Preocupaciones generacionales

La generación de los abuelos era una generación en la que la libertad era un bien escaso. La generación de los abuelos tenía un camino muy marcado, donde salirse de la línea podía tener extremas consecuencias sociales e incluso económicas. Se nacía, crecía, iba a la escuela si tenía esta suerte, se ponía a trabajar de joven, se casaba, tenía criaturas, quizás iba a vivir a otra casa o a otro pueblo, y trabajaba hasta que no podía más, hasta que los hijos y nietos la cuidarían. Era un camino lineal, ligado, con gran influencia de la religión no sólo como elemento de fe sino también como herramienta de ordenación de la vida social. La generación de los abuelos, por lo bueno y por lo malo, era una generación ligada, donde el caminito de piedras a seguir estaba claro.

La generación de mis padres era una fórmula híbrida entre la rigidez de los abuelos y las nuevas tendencias de la contemporaneidad, la que nos ha tocado vivir a nosotros. La generación de los padres tenía un camino recto, pero también mucha capacidad para innovar. Tras salir de la posguerra y la dictadura, se les abría un mundo de posibilidades y nuevas ideas que algunos abrazaron y otros, asustados por la novedad, prefirieron ignorar y seguir como se había hecho siempre. Así, algunas de nuestras madres fueron feministas, otras no, algunos de nuestros padres no quisieron seguir el camino familiar, otros tuvieron la suerte de poder viajar y estudiar fuera y otros fueron apasionados lectores. Ellos vivieron un momento de apertura y auge económico importante, lo que les permitió ver cosas muy distintas de la generación anterior, pero aún con los rastros y dejas de quienes habían sido educados para seguir un camino recto que ahora revolucionaban de maneras muy distintas.

"Mi generación tiene el doble de exigencias y la mitad, o la mitad de la mitad, de los beneficios"

Mi generación es heredera de esos padres que construyeron el mundo desde sus propias normas, pero con la garantía de que, haciendo bien las cosas, podía lograrse el éxito. Mi generación, haciendo las cosas que dice el caminito, entras en el sorteo de gente que es medianamente feliz con su vida y que tiene suficiente para vivir feliz. Mi generación tiene el doble de exigencias y la mitad, o la mitad de la mitad, de los beneficios. Nos hemos formado con todas las oportunidades, con todas las formaciones que nuestros abuelos ni entendían por qué no se podían ni imaginar, hemos viajado, hemos hecho deporte, nos hemos formado, hemos ido de conciertos y de festivales, tenemos amigos de todas partes del mundo y hemos podido escoger no sólo de qué queremos trabajar sino también de qué forma y desde dónde queremos hacerlo. Ahora, todos estos privilegios han venido con el sueño esfumado de la tranquilidad de los abuelos, y con unas condiciones muy precarias, donde ganarse bien la vida significa tener mucho menos de lo que los padres podrían haber conseguido nunca. Y es que en esa libertad también se mezcla la otra cara de la moneda, que es que puedes ser todo lo que quieras, pero toda la responsabilidad recae, en última instancia, en ti y las decisiones que tomes. Entre tantas opciones, es posible que nunca acabamos de encontrar nada que te proceda, cayendo en la liquidez que describía Bauman sobre las relaciones, ambiciones y aspiraciones.

Cada día tengo más amigos que o están haciendo un año sabático, o dejan el trabajo unos meses para viajar, o trabajan a jornadas reducidas para poder llevar a cabo sus pasiones.

También tengo muchos amigos que han dejado los grandes trabajos corporativos, de tres mil horas semanales y de estreses infinitos para buscar otra cosa, que quizás no los hará empleados del mes ni les comporte una bonificación astronómica en diciembre, pero que les permitan ir a hacer una vuelta con el perro cada tarde, hacer atletismo o ahorrar para aquel viaje que hace tanto tiempo que quieren hacer. Al contrario de la generación de los abuelos, mi generación está bien perdida, y nos encontramos en constante reconversión a las puertas de hacer raíces. En este momento, aun así, me hago dos preguntas. La primera es si los otros también estaban tan perdidos como nosotros, pero no se les notaba o no se lo dejaban ver. La segunda es qué legado les dejaremos, a los pobres desgraciados que vienen después.

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