Empieza a ser basta conocido que el gobierno de Cataluña impulsa una ambiciosa estrategia industrial con el doble objetivo de ensanchar el peso de la industria en la generación de riqueza del país y de reforzar los valores colectivos positivos que están asociados a la sociedad y a la mentalidad industriales.
En medio del proceso de debate, de difusión y de realización de esta estrategia industrial, las personas más despertadas la curiosidad por la acción pública habrán sentido hablar de la estrategia SMARTCAT, del plan de economía verde y circular, del programa de eficiencia energética a la industria, de la estrategia de especialización inteligente (RIS3CAT)... y pueden llegar a preguntarse si no hay inflación planificadora y dispersión en las iniciativas del gobierno.
Aunque parezca contrario a la intuición, quiero indicar que no. Que, incluso, hay que esperar más planes en los próximos meses. No hay inflación ni hay dispersión porque todos ellos son instrumentos que se compenetren, que han sido debatidos por las mismas personas, de diferentes unidades del Gobierno, y que su virtud particular es hacer hincapié en un aspecto principal. No se encontrará, pues, contradicción entre las medidas propuestas a un lugar y las indicadas a otro.
El esfuerzo de coordinación ha sido, además de real, sincero. También lo ha sido la filosofía que impregna estos documentos, resumible en dos puntos:
• Hay que identificar actuaciones concretas, que sean eficaces y que puedan ser suspendidas o sustituidas si no obtienen los resultados pretensos. En este sentido, pues, no son planes dogmáticos ni se evalúan al final. Bien de lo contrario, hay una voluntad de observación y de revisión permanentes, siempre orientada a obtener los mejores resultados para la industria.
• No basta con un impulso público sino que es imprescindible un liderazgo privado. Por eso, se asume que el rol de las administraciones es facilitar, coadyuvar, aglutinar, catalitzar, incentivar... pero, a la hora de la verdad, un país es industrial porque tiene industrias, porque tiene empresarios que deciden hacer industrias.
Esta filosofía de trabajo se completa con unos propósitos también muy claros. Todas estas actuaciones tienen que estar orientadas a un triple objetivo:
1. Ganar competitividad. Sobre todo con la eficiencia en el uso de los recursos y la energía, con la innovación, con la digitalización y con la mejor capacitación de directivos y trabajadores y el estímulo del talento.
2. Ganar sostenibilidad. Para que nuestra economía participe de entrada en las grandes transformaciones que tendrán que verse necesariamente en este siglo para que podamos desactivar amenazas como el cambio climático, el agotamiento de recursos esenciales o la aparición de nuevos riesgos tecnológicos, una desactivación que sólo podrá venir a través de nuevos modelos productivos y de consumo.
3. Ganar prosperidad. Con la voluntad que el bienestar y el benser se distribuyan de una manera equitativa y suficiente entre la gente, con independencia de la geografía, de la edad o el estatus social de partida.
En resumen, no hay muchos planes diversos sino una estrategia de fondo con diferentes instrumentos parciales; el éxito de esta estrategia depende de la combinación adecuada de impulso público y liderazgo privado; y todo ello sólo tiene sentido si el país, en su conjunto, gana en competitividad, en sostenibilidad y en prosperidad. Así de simple y así de complicado.
En medio del proceso de debate, de difusión y de realización de esta estrategia industrial, las personas más despertadas la curiosidad por la acción pública habrán sentido hablar de la estrategia SMARTCAT, del plan de economía verde y circular, del programa de eficiencia energética a la industria, de la estrategia de especialización inteligente (RIS3CAT)... y pueden llegar a preguntarse si no hay inflación planificadora y dispersión en las iniciativas del gobierno.
Aunque parezca contrario a la intuición, quiero indicar que no. Que, incluso, hay que esperar más planes en los próximos meses. No hay inflación ni hay dispersión porque todos ellos son instrumentos que se compenetren, que han sido debatidos por las mismas personas, de diferentes unidades del Gobierno, y que su virtud particular es hacer hincapié en un aspecto principal. No se encontrará, pues, contradicción entre las medidas propuestas a un lugar y las indicadas a otro.
El esfuerzo de coordinación ha sido, además de real, sincero. También lo ha sido la filosofía que impregna estos documentos, resumible en dos puntos:
• Hay que identificar actuaciones concretas, que sean eficaces y que puedan ser suspendidas o sustituidas si no obtienen los resultados pretensos. En este sentido, pues, no son planes dogmáticos ni se evalúan al final. Bien de lo contrario, hay una voluntad de observación y de revisión permanentes, siempre orientada a obtener los mejores resultados para la industria.
• No basta con un impulso público sino que es imprescindible un liderazgo privado. Por eso, se asume que el rol de las administraciones es facilitar, coadyuvar, aglutinar, catalitzar, incentivar... pero, a la hora de la verdad, un país es industrial porque tiene industrias, porque tiene empresarios que deciden hacer industrias.
Esta filosofía de trabajo se completa con unos propósitos también muy claros. Todas estas actuaciones tienen que estar orientadas a un triple objetivo:
1. Ganar competitividad. Sobre todo con la eficiencia en el uso de los recursos y la energía, con la innovación, con la digitalización y con la mejor capacitación de directivos y trabajadores y el estímulo del talento.
2. Ganar sostenibilidad. Para que nuestra economía participe de entrada en las grandes transformaciones que tendrán que verse necesariamente en este siglo para que podamos desactivar amenazas como el cambio climático, el agotamiento de recursos esenciales o la aparición de nuevos riesgos tecnológicos, una desactivación que sólo podrá venir a través de nuevos modelos productivos y de consumo.
3. Ganar prosperidad. Con la voluntad que el bienestar y el benser se distribuyan de una manera equitativa y suficiente entre la gente, con independencia de la geografía, de la edad o el estatus social de partida.
En resumen, no hay muchos planes diversos sino una estrategia de fondo con diferentes instrumentos parciales; el éxito de esta estrategia depende de la combinación adecuada de impulso público y liderazgo privado; y todo ello sólo tiene sentido si el país, en su conjunto, gana en competitividad, en sostenibilidad y en prosperidad. Así de simple y así de complicado.
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