Es el mes del orgullo y me cuesta escribir. Es el mes del orgullo y celebro a todas las personas de mi alrededor, pero no a mí misma. Y llevo unas líneas adelante y atrás de mi teclado intentando explicar cómo me siento. Soy bisexual. Hace unos años que sé, pero hace muy poco que me atrevo a serlo libremente. Siempre ha habido un miedo dentro de mí que no me dejaba expresarlo con claridad. Quizás por comentarios de mi entorno cercano que me hacían sentir que quizás sí que era verdad que esto sólo era una fase o una cuestión de promiscuidad. No es que haya tenido la mala suerte de que tienen muchos amigos por no tener una atmósfera de aceptación alrededor, pero tampoco he tenido un entorno de celebración, aunque pienso que la situación está cambiando para los más pequeños de la familia.
Cuando me gustó una chica por primera vez no supe qué hacer, y como me puse muy nerviosa cuando ella se abrió conmigo, decidí que la mejor manera de solucionarlo era darle un beso. Durante el proceso de enamoramiento lloré mucho, muchas noches y con mucha fuerza, porque ni entendía lo que pasaba ni sabía por qué vivía esa nueva realidad con tanta y tanta culpa. Era como si estuviera haciendo algo mal, como si me comportara como no se suponía que debía hacerlo y dañara a alguien. Nadie me lo dijo directamente, nadie me negó frontalmente mi orientación sexual, pero no fue hasta esa chica que me abrazó y me dijo que no había nada desviado o incorrecto en mí, que era bisexual y esto no era ni una personalidad ni el fin del mundo, que empecé a comprender que lo que me ocurría. Ella me decía que era sólo una orientación, una mirada, una manera de entender el amor y ya está, que aunque haya países donde se prohíbe o todo el mundo hace un gran qué de ello, era lo más normal del mundo. Pero no lo era, ni lo es, ni dejará de serlo en unos cuantos años.
Normal sólo significa de acuerdo con una norma, y las normas son estructuras sociales moldeables y transformables. Normal sólo debería querer decir habitual, común, repetido muchas y muchas veces. Pero las normas, nos gusten o no, existen. Y aunque ahora cada vez tengamos más personas en nuestro entorno que viven su sexualidad de manera libre y de acuerdo con quiénes son, todavía hay muchas, demasiadas, que no sólo es que vivan en un contexto que no acompaña, sino que perciben su experiencia como una distorsión dañina y no se permiten vivirla con total libertad. La conquista del relato no sólo va por el colectivo, sino que también rezuma por todo lo que nos corre por dentro.
"La conquista del relato no sólo va por el colectivo, sino que también rezuma por todo lo que nos corre por dentro"
Hace unos meses hablé con unos amigos sobre lo que me costaba legitimarme a mí misma como parte de la comunidad. Hablábamos de lo difícil que era, a veces, ocupar el espacio correcto, no quitar protagonismo a las personas que claramente lo tienen mucho más difícil que yo, pero aceptar tu diferencia como motivo de orgullo. Lejos del #LoveIsLove destartalado que hemos tenido que crear para que el capitalismo nos compre el relato, el orgullo va por dentro, y necesitamos muchas más cosas que un paso de cebra de colorines o un anuncio con dos chicas dándose un beso. Y aquí las empresas tienen mucho que hacer, porque en lugar de hacer pridewashing y teñirlo todo de colorines durante el mes de junio, pueden trabajar para que sus puestos de trabajo sean seguros para todes, para educar a las personas que trabajan en sus empresas y garantizar el cumplimiento de los derechos humanos en toda su cadena de distribución, desde proveedores hasta consumidores finales. El orgullo será una gran carrera, de muchos kilómetros y que requerirá mucha reflexión, tanto de nosotras mismas como de los distintos espacios que conforman nuestra sociedad. Pero un día, quizás, ser queer será normal. O quizás no, porque ya no hará falta que lo sea.