Hace apenas un año hablaba de finales, y de cómo, en la vida, hay etapas que terminan, que se cierran o que desaparecen. Hoy, doce meses más tarde, hablo de principios. Después de recoger la casa, es necesario hacer algo. Después de terminar los proyectos que me han ocupado todo el año anterior, es necesario descansar. Hace unos días llamaba a Johanna, mi amiga del alma de este curso, y hablábamos sobre cómo el hecho de abandonar Ámsterdam nos daba pánico hace unos días, pero que ahora, asentadas en una nueva realidad, todo va tomando forma y sentido. Es una nueva realidad que tiene elementos completamente distintos a los que hemos tenido hasta ahora, pero que tiene sentido en la medida en que supone una extensión de las máquinas que hemos estado incubando estos últimos meses.
Siempre me ha gustado el verano porque es un momento para digerir el año con calma, a pesar de que no tenga ni me deje mucho rato para descansar. Me gusta tanto estar ocupada como no dejarme aburrir. Supongo que cada uno tiene sus vicios. Este verano o, mejor dicho, en las últimas semanas, mi entorno cercano atraviesa nuevos comienzos: entre mudanzas, emparejamientos, nuevos trabajos, bodas y nacimientos, el núcleo duro de las personas que quiero están cambiando. Y yo también. Por primera vez en mi vida no tengo claro el siguiente paso. Tengo ideas, por supuesto, y tengo algunos pequeños proyectos, pero no un camino fijado hacia dónde tirar. Al principio me angustió un poco, pero hace unos días que estoy aprendiendo a disfrutarlo: de una forma u otra, la vida siempre acaba encontrando su sentido y, a veces, para que esto sea posible, hay que deambular un poco y dejarse querer por las oportunidades que nos pasen junto a nosotros.
Este verano o, mejor dicho, en las últimas semanas, mi entorno cercano atraviesa nuevos comienzos: entre mudanzas, emparejamientos, nuevos trabajos, bodas y nacimientos, el núcleo duro de las personas que quiero están cambiando. Y yo también
Nos han educado de una forma mucho, demasiado, lineal. Nos han educado encarrilados y trampeando entre una y otra etapa de la vida sin tener un momento para detenernos y pensar: ¿y por qué no? ¿Por qué deberíamos poder pararlo un rato? No debe estar en un pretexto de vacaciones o de pérdida de tiempo, sino en una ruptura radical con la rutina: ante la tendencia de seguir fluyendo dentro del capitalismo, debemos poder encontrar espacios-refugio que nos permitan, en la medida de lo posible, huir en medio de la tormenta. Como un creativo nervioso que, hundido en un proyecto, decide salir a fumar un piti. La vida debería permitirnos más pausas y entenderlas como una parte esencial del proyecto. Porque es gracias a estas pausas que las cosas se ordenan y toman el sentido de que, muchas veces, la dinámica a toda prisa de nuestros días no es capaz de producir. Es gracias al descanso y a la mal llamada "desconexión" que podemos dar forma a todos aquellos asuntos que piden fuego lento.
El caso es que estoy empezando cosas que aún no sé adónde me llevarán, pero que pienso escuchar desde lo que los ingleses llaman guts, que se podría traducir en catalán de manera chapucera como estómago. Valorar lo que me apetece, lo que creo que me hará bien y, cuando haga falta y esté preparada, sentarme a desayunar. Es importante, a veces, cocinar con calma, pero también tener el tiempo necesario para mirar los ingredientes en la tienda y escoger los que finalmente te llevarás a casa. El enorme privilegio de poder hacerlo, conlleva el enorme deber moral de rendirle homenaje. Porque sólo navegando veremos dónde nos lleva el agua.