La semana pasada se hicieron públicos los bienes patrimoniales de los diputados en el Parlament de Catalunya. Dicen que es un acto de transparencia. Ignoro por qué se llama transparencia a un acto de puro chisme informativo. A mí me bastaría con que las cuentas de los diputados estuvieran sujetas a auditorías y, en caso de falta, que fueran a los tribunales sin posibilidad de ser detenidos. No necesito detalles de nada. Personalmente, pienso que dar carnaza populista a tertulianos radiofónicos es una insensatez.
Temo mucho que detrás de toda esta pantomima está la envidia chismosa mediterránea, mezclada con el progresismo desatado que tanto gusta en este país. Todo muy típico. Lo digo porque estoy casi seguro de que estas normas han sido implantadas por aquellos que tienen el trabajo de diputado como último recurso. Me explico. Hace unos años, al constituirse el ayuntamiento de un pueblo que conozco bien, se asignaron unas primas a los concejales por asistencia a los plenos. No gran cosa, unos 100 euros. La gente del pueblo estaba llena de esta noticia. El comentario más sensato me lo hizo el dueño de la ferretería. Me vino a decir: “¿Sabes qué es lo peor de todo? Pues que el motivo de haber implantado estos 100 euros es que, para demasiados concejales, ese dinero es vital. Y así va la gobernanza”.
"Nadie mal pagado en el nivel que le corresponde hace un buen trabajo"
La desbocada carrera populista de nuestros diputados tiene consecuencias. Y lo primero que se resiente es la calidad legislativa. Nadie mal pagado en el nivel que le corresponde hace un buen trabajo. Y si acepta el trabajo de buena gana es que estamos ante un elemento que no tiene a dónde ir a trabajar. Siento ser tan crudo, pero solo hay que ver los resultados producidos por las cámaras legislativas españolas -incluido el Parlament de Catalunya, claro-. Leyes mal redactadas, retraso en la transposición de normas europeas, no adecuación al derecho internacional, etc. No todo es culpa de los jueces, ni mucho menos.
Si miramos los salarios de los parlamentarios de algunos países vecinos, quedaremos espantados. Observen:
Fuente: web de los parlamentos correspondientes. Cifras redondeadas.
Tenemos, pues, un Parlament que es rehén de la demagogia populista, la de aquellos que difícilmente encontrarían otro trabajo. Es así que, con la ayuda de la partitocracia provocada por un nefasto sistema electoral, el nivel ha ido bajando hasta límites difícilmente soportables. Con las corruptelas lógicas que siempre rodean a un colectivo mal pagado en origen. Por eso aparecen casos de gastos no justificables, dietas por desplazamiento de gente que vive en Barcelona, tolerancia con funcionarios con los que se mantiene una connivencia indignante, maniobras para estar en la mesa del Parlament como premio del partido -un secretario de la mesa gana 53.000 euros, mucho más que los 35.000 de un diputado normal-. Solo unos pocos, poquísimos, son parlamentarios cuando podrían tener unos emolumentos más elevados en otro trabajo. Y esta actitud puede ser tan loable como quieran, pero la democracia no puede vivir de la caridad de unos pocos. De la misma manera que la limosna no sustituye a los servicios del estado del bienestar. El mundo evolucionado no funciona así.
"La democracia no puede vivir de la caridad de unos pocos"
Viendo las declaraciones de patrimonio de los diputados -su nivel económico- se pone al descubierto que para la mayoría de ellos lo que cobran como diputados es mucho más de lo que podrán aspirar jamás en la vida civil. Esta realidad pone a los diputados en manos de los partidos que se convierten en “la gran patronal” de la casta parlamentaria. Lo que hace que los diputados defiendan los intereses del amo, que es el partido, y no los del elector. Con los salarios del Parlament se ha conseguido lo peor. No se puede pagar lo suficiente como para atraer al ciudadano profesionalmente maduro que tiene experiencia y es bueno -lo que en inglés se llama seniority- y, por el contrario, el salario es excelente para los advenedizos de partido que saben que nunca más lo volverán a ganar -a menos que el partido los coloque en algún cargo público, o privado agradecido por los “servicios prestados” por el partido-. Y de ahí toda la demagogia que sale de la verborrea parlamentaria catalana: “¡Lo hacemos por el país!”, “¡tenemos que evitar que entren en el Parlament los representantes del capital!”, etc.
Hemos ido bajando el listón hasta convertir el Parlament en el gran premio de los mediocres. Su productividad es lastimosa si la comparamos con la de otros parlamentos vecinos. Se materializa la famosa frase cubana: “Fidel hace ver que nos paga, y nosotros hacemos ver que trabajamos”. Es la tónica general del país. El patrón paga poco sabiendo que los resultados del trabajo no serán brillantes; mientras tanto, el empleado no se pone nunca gallito porque sabe que el trabajo que hace no está a la altura como para poder reclamar nada. Un círculo laboral vicioso para un país cuyo Parlament es su portavoz.