha acabado la empatía.
¡Ay! Tú, mi nueva expeluquera. Que te explico que siempre voy a unas peluquerías de Barcelona, pero que cada vez tengo menos tiempo. Y tú, sin que nadie te lo pida, criticas todo lo que hacen mal todas (¡todas!) las peluquerías de Barcelona. Especialmente, la mía, que se ve que no me han hecho no-sé-qué, ni me han explicado no-sé-qué-otra-cosa, y que suerte que ahora vendré aquí… ¿Has terminado? Pues mira, resulta que no me ha gustado nada tu crítica gratuita y que acabas de perder una potencial clienta. Venga, adiós.
"Profesionales de la antiventa, grandes desvendores, solo me queda agradeceros que me sigáis obsequiando con ejemplos perfectos de todo lo que nunca se debe hacer"
Y una mención especial para ti, la que me contacta por LinkedIn y me dices que te gustaría reunirte conmigo porque tienes una herramienta re-vo-lu-cio-na-ria que ayudará a empresas y vendedores a mejorar su rentabilidad y bla, bla, bla. Te respondo, debo ser de las pocas, y te digo que de acuerdo, que nos reunamos.
Pero ya no vuelvo a tener noticias tuyas hasta pasados 5 meses que me contactas de nuevo y me dices, de nuevo, que te gustaría reunirte conmigo porque tienes una herramienta re-vo-lu-cio-na-ria que ayudará a empresas y vendedores a mejorar su rentabilidad y bla, bla, bla. ¡Felicidades, chica! ¡Tú sí que sabes de rentabilidad!
Y, para terminar, profesionales de la antiventa, grandes desvendores, solo me queda agradeceros que me sigáis obsequiando con ejemplos perfectos de todo lo que nunca se debe hacer, para poder seguir utilizándolos en cursos y artículos. Gracias por recordarme que, al final, vender es ayudar, escuchar y respetar. Todo lo que hacéis vosotros es otra cosa.
Y a ti, estimado lector, te invito a practicar y reivindicar la venta como debería ser: con empatía, profesionalidad y, sobre todo, con sentido común. Porque, al fin y al cabo, ser buenos vendedores o brindar una buena atención, más que un trabajo, debería ser una vocación.