El catalán y el castellano no son ninguna excepción en la adopción de palabras provenientes del inglés. Y bajo este fenómeno, situaciones que han existido de siempre, como son el acoso laboral, el maltrato escolar o la desmotivación y el agotamiento en el trabajo, para citar solo tres entre infinidad de ejemplos, hoy son realidades cada vez más estudiadas y reconocidas por la sociedad.
Ni el mobbing ni el bulling ni el burnout han aflorado de la nada, ni son tendencias nacidas o propias de las nuevas generaciones, pero es del todo innegable que con la irrupción de estas nuevas terminologías, hoy se han dotado de la visibilidad y del protagonismo que antaño no tenían y que necesariamente había que popularizar para poderlas entender, denunciar y combatir.
Cada vez más, leo artículos de opinadores y expertos teorizando sobre el mobbing. Sobre los estereotipos, las situaciones más habituales, sus repercusiones, las herramientas para detectarlo... incluso, sobre posibles instrumentos para afrontarlo. Pero no es hasta que lo vives en tu propia piel, hasta que te encuentras sometida a un goteo constante y continuado de desprecio, intimidación, degradación, humillación y pérdida de confianza y competencias, cuando realmente tomas verdadera conciencia del alcance físico y psíquico que puede vivir la víctima.
El mobbing te anula y te derrumba como persona. Pierdes la propia autoestima, te sientes incompetente, insegura y desmotivada. Te levantas por la mañana y apenas puedes ver la luz en el cielo. Te palpita el corazón, fuerte, aceleradamente, sientes que te ahogas. Te caen las lágrimas y no puedes parar, estás rota por dentro. Te sientes culpable y no sabes ni por qué. Te atormentas buscando razones para justificar lo que te pasa, pero no encuentras respuesta. Y es que no hay, eres la víctima. Esto es el mobbing. Cruelmente duro.
En el entorno de la empresa, el líder es una pieza clave tanto en la productividad del equipo humano como en la configuración de un clima laboral saludable y en la retención de talento. Y creo que no me equivoco cuando vinculo inexorablemente mobbing y liderazgo tóxico.
El liderazgo nocivo tiene un coste mental para el trabajador y, por lo tanto, un coste económico para la organización.
"Las repercusiones colaterales de una mala salud mental en la empresa tienen hoy un impacto económico de aproximadamente 2.000 dólares anuales por empleado"
Según datos del último informe realizado por la consultora Deloitte, Global Health Care Outlook: Are we finally seeing the long-promised transformation?, se estima que las repercusiones colaterales de una mala salud mental en la empresa tienen hoy un impacto económico de aproximadamente 2.000 dólares anuales por empleado, derivados en la mayoría de casos por el absentismo, el abandono o renuncia, y el elevado grado de rotación. El mismo estudio, además, señala que entre los años 2011 y 2030 la pérdida de producción económica acumulada asociada a los problemas de salud mental tendrá un coste estimado de 16,3 billones de dólares a escala global. Un panorama laboral que, lejos de mejorar, no hace sino agudizar.
En términos generales, la gran mayoría de los sistemas, estructuras, organizaciones y sociedades están diseñadas de manera jerárquica dónde en la cúspide se sitúa esta figura que dictamina las decisiones. Los líderes son los que establecen la cultura que se respira en la empresa , y esto no se traduce en frases friendly en la web ni en vídeos simpáticos en las redes sociales. Las personas necesitamos que se nos reconozca, se nos respete y se nos motive con feedbacks constructivos.
Generar bienestar y salud organizacional tiene que ser gran prioridad de las instituciones, y para lograrlo hace falta erradicar definitivamente cualquier brizna de liderazgo tóxico.
"La felicidad del capital humano se traduce en una mejora en la eficiencia y la productividad empresarial"
Los liderazgos nocivos suelen compartir rasgos y determinadas maneras de hacer que los hace fácilmente identificables. Sea cual sea su sexo, la raza, la religión o la tendencia política, estas personas suelen ser autoritarias, narcisistas, controladoras, impredecibles y sedientas de protagonismo. Acostumbran a no saber delegar e imponen sus opiniones y decisiones como verdades únicas y absolutas. Son personas con una visión sesgada de sí mismas y de sus ideas, y en la mayoría de casos ignoran o minimizan las capacidades de sus colaboradores. Tienen un concepto "particular" de lo que llaman "críticas constructivas" y basan su liderazgo en una supervisión excesiva que frustra la autonomía y la creatividad de quien le rodea. Suelen adoptar comportamientos imprevisibles y cambian constantemente de criterio, provocando inevitablemente una situación de caos organizativo, desorden, incertidumbre y una sucesión de errores posiblemente evitables.
Estos tipos de conductas acaban instigando un ambiente de tensión, ansiedad, estrés y falta de motivación. De hecho, según un estudio de la Universidad de Australia del Sur publicado en el British Medical Journal y dirigido por el Observatorio de Clima de Seguridad Psicosocial de UniSA, un ambiente nocivo incrementa la tasa de depresión entre el personal hasta un 300%, una cifra realmente alarmante y que no tendríamos que banalizar.
Como conclusión, tenemos que apostar firmemente por un liderazgo one on one, considerando las especificidades de cada una de las personas que conforman el equipo, porque ni todas somos iguales, ni todas sentimos igual, ni todas reaccionamos igual. Escuchar, dialogar, empatitzar y empoderar. Es esencial que instauramos una cultura organizativa que promueva la vertiente más humana. Y, sobre todo, reforzar la comunicación, mucha, mucha comunicación. Tenemos que pasar de la autoridad a la amabilidad, de la humillación a la humildad, poner las cifras al servicio de los valores y no a la inversa. Las personas y su bienestar tienen que ser objetivos primeros de cualquier organización porque, y así lo han demostrado decenas y centenares de estudios, la felicidad del capital humano se traduce en una mejora en la eficiencia y la productividad empresarial.