Que estalle todo

La tecnología es como un antibiótico: puede ser la herramienta que salva vidas o, si está mal utilizada, la que las pone en peligro y cronifica los problemas. Estas semanas hemos conocido el caso de varias personas acusadas de acoso sexual: políticos, magos y directores de cine, y en los tres casos, el abuso de poder se ha mezclado con el poder de las redes sociales y los espacios digitales para crear un sistema entrópico.

Gisèle Pelicot, icono y heroína feminista de este siglo XXI, ya nos dice que la vergüenza debe cambiar de bando, pero aquí no acaba el trabajo. Porque sí, la vergüenza debe cambiar de bando, pero el sistema debe transformarse radicalmente para evitar que todo esto se repita y que la “cultura de la cancelación” no sea solo una etiqueta curiosa. Preguntad a cualquier mujer de vuestro entorno: Todas tenemos una historia turbia con algún hombre que era también padre, hijo o marido excepcional (siempre saludaba). Este hombre quizás se considera "depravado", pero sigue trabajando con normalidad, con sus amigos, lugar de trabajo y aficiones habituales.

"Sí, la vergüenza debe cambiar de bando, pero el sistema debe transformarse radicalmente"

El caso es que la diferencia de los casos aparecidos hasta ahora y los de esta semana es el papel clave de la tecnología: las redes sociales se han convertido en un medio eficaz y han viralizado historias con nombres y apellidos, pero también anónimas, y las consecuencias han ido más allá de las denuncias virales.

Quizás es porque la gente está más concienciada, porque ya estamos hartas de todos los casos que salen, porque hemos perdido el miedo, o simplemente porque ahora nos lo creemos y ya no ponemos la culpa en la víctima. El caso es que sin la tecnología estas denuncias no hubieran pasado de la anécdota del día.

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En el caso de la denuncia de Eduard Cortés, todo comenzó con un par de stories de Instagram de actrices conocidas hacia un perfil “anónimo” y reclamaban a sus compañeros hombres que también señalaran los comportamientos asquerosos que veían, y la directora Silvia Grav, que directamente señalaba al director de Merlí Eduard Cortés. En menos de 24 horas, aparecieron más de 30 mujeres con casos que van desde 2005 a 2024, algunas menores, con capturas de pantalla de conversaciones que revuelven el estómago.

En 48 horas, esas 30 mujeres se unieron en grupos de WhatsApp e hicieron una convocatoria para sumar más; realizaron reuniones en línea desde varias partes del planeta, consiguieron asesoramiento gratuito gracias a los protocolos de la academia del cine catalán y español, asesoramiento legal de abogadas especializadas, apoyo psicológico de gabinetes de psicología, recuperaron conversaciones borradas gracias a expertos en tecnología y ciberseguridad, y comenzaron a trabajar en objetivos compartidos a través de editores de texto colaborativos en la nube. Todo esto, sin la tecnología, habría sido imposible.

"Las mujeres hemos conseguido superar la vergüenza y el miedo, y ahora son ellas las que controlan el relato"

Ya no es solo que la vergüenza haya cambiado de bando, sino que las mujeres hemos conseguido superar la vergüenza y el miedo, y ahora son ellas las que controlan el relato. Lo hemos exteriorizado y colectivizado todo a través de los altavoces y herramientas que tenemos a nuestro alcance. Sea de manera anónima, con nombres y apellidos, a través de influencers, con denuncia policial o sin ella, pero señalando a los que han abusado de su poder. Quizás la transformación digital que trajo la pandemia a ciertos colectivos haya ayudado, quién sabe.

Si debemos sacar algo de esta catarsis, serían cinco puntos:

1. Implementar códigos de conducta clarísimos y obligatorios: el abuso de poder en los entornos laborales no es una novedad, y, sinceramente, no solo ocurre en el espectáculo o la política. Si de verdad queremos poner límites, necesitamos códigos de conducta que vayan más allá de los "valores de la empresa" pegados en el tablón de avisos. Es necesario que estos códigos se lean y se firmen como si fueran contratos de vida, que no solo se definan las reglas del juego, sino las consecuencias de incumplirlas. ¿Y si eso molesta a alguien? Mucho mejor; eso significa que el objetivo se va logrando.

2. Canales de denuncia seguros y anónimos: imaginémonos una situación típica. Una trabajadora joven recibe comentarios inapropiados de un compañero superior. ¿A quién se lo dice? Un sistema de denuncia adecuado no puede ser un grupo de WhatsApp o un tuit en X. Las empresas e instituciones deben implementar canales de denuncia seguros y anónimos, externos al poder de la empresa, y blindados tecnológicamente, para poder realizar las quejas de una manera que reduzca la exposición de la persona afectada. Si una empresa todavía depende de una "encuesta de satisfacción" para sumar un bono, vamos mal.

3. Consecuencias legales y laborales para los infractores: menos cultura de la cancelación, más cultura de la responsabilidad: hasta ahora, la cultura de la cancelación ha demostrado ser más bien un espectáculo de fuegos artificiales: brilla mucho, hace ruido, pero no dura nada. Necesitamos que estos abusos no se queden en una "nota de prensa" o una "declaración corporativa". Los infractores deben ver consecuencias reales, que los sigan más allá de la noticia del día. Eso significa despidos, sanciones legales y efectos sobre el futuro profesional, tal como cualquier otro comportamiento impropio. Está muy bien denunciar en redes, pero si no pasa nada en la vida real, ¿qué mensaje estamos enviando?

4. Representación diversa en los lugares de liderazgo: una empresa diversa en los lugares de liderazgo tiene menos probabilidades de tolerar abusos. Si las mujeres y otros grupos vulnerables tuvieran un asiento en la mesa de decisiones, tendríamos menos "políticas de tolerancia cero" que no toleran nada. Aumentar la representación implica, también, una revisión del sistema de promoción interno, que a menudo es tan transparente como una piedra. La tecnología aquí puede ayudar a garantizar que los procesos de promoción y selección sean realmente inclusivos. Más diversidad es menos impunidad.

5. Visibilizar y sancionar públicamente los abusos de poder: vergüenza pública como herramienta de cambio: la visibilización pública de estos casos no es solo un espectáculo morboso, sino una herramienta de conciencia colectiva. Si sabemos quién abusa de su poder, y si estos comportamientos son sancionados y expuestos públicamente, estamos enviando un mensaje claro: aquí ya no se tolerará el silencio ni la sumisión. Exponer las actitudes tóxicas y abusivas no solo impide que se repitan, sino que muestra que el poder debe ganarse, no debe abusarse. La transparencia es fundamental para disuadir futuros abusos y cambiar la cultura del encubrimiento.

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Como veis, los cinco objetivos tienen poco de tecnología y mucho de empatía y cambio social, pero las herramientas del futuro deben ser pensadas para poder aplicar estas acciones. Y así volvemos al punto de partida: la tecnología puede ser el antibiótico que cura o el veneno que agrava el problema. Con cada nuevo caso, es más evidente que la tecnología no es solo una herramienta, sino un catalizador de cambio, capaz de desmontar estructuras de poder opresivas. Ya no es solo que la vergüenza haya cambiado de bando; es que la sociedad ya no está dispuesta a dejar que estos abusos queden impunes. Que todo estalle, pues, y se reconstruya: con códigos de conducta claros, canales de denuncia reales, liderazgos diversos, responsabilidades laborales y, sobre todo, con la transparencia y el coraje colectivo como bandera.

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