Cada día hablo con un montón de gente, en la mayoría de los casos muyinteresante. Soy muy afortunado. Conversaciones, propuestas, ideas, debates, preguntas, sugerencias, retos, encargos, intuiciones, detalles, primeras aproximaciones, vaguedades… mucho y de todo, cada día. Una dosis constante y diaria de estímulos y energía, a veces más serena o más histérica, a veces más previsible o más sorprendente, pero siempre una suerte. Un bien valioso. Aprendo con estas conversaciones, navego y crezco dentro de ese flujo, y exploro conexiones y rincones que jamás hubiese sospechado. Me mantiene vivo y atento. Y espero que útil.
El volumen de conversaciones es alto y es proporcional a los canales de comunicación que tenemos hoy día. Hay reuniones formales como también hay cafés, comidas y sobremesas. También tengo dos o tres direcciones de correo electrónico en las que cada día llegan cosas. Hay quien me escribe siempre a una de ellas, pero también hay quien quiere asegurarse y me envía el mismo mensaje a las tres direcciones, y por tanto lo recibo tres veces. Después está la mensajería instantánea. Hay quien me dice cosas por Whatsapp, y otros que sólo utilizan Telegram. O Signal. Incluso había uno que sólo quería utilizar Wickr. También están los que nunca sé por dónde vendrán. A veces utilizan Whatsapp, otras veces Signal, cuesta saber por dónde aparecerán. Y también pasa que a veces en plena conversación en Whatsapp te dicen “vayamos al Signal y seguimos allí”. Después están los que para decirte alguna cosa, “¿conoces este libro?”, “¿sabías que mañana habrá un eclipse?” lo dicen en Twitter y te mencionan, esperando que así ya lo verás y les dirás algo. “No me ha gustado nada tu último artículo, @genisroca”. También te lo pueden decir con un mensaje directo en Twitter. Más discreto. O con un mensaje directo en Instagram. O con un mensaje directo en Linkedin. O dejarte un mensaje en el buzón de voz del teléfono. O un audio de voz en Whatsapp. Todo mezclado. Desde una declaración de amor hasta un encargo de trabajo o un tema de familia.
Quiero y aprecio casi todas y cada una de estas conversaciones porque casi todas son de buena gente con buenas intenciones, ya he dicho que soy un afortunado. Pero demasiado a menudo no doy el abasto. Todo sería más fácil si todos fuésemos menos exigentes con los plazos de respuesta, pero no es así
Quiero y aprecio casi todas y cada una de estas conversaciones porque casi todas son de buena gente con buenas intenciones, ya he dicho que soy un afortunado. Pero demasiado a menudo no doy el abasto. Todo sería más fácil si todos fuésemos menos exigentes con los plazos de respuesta, pero no es así. La gente espera que un Whatsapp se conteste dentro del mismo día, y un correo en las siguientes veinticuatro horas. Cuarenta y ocho a lo sumo. Superar estos límites te hace sospechoso. Tengo unos ochenta correos electrónicos que ya he leído y quiero responder pero aún no lo he hecho, porque piden y merecen una respuesta que va más allá de un sí o un no. Lo mismo con una treintena de whatsapps. Lo mismo con tres o cuatro llamadas perdidas que han dejado mensaje en el buzón de voz. Lo mismo con un par de mensajes en Linkedin, otro par en Instagram… no llego.
Ahora mismo tengo un centenar de conversaciones pendientes. Soy el mal educado que no contesta. El grosero que no dice nada pese al amable ofrecimiento. El arrogante que no ha respondido pese a que las cuatro personas del hilo ya han dicho la suya y ahora están todos pendientes. El impresentable que tres días después no ha sido capaz ni tan sólo de confirmar que lo ha recibido y que ya dirá algo cuando pueda. El inútil que no sabe organizarse. El que ya se lo cree demasiado y se piensa que puede menospreciar al resto. El que parecía amable pero resulta que no es capaz de cuidar los detalles. El que no ha entendido que las formas son importantes.
Me dicen que esto ya le pasa a mucha gente, pero no lo utilizaré como eximente. Os pido disculpas.