Vivimos en un momento en el que las cosas ya no duran para siempre. Los trabajos, las personas queridas, las casas, las situaciones geográficas o, incluso, nuestras maneras de vivir y entender la vida. Después de abandonar una sociedad de fundamentos robustos e inapelables, nos encontramos transitando hacia un sistema donde todo merece, como mínimo, una oportunidad. Ante la relativamente nueva libertad existencial que encontramos frente a nosotros como un escaparate esplendoroso y destruido al mismo tiempo, es tarea de cada persona recoger las piezas que le parecen más atractivas (o que se puede permitir) y continuar con lo que será forjado como su camino vital.
Dado que nada es fijo ni tiene una base sólida que nos haga sentir completamente protegidos, todo es susceptible de serlo. Sin embargo, la conciencia de la finitud de las posibilidades ya es una verdad de la que no podemos huir. La mayoría de las personas a mi alrededor se han construido sus pequeñas fortalezas y refugios, lugares donde se sienten cómodos y hacen la vida más amable y feliz. Un trabajo estable, una pareja romántica, un grupo de amigos con quienes hacer planes divertidos de vez en cuando, un hobby o deporte que les permite escapar de la rutina, un viaje pendiente o renovar una casa antigua. Todo son, en última instancia, espacios de seguridad y ternura, pero también son temporales. Y si esto podía ser una frustración en el pasado, ahora parece más bien una liberación de la presión de tener que permanecer siempre y para siempre en el mismo estado, sin posibilidad de cambio, de transformación, de crecimiento.
"Dado que nada es fijo ni tiene una base sólida que nos haga sentir completamente protegidos, todo es susceptible de serlo"
Las cosas se acaban. Es una realidad. Las grandes historias de amor que hemos vivido en otros momentos de la vida ahora nos parecen realidades lejanas y oníricas, como también los momentos vitales como la etapa universitaria, el instituto, nuestro primer trabajo, la infancia o, incluso, supongo que cuando sea mayor echaré de menos el momento actual. Todo termina, y esto no significa que no tenga sentido comenzar nada. Al contrario: es precisamente en la conciencia de la finitud donde se esconde el acto revolucionario de empezar algo.
Por eso me sorprende el miedo que tenemos a los nuevos comienzos. El miedo que tenemos cuando las cosas se nos van de las manos y se quedan al límite de lo que consideramos controlable. Si la vida es un gran conjunto de grises y de colores entre extremos, ¿por qué nos sentimos tan vulnerables cuando somos conscientes de ocupar esas posiciones? El simple hecho de estar vivos es un acto radical, complejo y contradictorio, pero con un valor que es inestimable.
"El simple hecho de estar vivos es un acto radical, complejo y contradictorio, pero con un valor que es inestimable"
Al contrario de la gran cantidad de evidencia de sufrimiento, dolor, injusticia y desigualdad, la vida resiste como un milagro en las sociedades poscontemporáneas. Y es precisamente en esos momentos de oscuridad donde no debemos dejar que lo peor se apodere de nosotros, sea el blanco o sea el negro, y dejar de lado la única certeza que podemos asumir: que la vida se trata de una carrera larga, de una trayectoria sin retorno navegando los múltiples colores grises.