No es lo mismo sentirse estafado que ser efectivamente estafado. Son dos factores que pueden ir por separado: hay quien se siente estafado sin que nadie le haya querido estafar, y hay quien no se siente y ha sido estafado de hecho.
Sentirse estafado es un clásico cuando proyectamos equivocadamente con respecto a una opción política unas expectativas que son imposibles de cumplir. El gran beneficiado de esta proyección suele ser, en muchas ocasiones, el que acusa a las otras opciones de prometer imposibles. Sí, en un contexto de gran descrédito de la clase política, y de desconfianza generalizada en el statu quo, la denuncia de los estafadores -en términos de promesas políticas- es premiada paradójicamente con una ausencia de fiscalización.
La tentación de proponer soluciones fáciles a problemas complejos es también una clásica manera de estafar al votante, al cual se acaba de conseguir indignar con las críticas al sistema
Me refiero a propuestas políticas que reciben crédito sólo por ser críticas. Seguramente ésta será la manera que tienen estas opciones minoritarias de mostrarse y conseguir asomarse a un magma de información que nos tiene saturadas en las audiencias. Pero la habilidad de denunciar lo que falla no convierte al acusador en alguien capaz de proponer algo con sentido. La tentación de proponer soluciones fáciles a problemas complejos es también una clásica forma de estafar al votante, al que se acaba de conseguir indignar con las críticas al sistema. Para no sentirse estafado, basta con pasar todas las opciones por el mismo enderezador de exigencia.
De la misma manera que no hay persona más vulnerable a la desinformación que lo completamente desconfiado de las fuentes oficiales -observe, si no, los itinerarios lógicos de los que creen en las teorías de la conspiración- en una campaña electoral, los más cabreados son los que más vulnerables se encuentran en la estafa del político arribista. Y lo que las redes sociales están permitiendo, de forma cada vez más hábil, es que estos desconfiados tengan la sensación de que estas nuevas opciones políticas sean necesariamente de fiar.
Hablando de engaños, precisamente, ellas mismas -las redes sociales- hace ya un tiempo que pueden llevarte a engaño -estafarte- si lo que piensas que te ofrecerán es información fiable. Se utilizan como fuente de información, sí, y muchas veces como fuente de información alternativa, también. Pero la realidad que se va imponiendo -y no sabemos si quizás de forma irreversible- es que las redes sociales son cada vez más plataformas de entretenimiento y cada vez menos una fuente de información fiable.
El éxito del adictivo algoritmo de TikTok, el proceso mimético que ha seguido Instagram, el crecimiento del consumo de directos con comentarios en Twitch y el absoluto caos que está infringiendo a Elon Musk en la que se consideraba plaza pública o conversación global que era Twitter, tienen un denominador común: quien pone el dinero quiere un regreso, y este no pasa por la información sino por el entretenimiento. El contenido es el rey, y ya no es tan importante la participación o la generación de comunidades o los debates públicos, como la monetización para quienes han puesto dinero en la plataforma. Así, quienes iban a redes para informarse como alternativa a los medios tradicionales encontrarán en estas elecciones que las redes, en el fondo, trabajan bajo la misma lógica de mercado y de intereses que aquellos medios que criticaban. Con una diferencia: que si La Vanguardia o El Periódico o cualquier medio tiene una línea editorial y unos profesionales que mantienen unos criterios -los suyos, más o menos afines a la audiencia en cuestión- en dichas redes el editor es absolutamente amoral y dará visibilidad a quien genere mayor potencial de monetización: se llama algoritmo.
Las redes sociales son cada vez más unas plataformas de entretenimiento y cada vez menos una fuente de información fiable
¿Y dónde queda el debate público? No sé si la generación de un espacio donde puedan hablar todos y conversar es algo que interese a gente suficiente para que sea rentable. En Twitter ya se ve que no le salían los números. No critíco las redes, sino el desinterés en el que nos hemos dejado llevar como sociedad: una sociedad bien entretenida, sobre estimulada por el móvil, básicamente poco informada y, por tanto, completamente vulnerable a las estafas de cualquier tipo. También las políticas.
No es lo mismo sentirse estafado que ser efectivamente estafado. Pero desengañémonos: no hay estafa buena.