Ya han pasado ocho meses desde el inicio de la pandemia en España y parece que volvemos a la casilla de salida. Así y todo, la crisis económica asociada y la situación del tejido empresarial han ido variando, en bastantes casos intensificando su deterioro, de tal manera que se puede mencionar que después del verano, y cada vez de una manera más clara, estamos inmersos en una segunda fase de la recesión, momento que merece una reflexión.
En la primera etapa de la crisis, la economía y las empresas tenían un grave problema de demanda. El confinamiento, interior e internacional, provocó un paro de la actividad económica prácticamente en todos los sectores. Datos de PIMEC relativos a principios del mes de abril ponían de relieve que un 46,5% de las pequeñas y medianas empresas no tenían actividad, porcentaje que a finales de mayo se situaba en el 24,2%. Considerando estas cifras, se convertía en necesaria la flexibilización de estructuras y la cobertura financiera de urgencia, en muchos casos preventiva. De hecho, los dos instrumentos de política desplegados daban respuestas a estos asuntos. Por un lado, los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) y, por otro, la financiación con aval público, combinados con otras líneas más específicas, como el cese de actividades de los autónomos y moratorias en el pago de los impuestos y tasas, con algunas disfunciones en las medidas (restricciones del ERTE, problemas en el pago de los trabajadores en ERTE, condiciones financieras de los préstamos con avales, …), absorbieron en parte el impacto de la crisis.
Sin embargo, el período estival frustró la consecución de las expectativas que determinados sectores y muchas empresas tenían. Los rebrotes, las limitaciones impuestas por otros países y las medidas restrictivas implantadas impidieron que la vuelta a una relativa normalidad permitiera a las compañías generar los suficientes recursos para poder compensar las pérdidas anteriores, así como como para relajar sus problemas de liquidez y tesorería.
"Los rebrotes, las limitaciones impuestas por otros países y las medidas restrictivas implantadas impiden la vuelta a una relativa normalidad"
Un 46,3% de las pymes han valorado el verano de negativo/muy negativo desde el punto de vista económico, según una encuesta de PIMEC a sus asociados. Estos meses, de baja actividad y, en ciertos casos, de inactividad, no han permitido fortalecer financieramente a las empresas.
El verano marca una frontera clara y nos lleva ineludiblemente a la segunda fase de la crisis económica, que se ve agravada por la segunda ola de la pandemia y por las nuevas restricciones activadas en las últimas semanas. En esta etapa, al problema de demanda se le une una segunda adversidad, la financiación, intensificando las dificultades y debilidades provocadas por la primera ola, en un contexto donde la incertidumbre es creciente. Cifras recogidas por PIMEC correspondientes a finales del mes de septiembre revelan que la mitad de las empresas de pequeño y mediano tamaño tienen tensiones de tesorería y que dos de cada tres anticipan problemas financieros, un 23,7% antes de finalizar este año. La dificultad para generar recursos en un entorno de poca/nula actividad, el mantenimiento de los gastos fijos (alquileres, tasas, impuestos, …) y el incremento del endeudamiento -con o sin aval público-, junto a un aumento de la morosidad y de los impagos, están provocando la asfixia financiera de muchas empresas, grandes y pymes. Cabe citar que la primera ola cogió a las empresas mejor preparadas, pero en esta segunda ola las encuentra deterioradas y débiles, con actividades absolutamente dañadas.
Como ha afirmado el Banco de España, cerca de un 70% de las compañías presentará déficits estructurales de liquidez, afectando seriamente a su solvencia. Otro aspecto diferencial de esta nueva etapa, ya identificado poco antes del verano, es el crecimiento desigual (asimetría) del impacto sectorial de la crisis, con un comportamiento más positivo de la industria y la construcción y una peor evolución, cada vez más angustiosa, de buena parte de los servicios, con el turismo, el comercio y la cultura al frente, pero con el sufrimiento de muchos otros “microsectores prácticamente invisibles” como el ocio nocturno, los espacios infantiles, los gimnasios, los mercados ambulantes, los centros de estética y los centros de formación, entre otros.
"La primera ola cogió a las empresas mejor preparadas, pero en esta segunda ola las encuentra deterioradas y débiles, con actividades absolutamente dañadas"
La nueva fase de la crisis económica demanda, como ya lo ha mencionado algún organismo internacional, una revisión y adaptación de las medidas aplicadas hasta el momento. No es suficiente con las que se tomaron en la primera etapa, a pesar de que siguen siendo útiles, con algunos ajustes. Es necesario apostar por nuevas actuaciones, que pongan el foco en cubrir la baja actividad/inactividad y, sobre todo, que aborden los problemas financieros y de liquidez, especialmente de los sectores más afectados por la contingencia. Entre otros, se requieren ayudas directas con dotaciones presupuestarias adecuadas y un mayor uso de la política fiscal por parte de todas las administraciones públicas, municipales, provinciales, autonómicas o estatal.
Las empresas no pueden endeudarse más y su situación está provocando una rotura de la cadena de pago, que arrastrará a otros sectores, entre ellos el financiero, pudiendo provocar un efecto sistémico. Necesitan liquidez directa urgente y ya no les vale con el aplazamiento del pago de los impuestos, sino que requieren de condonaciones, reducciones y desgravaciones fiscales que supongan inyecciones/ahorros reales de recursos para afrontar el ahogo financiero. La inacción o una acción inadecuada en este sentido conducirá a una destrucción significativa del tejido empresarial en un nuevo estadio -aún más negativo- de la crisis económica. De hecho, entre un 20% y un 30% de las pymes se están planteando en estos momentos cerrar definitivamente. Y una empresa que desaparece, ¡es muy difícil que vuelva a nacer!