La acumulación de factores disruptivos están cambiando el funcionamiento de la sociedad y de la economía. Las crisis económicas, el covid-19, las tensiones entre Estados Unidos y China, la invasión de Ucrania por parte de Rusia, la guerra entre Israel y Hamás en Palestina, la crisis energética o el calentamiento del planeta, son algunos ejemplos.
La pandemia sanitaria ha sido un factor de gran trascendencia para la globalización. La experiencia vivida ha hecho patentes las graves debilidades de un modelo económico global liberal que se creía eficiente y eficaz. El covid supuso la falta de productos vitales para la salud y para la industria, y la rotura de las cadenas de suministros. El covid ha puesto en crisis la globalización existente y está llevando a un nuevo modelo de globalización muy diferente y más limitado. Ahora, ya no importan tanto los costes bajos como la seguridad de disponer de productos estratégicos, muchos de los cuales tienen una excesiva dependencia de terceros países.
Las incertidumbres y los miedos están extendiendo por todas partes los nacionalismos excluyentes, el neo-proteccionismo y una sociedad anclada en la extrema derecha. Donald Trump es la cabeza más visible. Su mensaje de "America First" supone cerrarse puertas para adentro y poner el interés nacional por encima de todo el mundo, despreciando todo lo que sea forágeno. Estamos viviendo un peligroso rearme ideológico radical y militar en todo el ámbito mundial.
"Las incertidumbres y los miedos están extendiendo por todas partes los nacionalismos excluyentes, el neo-proteccionismo y una sociedad anclada en la extrema derecha"
En esta línea los gobiernos de los grandes países están cogiendo un rol importante en el funcionamiento de su economía. De hecho, el pregonado liberalismo está en retroceso y está a la orden del día el intervencionismo de los Estados para proteger sus industrias, las grandes empresas, liderar las nuevas tecnologías y garantizar disponer de los productos estratégicos vitales.
La estrategia industrial de la UE también pretende fortalecer la competitividad, la autonomía de su industria y liderar sectores como el de la neutralidad climática o la digitalización. En esta línea, ha ido aprobando varios programas para impulsar la fabricación de chips o para garantizar el suministro de productos o materias primeras, como por ejemplo las tierras raras. En cuanto a la energía verde, ha aprobado el nuevo mapa energético de Europa; un paso necesario para poder eliminar el uso de los combustibles fósiles. El Plan detalla 166 proyectos de inversión vinculados a la electricidad, al hidrógeno, a la electrólisis y a las interconexiones entre estados. Por cierto, incluye el corredor de hidrógeno, H2Med, que tiene que conectar Barcelona con Marsella hasta Alemania y la planta de electrólisis de Tarragona.
Un país no puede plantear la política industrial sólo con visión de país. Las grandes infraestructuras y los sectores estratégicos se tienen que enfocar y ejecutar con visión europea. Resta, pero, mucho espacio, para que cada territorio tome medidas para impulsar su economía. En este sentido, es muy positivo que en Catalunya, en el 2022, la Generalitat, organizaciones empresariales, sindicales y entidades firmaron el Pacto Nacional para la Industria 2022-2025. El Pacto identifica 152 actuaciones a realizar que se estructuran alrededor de cinco grandes ámbitos: digitalización, industria 4.0, ocupación de calidad, infraestructuras y financiación. El objetivo es que el peso de la industria catalana en el PIB pase del 20% actual al 30% en 2030. Es un objetivo ambicioso que está en la buena dirección.