La última asignatura de la carrera que aprobé -me había quedado una pendiente- fue, precisamente, inteligencia artificial. Imagínense en aquella época lo que esto significaba -1980, el PC no había todavía ni aparecido-. Los ordenadores eran máquinas enormes que ocupaban centenares de metros cuadrados, funcionaban con tarjetas perforadas y una unidad de discos que ocupaba un metro cúbico solo podía almacenar 25 megabytes.
A pesar de que estábamos en los inicios, hice mi proyecto final y me di cuenta denque esto -mejor dicho, aquello- de la inteligencia artificial era precisamente artificial. Me di cuenta de que una máquina podría, llegado el momento, ganar a cualquier de los campeones de ajedrez que existiera. No porque lo superara con inteligencia y capacidad de estrategia. Simplemente, me di cuenta que llegaría un momento en el que los ordenadores serían tan potentes que, puestos a jugar al ajedrez, estarían capacitados para avanzarse a millones de jugadas futuras y anticiparse, así, a cualquier movimiento del contrincante humano. Por poner un ejemplo fácil: ¿alguien es capaz de calcular con precisión y velocidad aquello que hace una calculadora de bolsillo? ¿O recordar el nombre y fecha de nacimiento de los millones de clientes de un banco? Ninguno de ustedes es capaz de correr a 120 kilómetros la hora, como lo hace un coche. ¿Qué espabilado que es un coche, no creen?
Por lo tanto, llegué a la conclusión de que el nombre no haría la cosa -como nunca la ha hecho- y que denominar inteligencia a determinados procesos físicos y electrónicos que nosotros no somos capaces de hacer, era una manera de engañarse. Y ahora ha llegado el momento del sidral periódico que se destapa entre la opinión pública cada cierto tiempo. Resulta que, además de echarle, incluso, la culpa de los pies planos al cambio climático, se nos amenaza diciéndonos que la inteligencia artificial se nos comerá a todos.
Denominar inteligencia a determinados procesos físicos y electrónicos que nosotros no somos capaces de hacer es una manera de engañarse
Quizás ya saben ustedes que, de hace años, los créditos de pequeño importe no los decide otorgar ningún humano ni ningún comité bancario, sino que lo hace una máquina. A veces, un simple cajero automático. Pues es así, si señor. La discusión que se nos presenta no es si la inteligencia artificial se comerá al hombre, sino qué nivel de decisiones dejamos a discreción de unas máquinas que gestionamos nosotros. ¿Saben que cada día miles y miles de aviones aterrizan sin intervención humana? ¿Es una buena práctica? Hombre, si pone menos vidas en riesgo que un piloto... Dejar decidir a una máquina cuándo tiene que disparar un cañón nuclear, quizás no es tan buena idea. A veces pienso en aquella aseveración que dice que no nos tiene que dar tanto miedo la inteligencia artificial como la estupidez natural.
La inteligencia artificial hace años que existe. Ha ido evolucionando y ahora ha llegado a unos niveles elevados de sofisticación. Y continuará avanzando. Las redes, los medios y el poder se encargan de mantenernos atemorizados todo el día -guerras, cambios climáticos, migraciones, etc-. Ahora se añade la inteligencia artificial. Cualquier cosa menos encontrar la salida positiva que los adelantos de este tipo pueden aportar.
Dejar decidir a una máquina cuándo tiene que disparar un cañón nuclear, quizás no es tan buena idea
Solo háganse una pregunta y busquen la respuesta, que la encontrarán, en Internet -que inteligente que es Internet, ¿no?-. La pregunta es simple: ¿en qué época se empezó a implantar la jornada laboral estándar de 40 horas semanales? Hablemos.